Nadie tiene la verborrea, los diálogos rápidos y el humor inteligente de Las chicas Gilmore y su creadora Amy Sherman-Palladino:, , Lorelai: Por favor, Luke, por favor, por favor, por favor., Luke: ¿Cuántas tazas llevas ya?, Lorelai: Ninguna…, Luke: ¿Ninguna?, Lorelai: Cinco… ¡pero el tuyo es mejor!, , Así empezaba la serie allá por el 2000. Han pasado 20 años desde que Lorelai Gilmore (Lauren Graham) pidiera dinero a sus padres para poder matricular a su hija Rory (Alexis Bledel) en un prestigioso colegio. Sus siete años en antena dieron para mucho: risas, lágrimas, romances, discusiones, estudios, libros y, sobre todo, litros y litros de café para sus protagonistas.
Larry David se interpreta a sí mismo en una de las mejores comedias sobre la cotidianidad que ha dado HBO. No hay nada de lo que él y su irritante carácter (que siempre lo acompaña) no se hayan reído: la religión judía, las minorías raciales, miserias morales, muertes familiares, peleas con animales (aún duelen los golpes con el palo de golf a aquel cisne negro)... Por no hablar de su descacharrante encuentro con John McEnroe. Demasiado temperamento en un mismo coche... Y, para colmo, nos ha regalado una reunión de Seinfeld llena de pullitas.
Cuando tu hijo adolescente es el único sensato de tu familia, sabes que algo estás haciendo mal (y que tienes una sitcom familiar de éxito en tus manos). Frankie Muniz y sus neuróticos parientes sigue tan presentes en la vida de los espectadores millennial como hace 20 años, cuando los vimos por primera vez. Para los seriéfilos más 'puritanos', Bryan Cranston es el eterno Walter White. Pero para quienes crecimos con Malcolm, siempre será Hal. Imposible olvidar sus lecciones de patinaje.
¿Os acordáis de cuando a James Cameron le dio por mutar genéticamente a Jessica Alba? Qué tiempos aquellos. Creador de Dark Angel junto a Charles H. Eglee, Cameron no guarda muy buenos recuerdos de esta serie, su primera incursión televisiva, pero nosotros la recordaremos eternamente. Una Jessica Alba de tan solo 19 añitos se convirtió en estrella televisiva en la piel de Max Guevara, una heroína imbatible con su propio código de barras. Y tenía un sidekick muy particular, el ciberperiodista Logan Cale (Michael Weatherly), para poner orden en un mundo corrupto, ese que tanto le gusta plasmar a Cameron.
La serie que nos hizo soñar con ser policías cinetíficos, cuya sintonía poníamos de politono y que dio para varios spin-offs más (entre ellos uno en Miami, otro en Nueva York) llegó a la pequeña pantalla en el año 2000. Gil Grisson (William Petersen) y sus compañeros no se han librado de acusaciones sobre que su ficción da demasiadas pistas a criminales a la hora de cometer actos delictivos. Recordad, vándalos, nada de dejarse pelos en la escena del crimen.
Y hablando de influencias. Muchos se han referido a Coupling como la Friends británica, solo que con más tacones, con ese acento británico cargado de humor negro y con muchísimo más riesgo en sus tramas. Los amores y desamores de estos amigos treintañeros en Londres tiene, efectivamente, mucho de los líos de Chandler, Rachel y compañía, pero aquí nadie se muerde la lengua. No en vano la firma Steven Moffat (Sherlock).
De repente, MTV arrancaba el milenio en lo más alto gracias Johnny Knoxville, Bam Margera y su grupo de descerebrados en constante competición torturadora. ¿Que como acababa todo? Spoiler: con un sinfín de golpes y mucho dolor. Esta Humor amarillo extrema sometía a sus protagonistas a todo tipo de chaladuras, desde graparse los testículos hasta dispararse con chalecos antibalas. Un éxito pasado por infinidad de autolesiones que dio para varias películas y una nueva serie.
El comediante Dylan Moran (Zombies party) crea y protagoniza esta sitcom sobre un vendedor de libros británico que poco tiene que ver con el de Hugh Grant en Notting Hill. Bernard Black es más de insultar a sus clientes. Pese a estar casado con el cinismo y el pesimismo, le sobra carisma para que lo soporten Manny Bianco (Bill Bailey), Fran (Tamsin Greig) y los espectadores aficionados al humor británico más negruzco, ese que escuece pero sigue resultando placentero.