'The Wire': milagro en Baltimore y en la historia de la televisión

[SPOILERS DE 'THE WIRE'] ¿Cabe una ciudad entera en una serie? Tras ver lo que David Simon hizo con la urbe más grande Maryland, podemos responder 'sí'.
'The Wire': milagro en Baltimore y en la historia de la televisión
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'The Wire': milagro en Baltimore y en la historia de la televisión

A David Simon, creador de The Wire, se le conocen muchas virtudes y un llamativo ‘defecto’: nunca deja de gruñir. Cualquiera que le haya entrevistado más de una vez y tenga un mínimo de familiaridad con este tipo de Baltimore sabe que una de sus frases favoritas a los periodistas con los que repite es “no esperes que sea simpático: no estoy de humor”. Sin embargo, y probablemente por esa misma razón, las charlas con Simon nunca son de compromiso y rara vez repite la misma articulación de palabras, como si se exigiera a sí mismo algo más que una respuesta estándar.

“Si me preguntas algo estúpido te contestaré una estupidez; si me preguntas algo inteligente intentaré estar a tu altura” dijo una vez, preguntado por esa fama de señor irascible. Orgullosamente calvo, amante de la buena comida (leyendas de la gastronomía mundial como Anthony Bourdain y David Chang forman parte de su círculo íntimo) y fanático del béisbol, este hijo predilecto de la izquierda estadounidense, que se reunió en la Casa Blanca con Barack Obama cuando este formó un comité especial para luchar contra la proliferación del tráfico de drogas, es temido y odiado a partes iguales por los poderes fácticos de su país, a los que abofetea cada vez que tiene ocasión.

Simon es el inventor de The Wire. Se ha dicho tantas veces que hasta cuesta repetirlo, pero su ascendencia sobre la edad de oro de la televisión es indudable. Formó con David Chase (Los Soprano) y David Milch (Deadwood) uno de los triunviratos más recordados de la historia del arte catódico y su huella –pocos pueden negarlo– es indeleble. Suya es la frase “que se joda el espectador medio” cuando se le preguntó por aquello tan trillado de “¿no pide mucho The Wire al público?”.

“No dije eso… bueno, lo dije pero no así. Lo que dije fue que si un tipo no puede esperar a comerse sus malditas palomitas y a mear durante los 50 minutos que dura un episodio, pues que se joda, que vea otra cosa. Si está dispuesto a remar conmigo yo le daré un trabajo hecho a conciencia. Que luego le guste o no es otra cosa. ¿Pero el de las palomitas? Ese sí, que se joda” explica mientras con la mano izquierda dibuja en el aire el signo del ‘que te den’, con la palma extendida hacía arriba, como mandan los cánones.

Guerra en la sala de guionistas

Los escritores George Pelecanos, Dennis Lehane y Richard Price, pretorianos de Simon, explican infinidad de anécdotas sobre su trabajo con él, y la mayoría tienen que ver con “la sala de guerra”, el nombre que se otorgó al cuartucho donde Pelecanos, Lehane y Price, junto con Ed Burns, parían los episodios de The Wire. “Tío, he estado en muchas salas de guionistas, con los mejores del gremio, pero allí no había piedad. Llegabas de casa y soltabas lo que para ti era una idea cojonuda y se hacía un silencio... Hasta que alguien decía (normalmente David): ‘No oía una mierda así en años, para soltar esa porquería te podías haber quedado en casa” cuenta Lehane de aquellos años en los que solo veían The Wire sus padres y los vecinos de Simon, y añade: “Eso sí, le hacíamos lo mismo a él. Nunca había dicho tantas veces ‘eso es una puta mierda, tío (risas)”.

The Wire llegó a Europa, se convirtió en una serie de culto en el Reino Unido, Francia, Alemania y –por supuesto- en España. Los dvds se vendían por decenas de miles y el rebote llegó a HBO, que apostó por dar luz verde a una cuarta y una quinta temporada. “The Wire no existiría sin vosotros, muchachos, sólo una vez que se convirtió en un éxito en el viejo continente empezaron a hacernos caso en casa” explica Simon con una sonrisa de tres cuartos.

