[Berlín 2019] 'Elisa y Marcela': el matrimonio lésbico de Isabel Coixet

Natalia de Molina y Greta Fernández protagonizan la historia real de dos mujeres gallegas de principios del siglo XX que hicieron todo lo posible para vivir su amor en libertad.
[Berlín 2019] 'Elisa y Marcela': el matrimonio lésbico de Isabel Coixet
[Berlín 2019] 'Elisa y Marcela': el matrimonio lésbico de Isabel Coixet
[Berlín 2019] 'Elisa y Marcela': el matrimonio lésbico de Isabel Coixet

Tal vez nada en esta vida sea más importante que estar en el lugar adecuado en el momento justo. Con ese don de la oportunidad parece haber sido bendecida Isabel Coixet, cuya octava presencia en la Berlinale le valió una ovación que ahogó buena parte de la música que acompañaba a los créditos de Elisa y Marcela y que se repitió cuando la cineasta catalana subió al escenario a dar las gracias por tan acalorada -y sorprendente- recepción.

Y es que su última película, historia inspirada en unos hechos acaecidos en la Galicia de principios del siglo XX, esa una vindicación del matrimonio homosexual que quiere convertir la alambicada biografía de sus dos protagonistas en un ejemplo universal de resistencia, tesón y lucha por las libertades individuales de un colectivo doblemente oprimido (mujeres homosexuales). Más allá de lo inverosímil de una trama que incluye travestismos imposibles –conviene recordar aquí que la traslación a la pantalla de acontecimientos ocurridos en la realidad puede no sostenerse en el terreno de la ficción, sometido a lógicas diferentes– lo que convierte a esta producción de Netflix en una obra oportunista antes que oportuna son sus limitaciones formales.

Por más que uno se alineé en el bando ideológico que el discurso de Coixet plantea, es imposible comulgar con una puesta en escena que se nutre de los recursos propios del melodrama más acartonado, con la banda sonora de Sofía Oriana recordándonos qué y cómo nos debemos sentir en cada momento, como si las actuaciones de los personajes y un guion atiborrado de diálogos explicativos no fueran suficientes para iluminar el sentido de la comprensión de un espectadores a los que se quiere o poco atentos o con déficit emocional (quizás las dos cosas).

La lucha de Elisa (Natalia de Molina) y Marcela (Greta Fernández) contra un sistema y unas costumbres que les impiden vivir juntas, choca frontalmente con un uso del lenguaje cinematográfico que no confía en la libertad intelectual de una audiencia cuyo raciocinio necesita secuestrar empleando recursos que, de tan viejos, ni siquiera recuerdan a los grandes melodramas de los años 40, sino a películas de cuarta y quinta mano hechas para televisión que se limitan a aplicar una fórmula que se cree valida porque no tiene en cuenta la capacidad de aprendizaje de quien observa. Los problemas de Elisa y Marcela aparecen ya en un libreto plagado de clichés y con personajes limados de aristas –la Elisa de Natalia de Molina apenas tiene evolución– y continúan con una dirección de actores que parece insistir en la dicción monocorde de unas actrices cuya interpretación palidece cuando Manolo Solo entra en escena, ya en la última parte del filme, y se apropia de la pantalla.

La confusión fotográfica tampoco ayuda. Coixet quiere dotar de un aura maligna al adjetivo bonito y esa búsqueda de imágenes definitivas, que quieren ser hermosas para ser irrebatibles, se torna impostada (es, dicho de otro modo, publicitaria: como si la película necesitara aparecérsenos bella para que la compremos). A esa sucesión de estampas, y a una colección de metáforas que las meninges de quien esto firma no aciertan a comprender, hay que añadirle la utilización de los iris para dividir las partes de la obra y la introducción, en la parte final situada en Portugal, de insertos de textura documental que hasta entonces no habían aparecido, como si, de repente, fuera necesario ensuciar la película para que esa idea de álbum postal que nos perseguirá una vez terminada quede atenuada.

Elisa y Marcela sirve, pues, para constatar, al menos a partir de ese primer pase con público, que la elección de una temática en sintonía con el signo de los tiempos garantiza un impacto al margen de los valores artísticos de la obra. Elisa y Marcela demuestran no poder vivir la una sin la otra; sensación que una obra preocupada más por el qué que por el cómo, no logra hacernos llegar, por más que Coixet pueda no volver de vacío de la Berlinale.

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