Crítica de ‘Juego de tronos’: de fantasía dinástica a blockbuster efectista

[SPOILERS] Muros, tronos y dragones: analizamos la serie que ha marcado un antes y un después en la historia de la televisión.
Crítica de ‘Juego de tronos’: de fantasía dinástica a blockbuster efectista
Crítica de ‘Juego de tronos’: de fantasía dinástica a blockbuster efectista
Crítica de ‘Juego de tronos’: de fantasía dinástica a blockbuster efectista

[ESTE ARTÍCULO CONTIENE SPOILERS DE ‘JUEGO DE TRONOS’]

“¿Qué esperas? Son salvajes. Uno le roba una cabra al otro y terminan haciéndose pedazos”. Pocos imaginaban en 2011 que esta primera frase pronunciada por un miembro de la Guardia de la Noche tras presenciar la escabechina perpetrada por ciertos Caminantes Blancos estaba a punto de dar comienzo a un fenómeno televisivo sin precedentes.

Por aquel entonces, Juego de tronos era la adaptación que los seguidores de la obra de George R. R. Martin esperaban con ansia. Ocho años después, Donald Trump es presidente de EE UU, hablamos más con Siri que con nuestras madres y la serie de HBO ha dicho adiós convertida en un referente de la cultura pop que ha cambiado para siempre las reglas de la industria televisiva.

El invierno llegó y arrasó con todo: se coló en nuestras vidas hablando Dothraki y, de la noche a la mañana, pasamos a usar términos como vidriagón, dracarys o fuego valyrio, al principio cómplices y orgullosos de ese lenguaje friki que nos unía, más tarde ahogados por la fiebre Juego de tronos, sin poder escapar a ella. En los últimos ocho años, nos hemos vuelto inmunes a las decapitaciones, temerosos de las bodas y domadores de dragones. También hemos aprendido a no encariñarnos demasiado de ningún protagonista.

Sin embargo, paradójicamente, cuanto más se ha extendido la popularidad de la serie, menos interesante se ha vuelto su trama. Tras el estreno esta madrugada del último episodio [aquí puedes leer nuestro resumen] y a riesgo de que Drogon nos queme vivos desde donde quiera que esté, nos despedimos de Poniente con el regusto de lo que pudo haber sido y no fue: un viaje de ocho temporadas por los Siete Reinos tan inestable como el liderazgo de Daenerys.

Asfixiada por el éxito

¿Cuándo se convirtió esta ficción arriesgada y novedosa en un fenómeno palomitero y efectista? La serie se ha dado de bruces con dos escollos a los que no ha podido hacer frente: por un lado, las expectativas de un fandom nacido en las novelas y que se multiplicó nada más estrenarse en pequeña pantalla; y, por otro, que los showrunners David Benioff y Dan Weiss no han sabido estar a la altura de George R. R. Martin.

A partir de la sexta temporada, sin la orientación de Martin a través de las conspiraciones en la sombra y su detallado universo, Benioff y Weiss respondieron al éxito invirtiendo su creciente presupuesto en espectacularidad y CGI. Dragones, batallas apoteósicas, violencia refulgente, en detrimento del arco argumental de los personajes y la propia trama. ¡Qué más da! Tenemos dragones.

Olvidaron que Juego de tronos enganchó con una primeras temporada sin presupuesto para grandes contiendas, pero fiel adaptación de las novelas. Pese a que ha sido ahora, en la octava temporada, cuando los fans se han llevado las manos a la cabeza con las resoluciones apresuradas (hola, Daenerys mataniños; ¿tu muerte bien, Cersei?) y lo predecible del desarrollo de la trama, este es un problema que la serie ha venido arrastrando desde hace varios años.

Eso no significa que las últimas entregas no nos hayan dado momentos que nos acompañarán más allá de Poniente, como la resurrección de Jon Nieve, Hodor y el portón, la Batalla de los Bastardos o la muerte de Meñique. Esta última temporada, sin ir más lejos, también guarda momentos épicos, como ese enfrentamiento entre Arya y el Rey de la Noche, un villano que en las novelas era una amenaza fantasmagórica y aquí perecía a manos de la pequeña Stark, encumbrándola al Olimpo de las guerreras.

