Por qué Glenn Close debería ganar el Oscar

Es una de las actrices más versátiles de su generación y la eterna nominada al Oscar. ¿Será este el año en el que Close se alce por fin con la estatuilla?
Por qué Glenn Close debería ganar el Oscar
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Glenn Close nunca ha vivido a la sombra de un marido. Es más, la actriz, que ha estado casada tres veces, puede presumir de haber vivido justo lo contrario. "No creo que el ego masculino sea necesariamente propicio para tener una pareja realmente exitosa y reconocible. ¡Creo que puede ser difícil y ahora lo acepto!”, comentaba al respecto en una entrevista reciente.

Pero eso no le supuso mucho problema el meterse en la piel de Joan Castleman, la abnegada protagonista del drama La buena esposa (2017), adaptación al cine de una novela de Meg Wolitzer publicada en 2003. Una cinta en la que Close da vida a una mujer casada desde hace 40 años con un afamado escritor que está a punto de recibir ese Premio Nobel de Literatura al que ella nunca pudo optar, pues en su día decidió sacrificar su prometedora carrera como escritora para apoyar a su esposo y formar una familia.

Buena parte de la crítica se ha vuelto a rendir a los pies de Close y su formidable interpretación le ha valido ya un Globo de Oro a la mejor actriz dramática, aunque muchos dieran por hecho que el galardón iría a parar a manos de Lady Gaga. En su emotivo discurso de agradecimiento, la estadounidense recordó a su madre, que siendo una octogenaria le confesó que sentía que no había logrado nada en la vida. “Tenemos que encontrar realización personal. Tenemos que seguir nuestros sueños. Tenemos que decir: ‘Puedo hacerlo y se me debería permitir hacerlo”, expresó premio en mano y emocionada.

Pero el reivindicativo papel que viene precedido por el éxito del movimiento #MeToo aún puede depararle más alegrías a Close, si el próximo mes de febrero consigue también hacerse con el Oscar que tanto se le está resistiendo desde que se dedica a esto de la interpretación (esta es su séptima nominación). Cuatro décadas deleitando al personal bien lo merecen.

Aunque no se entienda que los tuiteros estén tardando tanto en hacer viral una campaña del tipo #poorGlenn (siguiendo la estela de aquel #poorleo que tomó la red social cuando Leonardo DiCaprio volvió a perder el famoso premio en 2014 frente a Matthew McConaughey), cualquiera considera un sacrilegio que Close no tenga aún en casa la estatuilla dorada. Ella, desde luego, nunca ha ocultado la ilusión que le haría llevársela y poder romper así con ese molesto récord de ser la intérprete viva que más veces ha estado nominada al galardón sin llevárselo finalmente.

A estas alturas, no es noticia que Close está considerada una de las mejores actrices vivas. Versátil como pocas y coleccionista de premios Emmy y Tony, la actriz a la que muchos siguen confundiendo con Meryl Streep ha dado vida en el cine a un buen puñado de personajes memorables. ¿Quién no recuerda acaso su papel de vengativa y perversa condesa del drama de época Las amistades peligrosas (1988)? ¿O el de la asesina de perros de la simpática 101 dálmatas. ¡Más vivos que nunca! (1996)? Por no hablar del de mujer disfrazada de hombre en Albert Nobbs (2011)?

Pero, sin duda, su personaje más reconocible e icónico hasta la fecha ha sido el de Alex Forrest, la seductora psicopática que en Atracción fatal (1987), la película más taquillera de ese año y por la que también optó al Oscar (que finalmente le arrebató Cher) traería por la calle de la amargura a un picaflor infiel interpretado por Michael Douglas, y que muchos han considerado como una de las grandes villanas de la historia del cine.

Por qué Glenn Close debería ganar el Oscar

“Siempre me he sentido muy querida y agradecida por el público. Con Atracción fatal sí pensé que me confundirían con el personaje y me odiarían, pero nunca pasó […]. Tampoco he hecho tantos personajes de mala. El único que realmente era malo, un verdadero demonio, era Cruella de Vil”, señalaba la actriz a nuestra revista en 2011, tras recibir el Premio Donostia del Festival de San Sebastián. “El resto han sido mujeres en mundos de hombres y si los interpretara un hombre hubiéramos dicho: 'Solo están haciendo su trabajo”, añadía en una rueda de prensa ofrecida en esos mismos días.

La de Connecticut, que en los últimos años ha dedicado buena parte de su tiempo al teatro (donde precisamente debutó siendo joven) es diferente al resto. Dice que lo suyo es un caso de “floración tardía” (debutó en el cine a los 35 años) y, aunque sea un icono, nunca ha ido de diva por la vida. Activista y filántropa, jamás ha querido vivir en Los Ángeles, no tiene guardaespaldas (su séquito lo integra únicamente su perro) ni es muy fan de los saraos o el postureo del show business. Ahora bien, es tan educada como provocadora, dice lo que piensa y nunca ha perdido el norte en su carrera.

De hecho, nunca esperó a que sonara el teléfono y en los años 90 empezó a producir las pelis que quería protagonizar. “Al inicio de mi carrera decidí que solo elegiría guiones bien escritos, que no trabajaría por dinero o por si me podían dar premios: ese es un territorio peligroso. No merece la pena”, comentó una vez. Lo que sí la merecerá, y mucho, será volver a verla pronto pronunciar un discurso de agradecimiento (estatuilla dorada en mano, a poder ser).

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