¿Era 'Hannibal' demasiado para la televisión?

La serie de Bryan Fuller ha llegado al final de su tercera y última temporada. Pese a la cancelación por parte de la NBC, el balance global no puede ser más sobresaliente.
¿Era 'Hannibal' demasiado para la televisión?
¿Era 'Hannibal' demasiado para la televisión?
¿Era 'Hannibal' demasiado para la televisión?

Demasiado atrevida, demasiado abstracta, demasiado insobornable. Quizás Hannibal fuera, en definitiva, demasiado suya para plegarse a los cánones de calidad académica (o su simulacro) que tan rápido han terminado por imponerse entre los productos de prestigio de esta malllamada edad de oro de la televisión. Y bien que nos alegramos. Aunque a fin de cuentas le haya costado la cancelación fulminante por parte del canal NBC –pese al apoyo de los fans–, a causa de una progresiva hemorragia de audiencia muy alejada de las cifras exigidas por una network, la serie de Bryan Fuller [emitida en España por AXNse ha retirado con la cabeza bien alta tras cerrar tres temporadas sobresalientes. En especial, una última capaz de llevar más lejos que nadie ahora mismo los límites de la ficción televisiva generalista. Porque eso no hay que olvidarlo: Hannibal no era ninguna niña mimada del cable, aunque superase en calidad a toda la programación actual de HBO AMC. ¿Qué era exactamente lo que la hacía tan especial?

Reinvención

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El primer escollo que tuvo que salvar Hannibal fue la comprensible reticencia que podía despertar su naturaleza de producto derivado de los personajes de una novela, El Dragón Rojo de Thomas Harris, que no sólo ya habían sido llevados al cine en dos ocasiones –una vez tan bien como Manhunter (Michael Mann, 1986) y otra tan mal como El Dragón Rojo (Brett Ratner, 2002)–, sino que ya tenía a su figura más carismática, Hannibal Lecter, completamente vinculada en el imaginario colectivo a la oscarizada interpretación de Anthony Hopkins en El silencio de los corderos (Jonathan Demme, 1991) primero y Hannibal (Ridley Scott, 2001) después. El reto al que se enfrentaba Mads Mikkelsen pretendiendo que olvidáramos los castañeteos de dientes de Sir Hopkins era enorme, ¿pero a día de hoy queda alguien capaz de negar que el actor danés lo ha conseguido con creces? Bryan Fuller también optó por jugar con la línea temporal de la saga literaria de Harris, así como variar el sexo y raza de personajes como Jack Crawford (Laurence Fishburne) o Freddie Lounds (Lara Jean Chorostecki), logrando un universo alternativo que se vale por sí mismo y además establece un interesante diálogo con la fuente original.

Magnetismo

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Si por algo nos ganó Mikkelsen desde su primera sonrisilla hierática es por las toneladas de carisma que era capaz de irradiar su doctor Lecter. No era el único. Hugh Dancy lo tenía más difícil como el nervioso Will Graham –por otro lado, personaje con un arco de evolución argumental que ríete tú de Walter White–, pero el resto del reparto comprendió a la perfección que la mejor forma de sacar punta a los diálogos grandilocuentes y misteriosos que les brindaban los guionistas era mantenerse estoicos (Fishburne), con el llanto parado en un nudo de la garganta (Caroline Dhavernas) o al borde del susurro bressoniano (Gillian Anderson, como si hablara desde otra galaxia en cada una de sus apariciones). La penumbrosa seriedad entre la que se mueven los parlamentos de los personajes y sus psicologismos de ida y vuelta eran el perfecto contrapunto para la barroca casquería explícta de los crímenes más atroces o los momentos con declarada vocación pulp –¿alguien dijo cerdos?—; por no hablar de las aterradoras concesiones histriónicas de Michael Pitt o Richard Armitage. Un equilibrio de tono fino y efectivo por el que gente como Nic Pizzolatto habría hipotecado toda su biblioteca de Ligotti.

Embriaguez

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Desde la primera temporada, Hannibal apostó por la pulcritud visual como seña de identidad. Cada asesinato y descuartizamiento salvaje era tratado como una de las bellas artes, nada fuera de lugar en una sala del MoMA o la Serpentine Gallery. Tanto el director de fotografía James Hawkinson como el equipo de diseño artístico, incluso la diseñadora visual de los platos que cocina el protagonista, Janice Poon, miman hasta el detalle todos los elementos plásticos de la serie dándole un gran sentido de unidad por encima de los habituales cambios de director. Campo por el que han pasado cineastas como David Slade, John Dahl, Neil Marshall o, especialmente, Vincenzo Natali, responsable de los capítulos más descaradamente plásticos, llenos de descansos visuales en la narración y dilataciones del tiempo, como esta maravilla de sexo caleidoscópico. Ninguna serie actual se ha atrevido a poner de forma reiterada el disfrute visual tan por encima de las convenciones argumentales, regodeándose con gusto en ello. En ese sentido, los capítulos de Florencia de la tercera temporada son un logro de primer orden en la manipulación del tiempo y el espacio narrativo.

Música

Si el despliegue visual de Hannibal era apabullante en cada episodio, la experimentación de Brian Reitzell a cargo de la música entra en otro nivel. Durante las dos primeras temporadas, el compositor se dedicó a tantear el terreno con partituras cada vez más pobladas de baterías, el gamelán balinés y silencios muy bien gestionados en contrapunto que contribuían a enrarecer la atmósfera opresiva de las escabrosas investigaciones de Will y sus recreaciones de escenas del crimen. Algunas secuencias, enteramente entregadas a la batería y el silencio, tenían una fuerza desasosegaste inaudita. A la altura de la tercera temporada, Reitzell ya estaba desatado y entregado a la experimentación con cambios de tono, contrastes entre música e imágenes o composiciones tan dicharacheras como la que cerró el episodio cuatro [vídeo de arriba]. Para la canción que marca el final definitivo de la serie, contó con nada menos que Siouxsie Sioux para grabar un tema pop, muy convenientemente titulado Love Crime.

Bromance

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Esto no se le escapa a nadie. Fuller, Mikkelsen, Dancy y compañía nos han brindado las mejor historia de amor de esta década de televisión. Con descuartizamientos, canibalismo, body horror, esculturas humanas, tortura física, manipulación psicológica, cuerpos quemados en vida y apuntes de Botticelli al natural. Como las mejores historias de amor: "This is my design".

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