La Peste: ¿De verdad eran así las mujeres del siglo XVI?

En la serie de Alberto Rodríguez los personajes femeninos son pintoras, prostitutas o brujas. Buscamos en los libros de Historia si esas eran las mujeres de la época
La Peste: ¿De verdad eran así las mujeres del siglo XVI?
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La Peste: ¿De verdad eran así las mujeres del siglo XVI?

En el florentino Palacio Pitti hay un cuadro de principios de 1618 titulado Judit y su doncella. Pintura al óleo sobre lienzo, la escena muestra a las dos mujeres cargando con la cabeza recién cortada de Holofernes, cuya decapitación la artista Artemisa Gentileschi ya había tratado en un cuadro anterior. Gentileschi, romana hija del pintor Orazio Gentileschi y de la escuela de Caravaggio, había sido violada a los 16 años por su maestro Agostino Tassi, a quien su padre había confiado su formación al estar prohibida la entrada de mujeres en las academias profesionales de Bellas Artes. Lettere precedute da atti di un processo per stupro recoge la declaración de Gentileschi ante el tribunal papal, un relato crudo y sin concesiones de la violación de Tassi: "Cerró con llave la habitación y después me tiró sobre la cama, inmovilizándome con una mano sobre el pecho y poniéndome una rodilla entre los muslos para que no pudiera cerrarlos y me levantó las ropas, algo que le costó muchísimo trabajo. Me puso una mano con un pañuelo en la garganta y en la boca para que no gritara y habiendo hecho esto metió las dos rodillas entre mis piernas y apuntando con su miembro a mi naturaleza comenzó a empujar y lo metió dentro. Yo le arañé la cara y le tiré de los pelos y antes de que pusiera dentro de mí el miembro, se lo agarré y le arranqué un trozo de carne". Uno comprende entonces que en su arte las cabezas rodasen.

Cuando Rafael Cobos, coguionista habitual de Alberto Rodríguez, empezó a escribir La Peste, la serie de Movistar + que nos traslada entre lodo y ratas infectas a la Sevilla del XVI, tuvo claro que debía inventarse un personaje femenino potente. “La mujer en esa época era considerada un ser voluble, inestable, de apetencias dudosas, así que quise construir una que contradijese esa visión”, explica el guionista de La isla mínima, Grupo 7 o El hombre de las mil caras. Por eso creó a Teresa Pinelo, pintora viuda y proto-burguesa a la que la misteriosa muerte del marido deja en una situación de libertad atípica para la época. “Mi momento favorito, de hecho, es cuando esta mujer se enfrenta a los dirigentes de la ciudad”, explica sobre el momento en el que Teresa intenta contratar mujeres en su fábrica de seda y se gana los insultos de los altos cargos sevillanos. ¿Tenían prohibido las mujeres el trabajo de hilanderas? Según las fuentes históricas consultadas, precisamente el oficio de hilanderas era uno de los pocos que les estaban permitidos, si bien es cierto que en cuanto empezaron a superar en número a los hombres el gremio duplicó sus esfuerzos para evitar que las mujeres se convirtieran en maestras tejedoras. Según determina Mª Ángeles Perea Carpio en su artículo Las alumbradas de Baeza. ¿Mujeres libres?: “Ningún oficio que les proporcionara dinero dignamente les era permitido, a excepción del de criadas, hilanderas, tejedoras, lavanderas, cuya remuneración apenas les daba para subsistir. Tampoco pueden recurrir a sus salidas tradicionales, el matrimonio o el convento. […] En estas circunstancias la prostitución era la única salida para muchas mujeres solteras, viudas o huérfanas, de extracción humilde”.

