'La peste': Algo huele a podrido en Sevilla

¿Podrá este thriller histórico ambientado en el siglo XVI internacionalizar la televisión hecha en España en el siglo XXI? Nosotros creemos que sí
'La peste': Algo huele a podrido en Sevilla
'La peste': Algo huele a podrido en Sevilla
'La peste': Algo huele a podrido en Sevilla

¡Por fin! ha llegado la esperada súper producción propia de Movistar+, punta de lanza de la que pretende ser la plataforma de las series de pago hechas aquí. Había cierta expectación dada la intensa promoción, en la que, como si se tratara de una de esas fastuosas producciones de la TVE de los años 80, se nos ha recordado una y otra vez el alto coste (diez millones de euros) y las dimensiones de la misma (400 actores, 130 localizaciones).

De lo que se trataba aquí era de saber si España puede producir series de televisión capaces de viajar por Europa (principalmente), y por el mundo. O lo que es lo mismo: ¿estamos técnica y artísticamente preparados para competir con nuestros vecinos? No vamos a dejarlo para el final: la respuesta es sí.

La peste va sobrada de eso que técnicamente se llaman “los valores de producción”, que algunos definen como “calidad cinematográfica”, y que no es otra cosa que hacer las cosas con dinero, lo que es toda una rareza en el audiovisual de este país. Para eso está al frente un cineasta como Alberto Rodríguez (Siete vírgenes, La isla mínima). Nos encontramos, pues ante una serie de autor o, por mejor decir, de un trío autores: La peste es coherente con las obsesiones del director Alberto Rodríguez, su guionista de cabecera Rafael Cobos y su sempiterno productor, J. A. Félez: el pasado como metáfora y explicación del presente, la corrupción institucional, el niño como eslabón más débil del capitalismo, los pájaros exóticos, la irrupción de fantasmagorías y alucinaciones varias, la atmosférica partitura del cuarto en discordia, Julio de la Rosa, e incluso, por terminar, el gusto por un determinado tipo de belleza femenina, tan aristocrática como melancólica. La mano de Rodríguez también se ve en escenas de verdadero mérito, como puede ser la que protagonizan los luceros en el capítulo 1, o la steadycam (y hay muchas steadys) del hospital en el capítulo 4, o las persecuciones al trote del 5…

Acompañada de la dirección, los puntos fuertes de La peste son algo tan atípico por aquí, dadas las estrecheces presupuestarias, como la dirección de arte y la fotografía. Un vestuario de hombres ricos y hombres pobres, un atrezzo regularmente inventariado en los episodios por Zuñiga (el personaje interpretado por Paco León), un maquillaje de caras sucias… un esfuerzo encomiable por recrear la Sevilla del XVI. A la suntuosidad sevillana se une un trabajo maravilloso del estudio Twin Pines en la creación de imágenes de síntesis, en especial de las carabelas atracadas en el Guadalquivir. Si el bajito-hetero de Los Morancos escribió para Los Del Río eso de que Sevilla tiene un color especial, la sobresaliente fotografía de Pau Esteve lo confirma: se recrea en una iluminación de candil, de cirio, de vela, de claroscuros, anticipándose a ese Barroco con el que ni se soñaba en 1596, renacentista momento de la acción, en una pantalla constantemente invadida por dorados y cobres. Si el género scandinoir tiene la nieve, lo que podríamos llamar el southern noir, que va desde Montalbano a Falcón, de Carvalho al Morey de El Príncipe, tiene el sol y la llama.

En su debe, como era de esperar, La peste tiene cierto problema de tempo, derivado de un guion tan ambicioso como moroso, en el que se nota que el talento de Rafael Cobos, tan visible en los largometrajes, necesita ejercitar su músculo en el terreno de las series. Tal vez porque, en su intento de reflejar en seis capítulos que todos los problemas contemporáneos, que toda las pestes y plagas humanas, ya se podían encontrar a la ribera del Guadalquivir en el siglo XVI, el pulso del thriller se ralentiza al dar paso a las denuncias de machismo, racismo, fanatismo, al nacimiento de una Europa de los mercaderes y no de las personas y, por supuesto, a la sempiterna plaga de la corrupción. Es el riesgo que ha asumido la cadena, como antes lo hizo Canal+ Francia, al apostar por profesionales provenientes de la gran pantalla y no de la pequeña. Un riesgo, en todo caso, que la cadena asume como necesario para hacer crecer la ficción televisiva.

Parece obvio que ese trabajo de Cobos está fuertemente influido por El nombre de la rosa, desde sus protagonistas a sus peripecias. El culto Mateo (un más que solvente Pablo Molinero) y el aprendiz Valerio (Sergio Castellanos), son algo así como Guillermo de Baskerville y Adso de Melk en versión española, o sea, brutal y sin pulir. Aunque cambia el tiempo histórico del Románico al Renacimiento, ambos deben descubrir la identidad de un asesino en serie, en medio de peleíllas religiosas, discusiones teologales, laberintos, y una sociedad convulsa y empobrecida, regida por tipos inmorales y ambiciosos.

Por encima de todo, eso sí, La peste es un homenaje a Sevilla. En este sentido, en un momento del quinto episodio, los detectives se detienen ante la Virgen de los Mareantes, la obra del pintor Alejo Fernández que fuera uno de los iniciadores de la escuela sevillana de pintura. Es una imagen que da el tono y sitúa al espectador en el tiempo histórico, pero también un acto de reivindicación regional, toda vez que en febrero del año pasado saltara la polémica sobre quién es el propietario, si el Estado o el Ayuntamiento. Por volver al “moranco” Jorge Cadaval que antes mencionábamos: Sevilla sigue teniendo su duende y ahora, además, una súper producción televisiva.

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