Por qué 'True Detective' T2 es mucho mejor de lo que piensas

Ahora que ya hemos podido reposar la segunda entrega de la serie detectivesca más comentada de la TV actual toca resaltar sus virtudes frente a tanto ataque desproporcionado.
Por qué 'True Detective' T2 es mucho mejor de lo que piensas
Por qué 'True Detective' T2 es mucho mejor de lo que piensas
Por qué 'True Detective' T2 es mucho mejor de lo que piensas

La segunda temporada de True Detective acabó con un sonoro y largo (85 minutos) episodio final que poco hizo por cambiar el grueso de las opiniones vertidas sobre esta etapa del show de detectives de Nic Pizzolatto. La sensación general, a juzgar por los exabruptos vertidos en redes sociales y la enorme cantidad de artículos que los medios han dedicado a decir lo que fallaba y qué se debería cambiar en el caso de que la HBO decidiera seguir adelante con una tercera temporada, no ha sido muy favorable. Ni por asomo como la que encumbró a la primera temporada al estatus de objeto cultural de culto.

¿Pero de verdad se merece tanto odio e, incluso, llamamientos al hate watching –ver algo sólo para burlarse de ello– este relato criminal sobre corrupción policial, corrupción urbanística, trata de blancas y lo difícil que es pillar 3G en los bosques de California? A continuación exponemos algunos motivos por los que la segunda temporada de True Detective es, en realidad, mucho mejor de lo que piensas y no tiene nada que envidiar en calidad a la primera.

Su atmósfera pesada

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Quizás el principal rasgo etilístico de True Detective como contenedor de historias policiales autoconclusivas y desvinculadas. Ese plus de pesadumbre y enrarecimiento que aportaban las lagunas de Louisiana a las pesquisas investigadoras y peroratas filosóficas de la primera temporada han sido eficazmente sustituidas en esta ocasión por una igualmente fatalista sensación de opresión urbana y muchos, muchísimos planos aéreos de circunvalaciones, zonas industriales y tráfico impasible dentro de una California de extensión plana e inabarcable pero entrelazada por una madeja de redes de conexión tan compleja como la conspiración irresoluble que investigan los protagonistas. El tono, a medio camino entre la letanía doliente y la profecía amonestadora, se mantiene consistente pese al cambio de modelo de un único director a varios.

Sus interpretaciones fatalistas

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Colin Farrell, Rachel McAdams, Vince Vaughn Taylor Kitsch tenían ante sí el difícil reto de ponerse a la altura de Woody Harrelson y Matthew McConaughey; sobre todo del último, que convirtió el quebrado pesimismo misántropo de Rust Cohle en epítome de su renacimiento actoral. El caso es que aquí Pizzolatto parece haber repartido diferentes pasados traumáticos y problemas paternos entre los personajes como única forma de leve diferenciación. Eso dejaba poco espacio a matices, pero Farrell y McAdams han sabido sacar oro dramático de los momentos más intensos y puramente emocionales de, respectivamente, Velcoro y Bezzerides, pasando de puntillas por los más cercanos a la autoparodia (Farrell y su hijo, McAdams y su padre). Vaughn tenía un complicado giro de 18o grados por delante, del que ha salido reforzado en la mayoría de ocasiones; su personaje era antipático y en caída constante, pero la calma violenta y los diálogos tensos a dos bandas los llevaba muy bien. En cuanto a Taylor Kitsch, digamos que sus intentos por canalizar una suerte de Michael Shannon acatarrado han sido... interesantes.

Sus sentencias grandilocuentes

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Sí, este es uno de los aspectos que más se han criticado de la segunda temporada: la alta densidad de grandilocuencia y retorcimiento verbal en boca de los personajes. Sin embargo, una vez que sabemos a lo que hemos venido a jugar –y cualquier espectador de True Detective, la serie que convirtió una frase como "el tiempo es un círculo plano" en meme y frase de estado de WhatsApp, debería saberlo de sobra– su indiscriminada aparición se convierte en uno de los mayores atractivos del avance de la historia. La deuda de Pizzolatto nunca ha sido con la realidad o el lenguaje coloquial, sino con una retorcida digestión existencialista del noir. Por eso es una delicia escuchar a un tipo como Velcoro, quien en el primer episodio amenaza a un chaval con "follar por el culo a su padre con el cuerpo decapitado de su madre", ponerse a hablar como si tal cosa de un "mundo sublunar". La afición al monólogo sombrío y los diálogos susurrados –medalla de oro para Kelly Relly en esta categoría– siempre han sido los principales engranajes de la serie; si quisiera acción de primera y frases secas me pondría un episodio de (la magnífica) Banshee, ¿no?

Su continuidad musical

Aunque no le llegue ni a la suela de los zapatos al despliegue de talento, recursos y atrevimiento de lo que ha estado haciendo mientras Brian Reitzell para Hannibal, la labor de T Bone Burnett como compositor y asesor musical ha vuelto a ser sobresaliente en la segunda temporada. Empezando por la nueva canción de apertura –Nevermind, del Leonard Cohen más seco y con letra cambiante según el contenido de los episodios– y siguiendo con las canciones de Lera Lynn a la guitarra en ese bar imposible, casi un espacio mental, hasta el resto de temas que suenan a lo largo de los episodios, como el envolvente e intenso fragmento de la Harmonielehre del minimalista John Adams que suena durante la secuencia de la orgía.

Su desnudo creativo

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¿Cómo hay que tomarse a un tipo que pone Antígona (Bezzerides) de nombre a la protagonista femenina de su serie? ¿Es un inteligente narrador que se toma muy en serio las capas de lectura de su trabajo o un listillo que se pasa de vueltas? Sea cual sea la opción preferida por el espectador, lo que ha quedado claro es que True Detective es una creación enteramente suya. Pizzolatto manda en su cortijo, como le quedó claro a Cary Fukunaga. Y todo lo que vemos en True Detective lo ha volcado él con completa libertad y seguridad en el material. Puede haber decisiones controvertidas, que no compartamos –si no hay ganas de profundizar en tanto personaje no hacía falta que hubiera cuatro protagonitas, hombre– o que sonrojen al evidenciar la búsqueda de referencias –hola, Judex–, pero el resultado es la plasmación del torrente creativo de uno de los autores más interesantes de la televisión actual, dando su visión sobre determinado género sin cortapisas. Pizzolatto es True Detective. True Detective es esto. Eso no significa que tenga que gustarte.

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