'The Wire': milagro en Baltimore y en la historia de la televisión

Pero antes de ser el padre televisivo de los policías y los camellos de Baltimore, Simon se pasó una década molestando a todo el mundo desde su tribuna de periodista de investigación, rematando la jugada con uno de los mejores libros sobre procedimiento policial y periodismo de investigación jamás publicados: Homicidio. “No echo de menos esos tiempos, porque estuve allí, pero reconozco que hubo momentos en que disfruté molestando a todos esos tipos con corbata” dice. “Pero no volvería, me gusta lo que hago: la ficción es una herramienta muy poderosa y en televisión he aprendido muchas lecciones valiosas sobre la cultura o la política. Además, llevo mucho tiempo haciendo lo que me da la gana y eso es complicado en el mundo del periodismo”.

“The Wire es una cruzada”, decía Margaret Talbot, periodista del New Yorker, cuando la tercera temporada asomaba el morro, en la que fue la primera de centenares de críticas que hablaban de ‘obra maestra’. Muchos recuerdan el editorial de Bill Keller, todopoderoso editor del New York Times, advirtiendo a HBO de que no se atrevieran a cancelar la serie, cuando se daba por hecho que la cadena iba a fulminar aquella historia de polis y traficantes que no veía ni el tato. La serie fue renovada para que pudiera completar su ciclo primigenio y entonces pasó: todos empezaron a hablar de McNulty y de Omar, el policía borrachín y el ladrón con alma de Robin Hood. La riqueza de los diálogos, la profundidad del análisis del tráfico de drogas y su capacidad para no caer en ningún tópico. “Cuanto más específico, más universal”, decía Simon.

El reventón de The Wire, catapultado al inconsciente colectivo por millones de fans de todo el mundo, fue también la confirmación de que la audiencia no necesita “el maldito carrito de los helados. Dales algo bueno y lo comprarán” y su audacia conceptual inspiró no pocos subproductos, imitaciones de todo tipo que aún pululan por el mundo. Sin embargo, el secreto de esta joya del arte moderno es su falta de inhibiciones. En la serie se toca con las yemas de los dedos la podredumbre vertical que recorre las cadenas de mando de la política, donde nadie tiene más interés que cocinar las estadísticas. Contra ese vicio basado en la irrelevancia, Simon se planta en la calle y visualiza el universo de la droga de la única manera posible: sin piedad.

"Así es la vida, tío"

La serie, que puede ser analizada del derecho y del revés, que ha inspirado cursos en universidades e interminables artículos (algunos sesudos, otros menos), jugó además en una de las ligas más peligrosas de la ficción: el reparto coral. The Wire tenía tan poco de típica, que ni siquiera tenía un protagonista, sino más bien 50. Y estaba tejida con tanta habilidad que uno olvidaba por completo el personaje que había desaparecido durante cinco episodios. Eso y un reparto trabajado hasta la extenuación y que puso de moda aquello de “no te enamores de ningún personaje” mucho antes de la llegada de Juego de tronos.

Es célebre aquella historia que sitúa a Idris Elba arrancándose a tortazos con Simon y compañía en el set de la serie cuando acababa de leer en el guion que iban a liquidarle. Un relato verosímil, pero que no confirma ninguno de los implicados y que Simon comenta con algo de coña: “Nunca decíamos a los actores si iban a vivir o morir, simplemente les dábamos el guion cuando llegaban al plató. No nos gustaba matar a nadie pero así es la vida, tío… y algunos se lo tomaban peor que otros. Ya sabes”.

The Wire sigue siendo, 15 años después, una piedra angular en el proceso que acabó creando una adoración universal por la ‘televisión de calidad’. Nada se entendería sin su arrojo y su capacidad para crear un submundo sin alienar al espectador, alentando esa filosofía de fuego lento que no escatima palabras pero que tampoco las utiliza de forma banal. Sus cinco temporadas acaban con una reflexión sobre la imposible voluntad de alterar el determinismo que rige en la jungla de asfalto, donde el final se dicta antes de empezar. Ese hiperrealismo, inmortalizado en el asesinato de Omar (uno de los más absurdos de la historia de la caja tonta y también uno de los más brillantes) es la marca de la casa de Simon y sus gladiadores: nadie está a salvo, nunca.

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