No todos han corrido la misma suerte que Arya, con uno de los arcos dramáticos más redondos de la serie. Aludiendo al personaje de Maisie Williams, podemos contar con los dedos de una mano los personajes que salvamos de nuestra particular lista de la venganza: la ya mencionada Arya y su hermanísima Sansa Stark, a quien la fuerza del sentido común ha convertido en una digna Reina en el Norte; Cersei, una mujer hecha a sí misma, una superviviente con las peores intenciones que merecía un final a la altura de sus ideas más maquiavélicas; o esos otros villanos despreciablemente brillantes como Ramsay y Meñique.

En cuanto a Jon Nieve y Daenerys, podríamos decir que su logro más reciente ha consistido en volver aburridos a todos aquellos que están a su alrededor, incluido el Lannister más inteligente de todos: Tyrion. Él, héroe incorruptible y sosainas, ha encontrado la paz en este último episodio tras acabar con la vida de su amada/tía y ser desterrado al frío Norte con Fantasma. Y ni así se le ha quitado la cara de: "No sé muy bien qué pinto aquí". Ella ha pasado de Rompedora de Cadenas a Reina de las Cenizas en menos de lo que Cersei tarda en acabar con la mitad del elenco tirando de fuego valyrio. Al final, ni heroína ni villana, se ha quedado como un personaje perdido en un arco precipitado y chapucero.

Ya es historia

¿Ha sido Juego de tronos una serie redonda? No. La fantasía dinástica que nos cautivó en las novelas de Martin y en las primeras temporadas de la ficción ha desembocado en un blockbuster televisivo sin mayor pretensión que la de gastarse los cuartos en fuegos artificiales. Su ambición ha podido con sus virtudes, la ha vuelto predecible: aquí llega la batalla en la que se han gastado X dinero, aquí el penúltimo episodio en el que matarán a todo ser viviente, aquí el final más sosegado que no contentará a nadie... Incluso las casas de apuestas ponían ya a Bran el Tullido, el Cuervo de Tres Ojos, como favorito para el Trono de Hierro.

¿Ha sido Juego de tronos una serie sobrevalorada? Hasta cierto punto, aunque su legado sigue siendo innegable. Ha cambiado las reglas del juego de la industria audiovisual como ninguna otra ficción televisiva. Ha hecho grande a la pequeña pantalla, la ha igualado al cine en calidad, inversión y ambición, y, solo por eso, estamos en deuda con ella.

¿Será Juego de tronos una serie recordada? Indudablemente. No solo por su aportación a la revolución de ficción televisiva, también por momentos que son ya historia viva de la pequeña pantalla. Desde la Batalla de Aguasnegras, hasta el paseo de la penitencia de Cersei, pasando por el nacimiento de los dragones de la Khaleesi, la impactante boda roja, la decapitación de Ned Stark o el envenenamiento de Joffrey en la boda púrpura, este fenómeno nos ha regalado episodios memorables. Tal vez ese sea su mayor legado, el haber sido capaz de conectar con un público amplio y haber creado un lenguaje propio entre ese fandom de edades, procedencia y gustos diferentes.

Su final, como cabía esperar, ha estado aquejado de los mismos síntomas que sus últimas entregas. Tramas apresuradas, búsqueda de una espectacularidad mal entendida y la presión por dar a los seguidores lo que quieren, el mayor error que puede cometer una creación que trata de sorprender. Sansa reina ahora en el Norte, Arya ha puesto rumbo al oeste de Poniente y Jon ha completado su viaje del héroe particular acabando con la vida de una Daenerys que promulgaba la libertad desde la tiranía. El resto, más hielo, fuego y cenizas, un viaje lleno de altibajos que no ha conseguido hacer justicia a la obra de Martin.

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