OPINIÓN

Mis clásicos: ''La perla' (1947)

Mis clásicos: ''La perla' (1947)
Mis clásicos: ''La perla' (1947)
Mis clásicos: ''La perla' (1947)

Siempre he pensado que los relatos cortos pueden originar grandes películas, sobre todo porque la duración de un filme normal no permite contenidos muy complejos. La perla es un ejemplo clarísimo. El relato breve de John Steinbeck pedía a gritos una versión cinematográfica (esto ocurre también con los más preclaros escritores americanos del siglo XX, desde Hemingway a Dos

Pasos, desde William Saroyan a Dashiell Hammett).

La perla es como una parábola y el director mejicano Emilio Fernández, uno de los más grandes creadores del cine azteca, que había mamado en Que viva Méjico, de Eisenstein y profundizado

en el alma india más que ningún otro director de cine, hizo media docena de filmes de una belleza insuperable ahondando en el alma y los sentimientos del pueblo mestizo de Méjico. Su cine era lento, pausado, un verdadero reflejo del alma de aquellos indios colonizados y sojuzgados durante siglos por los españoles. Tuvo la suerte o la genialidad de rodearse de un grupo de técnicos, mejicanos todos ellos, de una calidad excepcional y de unos actores que trasmitían veracidad, fiereza y ternura: Armendáriz, Columba Domínguez, Roberto Cañedo, los tres hermanos Soler y otros muchos.

No había ni el menor asomo de grandilocuencia o pedantería. Nos parecía asistir a unos jirones de vida jalonados por la guitarra de Antonio Bribiesca, que acompañó al ‘Indio Fernández’ durante años como un técnico más, y se sentaba sobre una piedra e improvisaba aquella música extraordinaria que inspiraba a Emilio para todo el día de rodaje.

Emilio, aunque él no lo supiera, era discípulo de Eisenstein y de John Ford (trabajó de ayudante con los dos). Creo que no se entendieron nunca, ni falta que les hacía. Existía una comunicación mágica entre ellos. La misma inspiración formal, la misma profundidad en el montaje, el mismo amor por las imágenes, el mismo talento. Orson Welles pertenece también a esta escuela de “iluminados” que siguiendo sus feelings alcanzan sin esfuerzo la cumbre de la belleza cinematográfica. Pero en su caso, llegó a la casi perfección no por “inspiración divina” sino por una formación cultural de primera clase. Poco importa, el resultado es el mismo o muy parecido.

Intuitivo, en el caso de Emilio, de una gran sabiduría en el caso de Orson Welles.

Es divertido el recuerdo de dos de los hombres esenciales de la Historia del cine abordando la creación cinematográfica de la misma manera. Emilio con Bribiesca, Welles con Shakespeare. No es casualidad que aquellos dos “monstruos” admiraran al que consideraban su maestro: John Ford, como inspirador de su obra. Dos puntos de vista extraordinarios sobre ese folclore que es para nosotros los del cine, origen de la creación. Yo le pregunté a Emilio cuál era el secreto de su cine: “Que la gente se mire fijamente a los ojos, que ellos nos contarán la verdad profunda de su historia”. Sin palabras. Con una música sencilla, cuasi nada, como diría Vinicius de Morais.

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