No había visto más de 10 películas ni sabía cómo se dirigían, pero en 1954 Agnès Varda rodó una ópera prima que se anticiparía al invento de la Nouvelle Vague por parte de Cahieres du Cinèma. Montada por Alain Resnais, supuso la entrada de esta fotógrafa de la Compañía Nacional de Teatro en el Olimpo del cine francés.
Producida por el productor de Al final de la escapada Georges de Beauregard, en Cleo de 5 a 7 la cámara de Agnès Varda acompaña a una corista interpretada por Corinne Marchand durante dos horas de su vida en las que piensa que puede estar enferma. Al afrontar este gran temor comienza a mirarse a sí misma y descubre que hasta entonces ha sido una niña manipulada por los hombres, algo que Varda cuenta a través de los múltiples espejos en los que se refleja. Incluye el corto Les fiancés du pont Mac Donald protagonizado por Jean-Luc Godard y Anna Karina.
Criticada por las feministas de la época, La felicidad contaba el affaire con otra mujer de un hombre feliz. Jean-Claude Drouot era el protagonista junto a su familia real en este filme sobre la fuerza del deseo que Varda se planteó desde el principio como una pintura impresionista.
Atrapada en casa durante el primer año de crianza de su hijo Mathieu, Agnès Varda decidió reconvertir esa limitación creativa en una nueva película. Tiró un cable eléctrico de 80 metros desde su casa y decidió que rodaría un documental dentro de ese margen. El resultado es este retrato de los vecinos de su barrio, tenderos de la rue Daguerre en el distrito 14º de París.
Película que va de las sombras al color y a la luz, Una canta, la otra no recrea la amistad de dos mujeres en la Francia de la segunda mitad del siglo XX. Primer filme expresamente feminista, introduce un atrevido concepto, el de la felicidad de ser mujer, alejado de la queja y el revanchismo muchas veces instigado desde el movimiento.
Su hijo Mathieu interpretaba al hijo de la protagonista, a la que daba vida Sabine Mamou, su montadora habitual. Rodada en Los Ángeles –segunda casa de Agnès Varda desde que acompañase a Demy en los años 60–, Documenteur es la historia de una madre recién separada con ecos a la propia separación de Varda y Demy. Hace buen programa doble con el documental Mur Murs, sobre los murales de Los Ángeles.
Agnès Varda conoció al director Jacques Demy presentando La Pointe Courte en un festival. Se casaron pocos años después, se compraron un molino en la isla de Noirmoutier y compartieron prácticamente toda su vida. En 1991, enfermo de VIH, el director de Los paraguas de Cherburgo comenzó a escribir las memorias de su infancia con el fin de dirigir una película sobre ellas. Al no verse con fuerzas, fue Agnès Varda quien las rodó en este precioso collage de imágenes sugeridas y recuperadas de la filmografía de Demy que es, a su vez, un homenaje a la cinefilia.,
Con 72 años, Agnès Varda se hizo con una cámara digital y recorrió Francia para retratar a los recolectores modernos. Recuperando a las campesinas inmortalizadas por Millet, Varda captura a la gente que recoge cosas: vagabundos, artistas, gente que pasa hambre y, por supuesto, directoras de cine que, con un pequeña cámara digital, capturan las historias de los demás.
Después de tantos años mirando y retratando la realidad que la rodeaba, tocaba contarse a sí misma. Un documental obligatorio para los amantes de Agnès Varda y, por supuesto, del mejor cine.
En su última película que se estrena el 25 de mayo, Agnès Varda une fuerzas con el artista y fotógrafo JR y vuelve a la carretera. Si Los espigadores y la espigadora era una excusa para retratar a la gente anónima de Francia, Caras y lugares va un paso más allá y cuelga sus retratos ampliados en tamaño XL de sus casas y otros lugares. Alto riesgo de emoción.