Carlos Marañón Fútbol y cine
OPINIÓN

Lo que no cuenta 'Blackthorn': el hijo de Butch Cassidy era árbitro

Lo que no cuenta 'Blackthorn': el hijo de Butch Cassidy era árbitro
Lo que no cuenta 'Blackthorn': el hijo de Butch Cassidy era árbitro
Lo que no cuenta 'Blackthorn': el hijo de Butch Cassidy era árbitro

El fútbol llegó tarde al western. Una lástima. Imagínate esos pueblos del Lejano Oeste dirimiendo sus duelos a penales en lugar de a balazos de Colt. O Los siete magníficos convertidos en un equipo de 11 por la magia del balón, u obligados a cambiar de denominación por el copyright de los magníficos de la gloriosa delantera zaragocista. Así las cosas, hasta el Grupo salvaje de Peckinpah sería una defensa que ríete tú del Granada de los 70 en Los Cármenes. Pero no. Sólo un tipo duro consiguió juntar algo parecido al fútbol y al Far West, pero en la Patagonia. Osvaldo Soriano (1943-1997), ese escritor con alma de delantero centro rematador, ambidiestro y corajudo, llevaba la esencia del western a sus relatos sobre fútbol (Booket editó hace poco la mejor selección de sus relatos balompédicos, completando la que Mondadori editó hace unos años con las Memorias del Míster Peregrino Fernández al frente), en los que en realidad contaba lo que había vivido como centrofóbal en los campos de las inferiores de la Argentina profunda y alejada de Buenos Aires con las palabras adecuadas para convertirlo en un territorio mágico, entre sagrado y cachondo.

Quizá porque decir Bolivia me recuerda más a Italia’90 que a peli de vaqueros o tal vez porque ni llueve ni suena el Raindrops keep falling on my head de Burt Bacharach, el estreno de Blackthorn (segundo largometraje de Mateo Gil tras Nadie conoce a nadie) me ha devuelto antes a los relatos de Osvaldo Soriano que a Dos hombres y un destino (1969), la película de Paul Newman y Robert Redford cuya historia recoge para seguir la pista en Bolivia de Butch Cassidy, el mayor de los dos atracadores a los que dábamos por muertos en la película de George Roy Hill. Blackthorn es una película muy digna (aquí tenéis la crítica), pero tiene más intención que factura de western: el caso es que Cassidy está vivo, y tras muchos años haciendo fortuna limpiamente con la cría de caballos, quiere volver a EE UU. Más aún: el triángulo amoroso que se intuye en Dos hombres y un destino adquiere aquí todo su significado: Blackthorn nos cuenta que el personaje de Katharine Ross en la película norteamericana, la chica del trío, vuelve a su país embarazada, pero no de Sundance Kid (Robert Redford), sino de Butch Cassidy, ahora interpretado por el gran Sam Shepard, quien, y no cuento más de la trama, escribe a su supuesto hijo con la esperanza de volver a verle. Hasta que aparece Eduardo Noriega (futbolero y racinguista, por cierto).

Nada de eso, amigos. Aunque el cine quiera engañarnos gratamente con una mentira piadosa y estéticamente justificada, el fútbol nos acerca la verdad más polvorienta. ¿Y saben por qué? Porque el hijo de Butch Cassidy se quedó en América y se hizo árbitro en la Patagonia. Se llamaba William Brett Cassidy (no sabemos si Brett es nombre o apellido, pero en todo caso los colegiados necesitan dos apelativos tras el nombre de pila) y para más inri dirigía los partidos con revólver y leía a Espinoza: se atrevía incluso a sentarse en el medio de la cancha a explicarles a los jugadores su filosofía. Tampoco lo sabe casi nadie, pero el hijo de Butch Cassidy fue el héroe del Mundial de 1942, el campeonato del mundo secreto que las potencias, con Perón al frente, prefirieron dejar en el olvido porque ganaron los indios mapuches (con la inestimable ayuda de Cassidy) frente a un fortísimo combinado alemán, formado por unos electrotécnicos nazis que fueron a montar la línea telefónica entre el Atlántico y el Pacífico.

“La gente de esos parajes lo creía ecuánime porque llevaba una bolsa de libros y en los partidos nunca expulsaba a un jugador sin presentarle excusas, aun si después le disparaba un balazo a los pies. (…) Aparte de los que se veían en las películas, Cassidy era el único cowboy en un país de gauchos”.

Más verdad que el Evangelio. Palabra de Osvaldo Soriano.

P.S. Encontraréis completa la descacharrante historia de este trencilla iluminado en los recomendabilísimos relatos El hijo de Butch Cassidy, Final con rojos en Ushuaia y Últimos días de William Brett Cassidy.

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