Por qué 'Django desencadenado' no debería ganar el Oscar

Razones por las que premiar el 'southern' antiesclavista de Quentin Tarantino sería colmar de laureles a uno de sus trabajos más cuestionables hasta la fecha. Por DANIEL DE PARTEARROYO
Por qué 'Django desencadenado' no debería ganar el Oscar
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El serial de CINEMANÍA en el que iremos desgranando motivos por los que las 9 candidatas a los Oscar 2013 no merecen llevarse el máximo galardón de la Academia de Hollywood empezó disparando contra Los miserables. Después de la escabechina que causamos en París, ahora lanzamos nuestro látigo contra una de las nominadas más prestigiosas, Django desencadenado. Antes de empezar a sacarle los colores (perdón) a la película de Quentin Tarantino, aclaramos que ni Spike Lee ni sus anteojeras han tenido nada que ver con la elaboración de este artículo.

1. Quentin, esta no es tu obra maestra

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Malditos bastardos, la anterior película del cineasta de Knoxville, terminaba con una machada marca de la casa. Justo antes de los créditos finales, el teniente Aldo Raine interpretado por Brad Pitt miraba a cámara (que en ese momento era la frente profanada del coronel nazi Hans Landa) y decía "Esta podría ser mi obra maestra". Una frase con significado simbólico más allá del relato y que, en boca de la creación de cualquier otro director, podría alcanzar unos niveles de presunción y soberbia inaguantables. Pero el caso es que, aplicada a Malditos bastardos, bien podría ser verdad. En consecuencia, la llegada de Django desencadenado inmediatamente después, y con unas expectativas cercanas a lo estratosférico, ha sabido a menos. Porque no es un paso adelante en una filmografía cargada de ellos, sino más bien uno hacia atrás: el tratamiento narrativo y el manejo de las referencias hacen que Django desencadenado no hubiera desentonado en absoluto como una obra de transición entre el festival pop de Kill Bill y el reciente interés de Tarantino por la experimentación metalingüística explícita que se inició en Death Proof, pues tiene algo de ambas etapas. Pero como paso posterior a Malditos bastardos, palidece. Nace ya superada. En otras palabras, ¿cuántas escenas de Django desencadenado merecerían ser recordadas en una antología global de la filmografía de Tarantino? Pues eso.

2. ¿Trilogía o repetición de fórmula?

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Nadie como Quentin Tarantino para inventar y sacarse hipotéticas secuelas de la manga de las que luego nunca se vuelve a saber. Ahora afirma que su próximo proyecto, todavía por decidir, será una nueva película encuadrable como cierre de una trilogía de revisión histórica iniciada con Malditos bastardos y Django desencadenado. Independientemente de que eso llegue a hacerse realidad (Tarantino nunca antes ha completado las trilogías que ha prometido, como la de los Vega Brothers o Kill Bill), lo indudable es que Django... tiene más de uno y dos puntos en común con Malditos bastardos, lo que suena a repetitivo y perezoso. Película de época, utilización de un género cinematográfico desprestigiado como revulsivo contra un genocidio histórico, luchas de poder e ingenio libradas en distintos idiomas, diálogos bien paladeados que sirven para tensar hasta el límite escenas de suspense, Christoph Waltz molando muchísimo... Sí, creo que me suena. Lo malo es que, en la mayoría de esos aspectos, Django desencadenado parece más bien un borrador, un ensayo, de lo que en Malditos bastardos funcionaba como un mecanismo de relojería. Compárese las respectivas escenas de tensión a la mesa o las explosiones de violencia finales.

3. A todo esto, ¿y Django?

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El cine de Tarantino siempre ha estado caracterizado por la naturaleza coral de sus historias, lo que no impide que su filmografía esté llena de personajes inolvidables y carismáticos hasta la médula. En Django desencadenado hay ejemplos de esto, desde luego, empezando por el Dr. King Schultz interpretado por Waltz y siguiendo con los antagonistas, Calvin Candie (Leonardo DiCaptrio) y, por supuesto, Stephen (Samuel L. Jackson). ¿Pero qué ocurre con Django (Jamie Foxx)? ¿Es posible que, pese a tener su nombre presidiendo el título del filme, Django sea uno de los personajes menos interesantes que ha escrito nunca Tarantino? Durante la primera mitad de la película, en la que como todavía acarrea su pasado de esclavo se mantiene tan mudo como la "d" de su nombre, no tiene nada que hacer frente al torrente retórico de Schultz, a quien se ve como el auténtico protagonista. En Candyland se le permiten algunos one liners intensos, como su encuentro con Franco Nero, pero cuando Waltz y DiCaprio desaparecen de la función... es notorio que el filme se desinfla con rapidez. Porque Django, en su momento de máxima eclosión y venganza final, simplemente no da la talla como personaje (y eso que estamos hablando de la forja de un héroe). Por no hablar de su bonita historia de amor con Broomhilda (Kerry Washington), una dama en apuros unidimensional cuyas principales tareas son aparecer en cursis visiones oníricas y desbaratar el plan de rescate.

4. "Adiós, Sally"

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Es una verdadera pena que la película más lineal de Tarantino desde Jackie Brown (e incluso más que aquella) haya tenido que ser la primera que no cuenta en la cabina de edición con su fiel montadora Sally Menke, quien falleció en 2010. Además de propiciar vídeos de tomas falsas tan encantadores como este, la conexión entre Tarantino y Menke era tal que el cineasta la consideraba como su "única, auténtica y genuina colaboradora". Fred Raskin, que ya trabajó como asistente de Menke en las Kill Bill, ha hecho frente a una gran cantidad de material y ha logrado dejar la película en 165 minutos, pero a Django desencadenado le aqueja un avance muy pesado, aunque principalmente se deba a un guión excesivamente prolijo. Además, la anecdótica aparición de ciertos personajes a los que se les adivina más importancia argumental de la que finalmente tienen (la forajida con pañuelo interpretada por Zoë Bell o la esclava escort de Candie encarnada por Nichole Galicia, por nombrar dos) no ayuda a ver la película como un conjunto bien cerrado y redondo.

5. Síndrome del cameo innecesario

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Y no me refiero al de Jonah Hill en el episodio cómico del Ku Klux Klan (quizás uno de los mejores momentos de la película, por inesperado y bien insertado), sino a la del propio Quentin durante el acto final. Guardarse ese papel de cowboy australiano de pésima interpretación (demonios, si hasta estaba mejor en la propia Django de Takashi Miike), por muy autoparódica que sea su liquidación, es una concesión al ego innecesaria que distrae más de la cuenta en una secuencia que, además, no es precisamente de las mejores escritas de la película y no está precisamente en su tramo más inspirado. Por lo tanto, todo mal. Si la Historia le debe un Oscar a una película de Tarantino, mucho mejor que sea a una en la que no tengamos que verle a él de esta guisa en las imágenes de resumen de la ganadora.

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