El proceso de creación de Psicosis (1960), además de ejemplificar esa lucha del ingenio creativo contra una industria temerosa de innovaciones sobre la que se ha construido Hollywood, revela cómo una de las películas más terroríficas de todos los tiempos también fue una tierna historia de reconciliación marital entre Alfred Hitchcock (esforzada mutación de Anthony Hopkins bajo las prótesis de maquillaje) y su mujer Alma Reville (Helen Mirren; ¿la auténtica protagonista del biopic?), compenetrados por una firme pasión compartida: orquestar con fina exactitud los alaridos del público a placer.
¿El cine o la vida? Truffaut tendía a poner al primero por delante de la segunda, aunque realmente ambos formaban una unidad indivisible. Su filme de cine dentro del cine, con él mismo como director de un melodrama rancio titulado Je vous présente Paméla, es quizás la visión romántica más benevolente con el sindiós que suele reinar detrás de las cámaras. ¿Demasiado naíf pese a sus estrellas quebradas, luchas de ego y libidos impulsivos? A Truffaut le costó la amistad con Godard; a veces, el cine acaba imponiéndose a la vida.
Kirk Douglas encarnó con magnética crueldad al megalómano brillante y embaucador que todo superproductor de la Era Dorada de Hollywood llevaba dentro. Su Jonathan Shields mantenía tantas similitudes con la figura real de David O. Selznick que el responsable de Lo que el viento se llevó mandó a sus abogados analizar con detalle la película de Minnelli, despiadado retrato del tejido humano de la industria que no escatima en guiños a figuras de la época, para asegurarse de que no había calumnias sobre él.
“Yo soy grande. Son las películas las que se volvieron pequeñas”. El (traumático) cambio de una era, del mudo al sonoro, se hizo cuerpo incandescente en Norma Desmond, símbolo de estrellas pasadas como Mary Pickford y Norma Talmadge.
Marcello Mastroianni es un cineasta falto de inspiración a quien Fellini usa como álter ego en un viaje introspectivo por sus obsesiones atravesadas por el cine, ese negocio que consideraba “macabro, grotesco; una mezcla de partido de fútbol y burdel”.
El perverso cuento de hadas/descenso a los infiernos de la inocente actriz aspirante encarnada por Naomi Watts conecta actualidad y pasado con el musical fifties a cuyo casting se presenta. Dos tiempos, el mismo Hollywood podrido de siempre.
La última película de Kazan, con Harold Pinter al guión rematando un Fitzgerald inacabado, hace de Robert De Niro un reflejo de Irvin Thalberg como productor temperamental zarandeado por presiones sindicales y flechazos de amor condenados.
DiCillo firma esta comedia sobre la industria del cine, donde Nick, un director con mucha paciencia, pone todo su empeño en sacar adelante una película independiente pese a los contratiempos y los líos amorosos que surgen en el transcurso del rodaje.
Michelle Williams se mete en la piel de la rubia de oro de Hollywood durante el rodaje en Inglaterra de El príncipe y la corista. Un joven Eddie Redmayne reconvertido en ayudante de producción será testigo del choque de egos y la tensa relación entre Sir Laurence Olivier (Kenneth Branagh) y Marilyn.
Fritz Lang es la estrella invitada y supuesto director de una adaptación de la Odisea que, en explosivo Technicolor, muta hasta dramatizar la tormentosa relación de Godard con Anna Karina, usando a Michel Piccoli y Brigitte Bardot de avatares.
Artistas con ínfulas, parásitos del negocio cinematográfico, accidentes mortales en rodajes descontrolados... Un retrato alucinado del Hollywood de los años 30 tan cruelmente despiadado como fascinante.
Aunque Orson Welles da para una serie a rodaje conflictivo por temporada, HBO se centró en el de Ciudadano Kane (1941) en esta TV movie con Liev Schreiber como el cineasta que buscó las cosquillas de W. R. Hearst sublimando el séptimo arte.
Más una fábula sobre la pasión impetuosa inasequible al fracaso que una visión veraz sobre el director de Plan 9 del espacio exterior (1959), Burton sobre todo quiso reflejar su admiración hacia Vincent Price con la relación entre Wood y Bela Lugosi.
El propio Allen interpreta a Val Waxman, un olvidado director con dos premios Oscar, al que la vida brinda una segunda oportunidad. Su ex-mujer (Téa Leoni) le propone dirigir una superproducción, pero justo antes de comenzar el rodaje, se queda ciego. Val, dispuesto a seguir con el proyecto, decide ocultar su ceguera a todo el mundo.