Sherlock Holmes: Juego de sombras

Guy Ritchie y Conan Doyle pactan un encuentro de altura para una aventura con más sabor y menos desparrame.
Sherlock Holmes: Juego de sombras
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Sherlock Holmes: Juego de sombras

A Sherlock Holmes siempre le fue la marcha. Se equivocan los que imaginan al detective de Baker Street como un gentleman de club de fumadores, pantuflas y té con scones. El tío era un excéntrico de tomo y lomo. Y le iba la marcha: la poca que hubiese en el Londres victoriano, ahí estaba él, que se metía hasta el gas de las lámparas. Díganle eso a Guy Ritchie, que no necesita que le animen, y entenderán lo que hizo en la primera entrega de este nuevo Holmes para el cine. El desparrame. Un auténtico chute de acción y vértigos.

A esta segunda parte, Ritchie ha llegado con el mismo brío pero con ganas de cortar la hemorragia de furores adrenalínicos. El trabajo principal, el de romper con la imagen adusta y apolillada del Holmes intelectual en bata de boatiné ya estaba hecho. Ha aprovechado el final de aquella guerra para recoger los muertos de la anterior batalla y curar a los heridos. El repliegue le ha hecho fuerte, porque en lo suyo es invencible, pero además le ha añadido a la nueva aventura los elementos suficientes para que la cosa no se le fuese (aún más) de las manos. Hay más Conan Doyle en este Juego de sombras. Y la evolución del personaje lo necesitaba. No podíamos dejarlo morir en una reyerta bullet time cualquiera: había que llevar a este Sherlock Holmes a alguna parte, aunque fuese al abismo.

Moriarty es la clave. Un enemigo a la altura del mito, sin chorradas ni afectaciones de villano barato, que levanta la función ya desde su extraordinario encuentro con Irene Adler (Rachel McAdams). Es cierto que luego está Mycroft, y hay escenas de trenes con puntualidad británica, y sale París, y el imperio austrohúngaro y hasta una conspiración internacional de opereta. Pero es Moriarty y su cascada (¡oh, la cascada de Reichenbach! ¡Oh, El problema final!) la mejor manera de atar los machos de Robert Downey y su pareja de hecho Jude Law y de ganarlos para la causa de una película de colegas con resaca. Probablemente, nunca Guy Ritchie estuvo tan cerca de un libro. Estética, espiritual y literalmente.

Si la primera película dejaba (aparte de la BSO de Zimmer retumbando gozosamente en la cabeza) la sensación de dos mundos paralelos: la imaginería victoriana (tamizada por cierto retrofuturismo) por un lado y los mundos del yuppie Guy Ritchie por el otro; aquí Ritchie encuentra el encaje perfecto de su particular devocionario frente a la leyenda de Holmes: la gitanidad, el mundo romaní de Snatch, a la manera pop tintinesca de Las joyas de la Castafiore, reúne en la figura de Noomi Rapace lo mejor de ambos universos. Ese encaje, más articulado, con esas peleas previsualizadas aún más interiorizadas y el ritmo más medido, hacen que uno siga viendo futuro a esta relación incluso después de la despedida de soltero del Dr. Watson.

CARLOS MARAÑÓN

Valoración:

FICHA TÉCNICA

Sherlock Holmes: Juego de sombras
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    El mejor detective del mundo y su inseparable Watson se enfrentan al Profesor Moriarty, el nuevo rey de los bajos fondos de Londres, en un caso que les hará viajar por toda Europa.

  • RESUMEN: Guy Ritchie y Conan Doyle pactan un encuentro de altura para una aventura con más sabor y menos desparrame.

  • ESTRENO: 05/01/2012

  • [Sherlock Holmes: Game of Shadows] Acción, Intriga / EE UU, Reino Unido / 2011 / Director: Guy Ritchie Reparto: Robert Downey Jr., Jude Law, Noomi Rapace, Jared Harris, Rachel McAdams, Stephen Fry Guión: Kieran Mulroney, Michele Mulroney Música: Hans Zimmer

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