'Parchís: El documental' - Cómo sacarle los colores a un mito infantil

Sin ser una exhibición de atrocidades, la película sobre el grupo para niños más famoso del pop español desvela muchos puntos oscuros.
'Parchís: El documental' - Cómo sacarle los colores a un mito infantil
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¿Un apocalipsis nostálgico? ¿La demolición de tu infancia, si eres cuarentón? Pues tal vez sí… pero menos. Si bien Parchís: El documental dista de ser una colección de anécdotas horripilantes, sí revela que la carrera de ese grupo que enloqueció a los niños durante la Transición estuvo llena de puntos oscuros, anécdotas desagradables y tratos dudosos. Algo que siempre es predecible cuando la ecuación "niños + espectáculo" anda de por medio.

El filme de Daniel Arasanz para Netflix cuenta con testimonios de muchos de los implicados en la trayectoria de Parchís, pero no de todos: entre las ausencias destacan las de algunos niños que se incorporaron al grupo en su última época, y también la del productor Juan Pardo (aunque, dada su fama de gafe, lo mismo esto último es un alivio). Aun así, las declaraciones y el metraje de archivo nos ayudan a hacernos una idea de cómo fue pertenecer a este conjunto, creado por la discográfica Belter para sanear sus cuentas, que acabó convirtiéndose en uno de los mayores fenómenos de la historia del pop de habla hispana. Aquí te ofrecemos nuestras conclusiones tras haberlo visto.

La música es lo de menos

Esto ya se lo imaginará la mayoría, pero empecemos dejándolo claro: aunque Parchís grabasen discos por docenas, y aunque temas del grupo como la ubicua Cumpleaños feliz permanezcan en la memoria colectiva, de lo que menos se habla en el documental es de sus canciones. Como recuerda José Viruete, colaborador de CINEMANÍA, los temas de los peques estaban mejor producidos que los de muchos grupos españoles de la época, pero eso, según se nos desvela, lleva consigo su pequeño secreto vergonzoso: los miembros más jóvenes de Parchís no andaban sobrados de voz ni de oído, con lo que (como recuerda el productor Josep Llobell) durante las grabaciones se les reemplazaba por actrices especializadas en impostar voces infantiles.

Pequeños salvajes

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Una de las sorpresas que puede deparar Parchís: El documental es el hecho de que Joaquín Oristrell fuese el encargado de pastorear a los miembros del grupo durante sus giras: el director de Novios y guionista de Bajarse al moro se comió el marrón por ser primo de Yolanda Ventura, la ficha amarilla. Oristrell comenta que, cuando contactó por primera vez con Parchís, se topó con un ambiente más parecido a El señor de las moscas que al de algunas de las edulcoradas películas protagonizadas por el quinteto: las habitaciones de hotel en las que pernoctaban los chavales quedaban tan hechas polvo, o más, que las de The Who durante su época más destroyer, incluyendo muebles arrojados por las ventanas y llamadas al servicio de habitaciones para pedir lo más caro de la carta.

Kitsch ochentero a todo trapo

La mayoría de cosas que se cuentan en Parchís: El documental no son precisamente bonitas ni divertidas, pero hay algo que sí puede hacerte sonreír: las imágenes de archivo del grupo. De los monos de colores a los disfraces anime (cuando tocaba cantar Comando G, claro), el vestuario de la chavalada es como para agarrar un paralís, y hace juego perfectamente tanto con los decorados de los programas de TV en los que actuaban (entre ellos, los recordados Aplauso Tocata) como con el tono condescendiente de los presentadores y periodistas al dirigirse a ellos. Unos presentadores y periodistas cuya indumentaria, claro, merecería capítulo aparte.

¿Sordidez? Sí, pero menos

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Los buscadores de morbo saldrán insatisfechos de Parchís: El documental. Y no porque la cinta evite mencionar aspectos sórdidos de la trayectoria del grupo, sino porque se niega a describirlos con detalle. Yolanda Ventura recuerda cómo sus padres le aconsejaban que no se quedase a solas con señores en las fiestas de la discográfica. Y también se apunta a la afición de Tino Fernández (ficha roja) por haber ayuntamiento, no con las fans, sino más bien con sus madres. Asimismo, las referencias al alcohol y otros hábitos no aptos para menores existen. Pero, en general, ni se señala con el dedo ni se entra en pormenores. Lo único que queda es la sensación de que el grupo se movía en ambientes incompatibles con una adolescencia (y no digamos con una infancia) feliz.

Dinero, dinero, en mi cabeza constante estás

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Según deja ver el documental, la carrera de Parchís tuvo más que ver con un tema de Obús que con El twist de mi colegio. Buena parte del metraje se va en hablar de cuántos discos vendió el quinteto (14 millones) y de las millonadas ingentes que se recaudaron en sus giras por Argentina, Perú o ese México donde David Muñoz (el dado) vivió un amorío teen con Paulina Rubio. Pero, sobre todo, se plantean preguntas acerca de dónde fue a parar ese dinero: los tratos abusivos con las familias, la quiebra de la discográfica Belter (que algunos señalan como fraudulenta) y las particularidades del show business en el país azteca (pistolones incluidos) se unen para formar un relato cuya única conclusión es que muchos miembros del grupo se sienten estafados hoy en día. Y es difícil quitarles la razón.

Los padres, siempre a oscuras

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Salvo un par de excepciones, los padres de los miembros del grupo apenas intervienen en Parchís: El documental. Así pues, la perspectiva que sobre ellas ofrece el filme acaban resultando ambigua cuanto menos. Por un lado, tenemos las reclamaciones sobre el dinero que dejaron de cobrar. Por otro, Joaquín Oristrell les recuerda apuntándose a las giras de sus hijos como si fueran viajes 'todo incluido', firmando contratos sin hacerse asesorar y apartando la vista, hipócritamente, cuando sus hijos trabajaban 18 horas al día o daban conciertos en condiciones intolerables. La madre de Óscar Ferrer, la primera ficha azul, fue la única en denunciar esta situación… consiguiendo que tanto la discográfica como los otros padres la diesen de lado, haciéndole tomar la decisión de que su hijo abandonara el grupo.

Tino Fernández: El niño que pudo reinar

Según admite él mismo y recuerdan sus compañeros, el cantante principal de Parchís no debía ser un joven de trato fácil. Algunas de sus anécdotas (como esa discusión con su padre que atajó con las palabras "Esta casa la he pagado yo") recuerdan lo peligroso que es poner a un joven de 13 años en el ojo del huracán mediático. Para colmo, su deserción del grupo puso fin a un posible contrato con Disney que les habría convertido en estrellas internacionales. Y, pese a esto, su trayectoria posterior hace difícil no compadecerle: su carrera en solitario como teen idol en la estela de Pedro Marín o similares fue arrancada de raíz por la quiebra de Belter (y también, para qué engañarnos, porque canciones como Por primera vez causaban sonrojo). Para colmo, a finales de los 90 sufrió un accidente que casi acaba con su vida y a resultas del cual perdió un brazo. Irónicamente, ese siniestro consiguió algo que parecía imposible: que los excomponentes de Parchís volvieran a hablarse entre ellos.

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