Carlos Marañón Fútbol y cine
OPINIÓN

Elogio del sucedáneo: 'Un juego de caballeros' ('The English Game')

Elogio del sucedáneo: 'Un juego de caballeros' ('The English Game')
Elogio del sucedáneo: 'Un juego de caballeros' ('The English Game')
Elogio del sucedáneo: 'Un juego de caballeros' ('The English Game')

Señalado como el más futbolero de los Beatles por aquel dibujo que hizo con 11 años de la final de Copa del 52 y que, aunque no jugó el Liverpool, terminó en la portada de su Walls and Bridges, John Lennon estaría de acuerdo: el confinamiento es eso que nos pasa mientras estamos ocupados haciendo planes. Los de la vuelta de la Liga me están haciendo sentir la misma indulgencia de cuando trazaba mis absurdos propósitos de estudio ante los exámenes de junio. Si entonces el problema era la procrastinación del zangolotino que se saltaba el planning con cualquier chorrada, hoy es la dolorosa obstinación de la pandemia.

No me fío ni de mis propios planes, por eso estoy llenando el encierro de sucedáneos del fútbol. Empezando por mí mismo, sin eco en las canchas, sucedáneo de columnista deportivo. Y continuando por esa competición por reanudar sin aficiones, sin ambiente, sin alma, pero manteniendo el negocio, sucedáneo del deporte antes conocido como fútbol, abandonado en los campos de Segunda B para abajo.

Los sucedáneos siguen dándome aire en el día a día con tres pequeños en casa: en las partidas de cartas Adrenalyn, dando toques en el pequeño patio del bajo donde vivo, en el invento de subbuteo con Lego (¿Legguteo?) al que jugamos, en el podcast de la Libreta, en los carruseles que aguantan el fin de semana, en el Vintage de Paco Grande en Teledeporte, releyendo a Enrique Ballester en Barraca y tangana. El fútbol sigue latiendo incluso en la ficción. Otro de mis sucedáneos es Un juego de caballeros (The English Game),serie de Netflix que promete más de lo que da, un sí pero no para el futbolero irredento que ve cómo las cuitas balompédicas compiten con el melodrama low cost, una especie de Hombre rico, hombre pobre ambientado a finales del siglo XIX. Sin embargo, su sencillez explica bien el origen íntimo y social de todo esto. Auténticos, Suter y Kinnaird aprobarían lo que pasa en mi casa estos días. A los genios que descubran la coronavacuna no podemos tardar tanto en recordarles como a los pioneros que alumbraron el juego que sigue salvándonos la vida todos los días.

Artículo publicado el 4 de abril en AS

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