The End of the F***ing World es una serie chunga para gente buena

El último fenómeno de Netflix es una (otra) serie adolescente con muy mala baba pero con tantos valores que la necesidad de su existencia es incuestionable.
The End of the F***ing World es una serie chunga para gente buena
The End of the F***ing World es una serie chunga para gente buena
The End of the F***ing World es una serie chunga para gente buena

Ni la serie de Netflix, ni el cómic casi homónimo de Charles S. Forsman en el que se basa han inventado nada. Absolutamente nada. The End of the F***ing World la hemos visto esto antes en Asesinos Natos o Amor a Quemarropa, dos películas con guión de Quentin Tarantino, una dirigida por Oliver Stone y otra por Tony Scott, que relatan la huida adolescente, la historia de tipos que no encajan y deciden vivir una vida de carretera haciendo maldades con objetivos loables como la búsqueda de la identidad, el amor y la libertad. Lo hizo antes Terrence Malick con Malas Tierras y también Steven Spielberg con Loca Evasión. Y todas a su vez están basadas en Bonnie & Clyde, la película de Arthur Penn que lo cambió todo en Hollywood.

 “Contar lo mismo una y otra vez con diferentes palabras, con mejores palabras y en diferentes lenguas. Traerlo aquí y ahora o llevarlo a tiempos remotos nos hace universales e infinitos”.

Esta frase del periodista Pedro Vallín es lo más hermoso y lo más justo que se puede decir sobre los cuentos y The End of the F***ing World es un cuento que ya conocemos, contado mil veces antes. Comienza con la construcción de dos personajes que por diversas circunstancias odian al resto de la humanidad. James tiene 17 y él mismo se ha identificado como un auténtico psicópata. Después de años matando animales quiere cobrarse su primera víctima humana. Y pinta que será Alyssa, que también tiene 17 y que es una niña rebelde harta de una madre anulada y un padrastro que juguetea con el acoso. Ella huye y él la sigue. Ambos se dan un garbeo por la Inglaterra más rural y les pasan cosas que, claro, les cambian para siempre. Esto es, en resumen, The End of the F***ig World. Solo que hay mucho más, hay un humor negrísimo, muchísima violencia, personajes despreciables, paisajes desoladores, borrachos tristes y un increíble estudio de la bondad, la fidelidad, la amistad, el amor, la generosidad, el descubrimiento sexual, la necesidad de matar al padre, las buenas acciones y la vida que merece ser vivida aunque solo dure un segundo.

The End of The F***ing World es, probablemente, la serie más chunga jamás hecha enfocada para un público de grandes valores, para gente buena, para seres de luz. Y estos son los valores:

1 No seas cobarde

Al principio James es el monstruo y su padre es un pobre hombre condenado a lidiar con un ser diabólico. Pero los capítulos se suceden y resulta que el padre es un auténtico cobarde y un pusilánime. La serie tiene la valentía de crucificar a esos tipos que se quedan parados, que evitan el conflicto, que ceden a la tragedia, que se dejan tragar por el desagüe. Esos son los peores. Son los que más daño hacen y James es un producto de ello.

2 Si hay que matar a alguien, que sea a un acosador

Ella vive con una madre anulada que se ha dejado devorar por un acosador. Un cerdo que se sobrepasa con su hijastra. Ella es una macarra insufrible porque es su autodefensa. Y es ella la que se encuentra con el monstruo a mitad de la serie. El hombre, que es el monstruo de la actualidad. Un aparentemente tío normal que colecciona violaciones. Es asqueroso. Ser un psicópata como James está bien más que nada porque no existe el concepto de psicópata, es una invención social y por tanto una cualidad fantástica del personaje y la prueba es que el espectador nunca se lo toma en serio. Otra cosa muy distinta es abusar de jóvenes.

 3 La fidelidad es lo que nos mueve

Si no hay fidelidad es que ya no queda nada por lo que vivir en este mundo. Fidelidad a uno mismo, por supuesto. Fidelidad a la aventura que se empieza. James y Alyssa no lo tienen fácil, apenas se conocen y los marrones no paran de amontonarse en su aventura. Podrían escapar el uno del otro y que les den pero, maldita sea, ¿en qué posición les dejaría eso?

4 La generosidad es ponerse en el lugar del otro

Lo hace James, lo hace Alyssa y lo hace una de las policías que les persiguen (dos agentes lesbianas que parecen sacadas de una película de los hermanos Cohen y que persiguen a estos dos adolescentes huídos). No juzgar al otro es lo más generoso que puede verse hoy en una sociedad que pasa todo el tiempo juzgando, opinando, señalando…

5 Mi padre es mi madre, mi madre es mi padre y yo sólo creo en mi

Los padres o la generación a la que les ha tocado educarnos, están sobrevalorados. No hay nada que aprender de los padres salvo el amor, del que hablaremos después, y la generosidad, de la que acabamos de hablar. Todo lo demás, la experiencia vital, moverse por la vida, el éxito o el fracaso… Todo eso se aprende solo, tropezando. Uno tiene que creer primero en uno mismo y para ello hay que emanciparse de una generación que siguen queriendo educar con normas y convenciones sociales ridículas. El secreto del éxito de las próximas generaciones es sencillo y ya lo anunciaba John Lennon en God: I just believe in me, Yoko and me.

6 El amor es lo p*** mejor

Ya lo decía Anne Hathaway, aunque nos enfadáramos con ella, en Interstellar. El amor es lo que nos salva y nos salvará como especie. Y es lo que le salva a James de ser un infeliz y a Alyssa de ser su propia víctima. El amor y su descubrimiento es pura enajenación mental, nos cambia y nos transforma para siempre y somos capaces de todo. El arco de los dos personajes de The End of the F***ing World es absolutamente previsible pero es que da igual porque como espectadores y gente buena que somos nos merecemos la ternura de ese amanecer de James y Alyssa. Un amanecer que es el mismo de Antoine Doinel, por cierto.

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