Se entiende entonces de dónde salen los otros dos personajes femeninos de La Peste. El primero es el de una prostituta –interpretada por Cecilia Gómez– que entra en la vida de Teresa cuando esta necesita una modelo para su cuadro. Las prostitutas en el siglo XVI eran toleradas como garantes del mantenimiento del orden moral de la ciudad, pues aunque su comportamiento era considerado indigno de una mujer, se creía que distraían a los hombres de pecados más graves. Eso sí, debían de estar confinadas en burdeles y responder ante “padres”, como explica muy bien La Peste. El segundo es el de una hechicera a la que los protagonistas, una especie de Guillermo de Baskerville y su pupilo Adso de Melk interpretados por Pablo Molinero y Sergio Castellanos, llegan investigando unos crímenes religiosos. Pero, ¿de dónde viene esta figura de la bruja tan frecuente en la literatura de la época? No es baladí que La Peste presente a una suerte de “médico”, hombre, al que la pareja recurre a causa de síntomas diversos, desde unas cuchilladas en el abdomen hasta una enfermedad de la mente. Escondido de la Inquisición, no corre sin embargo la misma suerte que su homóloga femenina, tildada de bruja cuando en el fondo ambos son sanadores: curan con hierbas y ungüentos, es decir, con la medicina de la época. Así lo cuenta Mary Elizabeth Perry en Ni espada rota ni mujer que trota, libro de referencia sobre la mujer en la Sevilla del Siglo de Oro: “La Inquisición se convirtió en un foro muy oportuno para desacreditar a muchas de las sanadoras”.

Como viuda rica, Teresa Pinelo no tiene que recurrir a ninguno de estos oficios marginales o denigrantes, un privilegio solo comparable al de las beatas e iluminadas. Y, si bien su condición de viuda le permite cierta libertad, la sombra de su marido infiel se hace notar en La Peste. Huelga decir que aquello que decía el clérigo Francisco Farfán en Tres libros contra el peccado de la simple fornicacion:…, es decir, que “la vida matrimonial procuró un remedio contra el fuego de la carne”, se aplicaba solo a los hombres y, en la gran mayoría de los casos, ni eso. Pues como explica Mary Elizabeth Perry: “La bastardía parecía no preocupar a los aristócratas, que podían decidir legalmente si hacían o no herederos a sus hijos ilegítimos. Pero un hijo ilegítimo para una mujer de clase media o baja significaba la condena moral”.

Ni que decir tiene que el que Teresa Pinelo sea pintora es toda una excentricidad. Prueba de ello es el sistema para educar a las mujeres del Humanista Juan Luis Vives, enfocado en instruirlas como mujeres castas y trabajadoras cuyo deber debía ser “la conservación de la hacienda y la honestidad”. La mujer tenía entonces que dedicarse a la casa, y lo contrario eran, como cuenta la profesora de la Sorbona Nathalie Peyrebonne en su artículo La mesa, la cocina y la mujer: representaciones literarias en la España del Siglo XVI: “siempre desviaciones, y el mejor ejemplo es el de la Celestina de la obra de Fernando de Rojas, presentada no como una mujer sino como una ‘vieja barbuda’, ‘una puta alcoholada’, ‘flaca puta vieja’, etc”. El saber en la mujer estaba mal visto. Como expresa Francisco Javier Sánchez-Cid en La violencia contra la mujer en la Sevilla del Siglo de Oro: “Muy pocas podían dedicarse al estudio y quienes lo hacían corrían el peligro de ser castigadas por su atrevimiento, traducido en la befa y menosprecio de las preciosas ridículas molierescas o de las cultas latiniparlas de Quevedo”. Sí, Quevedo también nos ridiculizaba.

La Peste: ¿De verdad eran así las mujeres del siglo XVI?

“En el fondo ves el origen de cómo están las cosas ahora: eso de la mujer sacrificada, del silencio, de la compasión. Todo ello se gesta en el siglo XVI, cuando por motivaciones políticas y para mantener el orden social patriarcal se impulsa este modelo de mujer”, explica Patricia López, la actriz de El guardián invisible que interpreta a la viuda. Entonces, ¿es inverosímil su personaje, la pintora del XVI que firma sus cuadros con el nombre de su padre? Para nada. Además de la triste suerte de Artemisa Gentileschi, cuyo Judit y su doncella reproduce Teresa en la serie, Josefa de Óbidos, artista barroca de influencias zurbaranescas, es otra de las pintoras en las que Rafa Cobos y Alberto Rodríguez se inspiraron para crear el personaje de La Peste. Nacida en Sevilla, la pintora logró emanciparse económicamente y hacerse rica al comenzar a firmar con su nombre. A modo de anécdota, en su testamento, dejó escrito que sus sobrinas y las hijas de estas podrían gozar de su herencia siempre y cuando no la compartiesen con ningun hombre.

La Peste se puede ver en Movistar+.

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