"¡Basta ya de 'Los Soprano'!": las 'otras' mejores series de la historia

Los Soprano, The Wire, Friends, A dos metros bajo tierra, Perdidos... ¡Basta! Si estás harto de encontrarte una y otra vez con estas series encabezando los rankings, si leer una vez más que Tony y su famiglia redefinieron la televisión te parece un cansinamiento o no necesitas que te repitan una vez más lo importantes que fueron Ross y Rachel para el devenir de las comedias de situación, este informe es para ti. Porque CINEMANÍA defiende en él a esas series que, pese a haber tenido una importancia crucial en la TV moderna, apenas aparecen en las listas de mejores series de la historia. Salvo en los de nuestra revista, ¡faltaría más!

Una pequeña advertencia antes de seguir: para elaborar el informe, nos hemos centrado en series creadas a partir de los 90 (lo sentimos, fans de Doctor Who y Star Trek) y en programas que ya han terminado su andadura, con lo que si buscas a Dexter y Juego de tronos, tendrás que esperar a la próxima edición. En todo caso, si quieres renovar tus vicios televisivos y no sabes qué clásicos recuperar, aquí tienes unos cuantos. Y, si no, que te aprovechen tus enésimas visitas a Baltimore, la Isla o el club Bada Bing.

¿Por qué se lo merece? La aventura duró poco, pero nos dejó marcado para siempre. A estas alturas, resulta sorprendente (y también lógico, en cierto modo) que fuese un flipao profesional como David Lynch quien exprimiera hasta el límite las posibilidades de una serie de televisión... Y de qué manera: partiendo de una anécdota aparentemente manida (la muerte sin resolver de Laura Palmer), el autor de Carretera perdida pergeñó un trabajo tan accesible como complejo, tan costumbrista como surreal, coronado con una galería de personajes inolvidables. Puede que la segunda temporada flojease, pero las lechuzas nunca volvieron a ser lo que parecen.

¿Por qué se lo merece? Como ya indicamos en nuestro reportaje sobre Joss Whedon, las aventuras de Sarah Michelle Gellar y su pandilla representaron una ruptura enorme con respecto a lo habitual, no ya en una serie de TV para jóvenes, sino también en un panorama catódico en el cual "calidad" venía a significar La ley de Los Ángeles y similares. Violencia contundente, tramas complejas, recurso descarado a efectos especiales cutres (el presupuesto no daba para más) pero eficaces y un subtexto gay que eclosionó con la salida del armario de Willow (Alyson Hannigan) son algunas de sus virtudes, que se perpetuaron en el spin off Angel. Algunos de los futuros fans de The Wire y Los Soprano se curtieron con sus episodios, y eso es decir mucho.

¿Por qué se lo merece? Con un travelling fabuloso a través de la sede presidencial de EE UU, comenzó un largo y apasionante viaje por los entresijos de la otra política, la que no sale en los telediarios. Aaron Sorkin, futuro guionista de La red social, no se arredró ante temas tales que los conflictos con la extrema derecha, las ambiguedades morales del poder o la política exterior de su país, expuestos a través de personajes tan carismáticos como C. J. (Allison Janney). Y, además, nos recoró el inmenso actor que seguía siendo Martin Sheen: aunque seamos españoles, no nos importaría votar por el presidente Bartlett.

¿Por qué se lo merece? Si Los Soprano y The Wire se han ganado tantísima reputación es, aparte de por su realismo y su complejidad, por su extrema violencia retratada sin tapujos. Pues bien: en The Shield encontrarás esa misma violencia, o incluso más... Ejercida por policías. Corruptos, pero policías con placa, como esa que muestra orgullosamente Vick Mackey (Michael Chiklis) antes de cometer una tropelía junto a sus compinches del Equipo de Asalto. Aquí no estamos hablando sólo de un show tremendamente infravalorado, sino también del lugar en el que Glenn Close nos mostró lo bien que le sentaba el formato catódico antes de protagonizar Daños y perjuicios.

¿Por qué se lo merece? Algunos nunca perdonarán a esta serie el haber puesto a Michael Cera en el candelero, pero nos da igual. No sólo porque el protagonista de Supersalidos y Scott Pilgrim contra el mundo nos caiga estupendamente, sino también porque en ella disfrutamos de ese actorazo tan infravalorado de nombre Jason Bateman, de cameos tan cachondos como el de Charlize Theron y de guiones que sacaban partido de la vergüenza ajena hasta extremos casi insoportables. La ruina económica y moral de una familia nunca fue tan divertida. Y sin risas enlatadas, además.

¿Por qué se lo merece? Sí, el personaje de Kristen Bell es una borde. Y, sí, la tercera y última temporada decayó bastante. Pero si nos llegan a decir en 2003 que una serie protagonizada por una detective adolescente podía provocar semejantes cotas de mal rollo, nos hubiéramos partido de risa. El show de Rob Thomas resultó de lo más convincente a la hora de retratar un instituto como un nido de víboras, y a un pueblecito poblado por pijos y estrellas de Hollywood como un pequeño infierno de depravación. Normal que su protagonista ande siempre tan quemada y tenga tan pocos escrúpulos.

¿Por qué se lo merece? Si en Buffy Joss Whedon nos convenció de que el terror y la fantasía podían dar mucho de sí, Ronald D. Moore y David Eyck repitieron la jugada con la ciencia-ficción en este monumento de cuatro temporadas. Desde los mejores momentos de Star Trek (en cualquiera de sus encarnaciones) la TV no nos había proporcionado un viaje a las estrellas tan vertiginoso y profundo. Con tantos personajes memorables (el Adama de Edward James Olmos nos daba sudores fríos cada vez que miraba a la cámara, y eso que era de los buenos) y esos guiones en los que la política y la religión eran elementos tan imprescindibles como los viajes a velocidad luz, Battlestar Galactica sigue siendo un hito. Lástima que su precuela Caprica no estuviese a la altura.

¿Por qué se lo merece? Porque Deadwood es una razón sobrada para odiar a HBO: justo cuando quedaba una temporada para el final de esta sórdida historia western, la cadena fetiche de la TV moderna va y cancela el programa, abortando posteriormente el plan de concluírlo en forma de película. Para quienes habíamos aprendido a odiar por igual al bestial Al Schwarengen (Ian McShane), al sheriff Bullock (Timothy Oliphant, el Taxi Driver de Dakota del Norte) y al millonario Hearst (Gerald McRaney), los tres vértices de corrupción sobre los que gira la historia, esa falta de conclusión fue peor que un ataque de los matones de la agencia Pinkerton. Y, si no opinas como nosotros, nuestro amigo Wu tiene una cosa que decirte...