6 lecciones de Historia que has visto en 'Juego de tronos'

¿Dónde está realmente el Muro? ¿Quienes inventaron el fuego valyrio? El culebrón medieval de HBO no es tan fantástico como parece.
6 lecciones de Historia que has visto en 'Juego de tronos'
6 lecciones de Historia que has visto en 'Juego de tronos'
6 lecciones de Historia que has visto en 'Juego de tronos'

Que si es muy violenta, que si eso de los dragones es para críos, que si te vas a quedar ciego de ver tanto pecho al aire... Las razones que tu familia o tus amigos pueden aducir para que no veas Juego de tronos son innumerables. Pero nosotros tenemos una respuesta ideal para dejarles con el punto en la boca: el culebrón medieval-fantástico de HBO no es sólo una de las series mejor realizadas de la actualidad, sino que también sirve para aprender Historia. George R. R. Martin, autor del meganovelón Canción de hielo y fuego, es un gran admirador de Bernard Cornwell, Maurice Druon y otros novelistas aficionados a hurgar en los puntos más cruentos de la Edad Media. Y (como lector contumaz que es) también gusta de meter la nariz en tochos sobre reyes más o menos locos, batallas campales e intrigas dinásticas. Explorar todas las anécdotas en las que el escritor se ha basado para su obra haría precisa una auténtica enciclopedia (o un blog tan estupendo como History Behind Game of Thrones), pero nosotros podemos ofrecerte esta práctica guía que te informará sobre las bases del asunto. Como dice el propio Martin: "No importa cuánto pueda llegar a inventarme: siempre encontraré hechos reales que son igual de malos, o incluso peores".

¿Lannister y Stark, o York y Lancaster?

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Como diría un dothraki, "esto lo sabe todo el mundo": George R. R. Martin es el primero en admitir que las Guerras de las Rosas fueron la primera chispa de inspiración para su culebrón ponientino. Aun así, este conflicto sucesorio merece un vistazo atento: al igual que la disputa entre los Stark y los Lannister, las Guerras de las Rosas tuvieron como primera causa una usurpación, cuando Enrique IV de Lancaster echó del trono a su primo Ricardo II (quien, además de ponerse en contra a la nobleza terrateniente, estaba más o menos igual de loco que Aerys Targaryen) allá por 1399. Dos generaciones más tarde, el duque Ricardo de York trató de repetir la jugada, impugnando los derechos de Enrique VI, por entonces apenas un niño de teta, y que acabaría sucumbiendo también a la enfermedad mental. El resultante culebrón dejó Inglaterra como un solar durante buena parte del siglo XV, con batallas y masacres a granel. ¿Cómo terminó la cosa? Pues, tras mucho tira y afloja, los York se hicieron con la victoria y coronaron como rey a Eduardo IV. Pero la súbita muerte de éste, y la derrota de su hermano y sucesor Ricardo III en la batalla de Bosworth Field, barrieron del mapa a la familia, reemplazándola por una nueva dinastía apellidada Tudor, liderada por un joven llamado Enrique que había pasado largos años de exilio al otro lado del Mar Angosto... perdón, del Canal de la Mancha. Los señores de los Siete Reinos deberían tomar nota.

Ricardo III partido por dos

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El último rey de la casa de York nos suena a todos gracias a William Shakespeare, quien le hizo un flaco favor pintándole como un asesino dispuesto a cambiar su reino por un caballo. La verdad histórica es, para variar, bastante más compleja, y Martin la ha usado como punto de partida, no para uno, sino para dos personajes de Juego de tronos. Dos personajes tan distintos, además, como Tyrion Lannister Stannis Baratheon. Al igual que ellos, Ricardo III pasó gran parte de su vida a la sombra de parientes más carismáticos (Tywin, Jaime Cersei, en el caso de Tyrion, Robert Renly en el de Stannis). Y, de la misma manera que el menor de los Lannister, sufrió una exagerada mala prensa por culpa de un físico poco agraciado, aunque en su caso esto no se debió a la acondroplasia, sino a una escoliosis que le hacía marcar chepa. En lo que toca a Stannis, digamos que Ricardo nunca le hacía ascos al combate, y que (además de un gran talento político, que le ganó las simpatías del pueblo llano) poseía un sentido del honor rayano con lo maniático, el cual le hacía seguir las leyes al pie de la letra aun al precio de cometer atrocidades. Por eso, cuando recibió noticias de que sus sobrinos eran ilegítimos, les hizo encerrar en la Torre de Londres (y, posiblemente, les mandó asesinar): tener las muertes de los niños sobre su conciencia era un precio aceptable a cambio de evitar otra guerra civil.

¿Fuego valyrio, o fuego griego?

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Estamos en el año 718 de nuestra era, y el general árabe Maslama Abd-el-Malik ha decidido jugárselo todo a una última carta: aunque al principio parecía fácil, su invasión del Imperio Romano de Oriente está resultando más complicada de lo que pensaba, con lo que un asalto combinado por tierra y mar le parece la mejor forma de tomar Constantinopla. Dicha urbe, sin embargo, es un hueso duro de roer: la enorme flota de Maslama no tarda en arder bajo los efectos del fuego griego, una suerte de napalm medieval, mientras que sus tropas de infantería se estrellan inútilmente contra las legendarias Murallas de Teodosio. Para colmo, los aliados búlgaros de los bizantinos aprovechan para atacar a los árabes por la retaguardia, obligándoles a romper el bloqueo y a retirarse con el rabo entre las piernas. ¿Te suena todo esto de algo? Pues, seguramente, sí: cambia "Maslama" por "Stannis", "Constantinopla" por "Desembarco del Rey", "fuego griego" por "fuego valyrio" y "búlgaros" por "tropas Lannister y Tyrell", y tendrás la receta para uno de los mejores capítulos de Juego de tronos. Sólo que, si en la vida real esta historia duró casi un año (los asedios eran así), nosotros pudimos experimentarla en algo menos de una hora. ¡Viva la concisión!

¿Quieres ir al Muro? Vete a Escocia

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Si, hoy en día, los escoceses tienen fama de ser aficionados a las broncas, imagínate en el siglo I de nuestra era, cuando se les conocía como "pictos" y se llevaban a matar con el Imperio Romano. Dado que la conquista de Gran Bretaña había sido un follón de por sí (cuarenta años, nada menos) y que sus legiones ya no estaban para tonterías, el emperador Adriano mandó construir (alrededor del año 122 de nuestra era) una enorme fortificación de 175 kilómetros de largo y seis metros de alto, que literalmente dividía la isla en dos a la altura de la actual ciudad de Carlisle. Así pues: una estructura inmensa para la época, construida en una zona notoriamente fría e inhóspita, atendida por tropas a quienes no les hacía ni maldita la gracia estar ahí y cuyo objetivo era aislar a un poderoso imperio de los presuntos bárbaros. ¿Nos recuerda esto a algo? Pues va a ser que sí... Según comenta él mismo, Martin tuvo ocasión de darse un garbeo por las ruinas del Muro de Adriano durante un viaje a Escocia, ocasión que le hizo meditar sobre "la experiencia de un centurión nacido en Italia, en Grecia o incluso en África, abrigándose con pieles, sin saber qué demonios habría allá al norte". Como sabemos ahora, dicho centurión acabó llamándose Jon Nieve y, lo que es saber, no sabe nada de nada.

Un toro negro en la Boda Roja

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La historia de Escocia, con sus guerras entre clanes, es una buena fuente de inspiración para un escritor con gusto por la carnicería. Sin ir más lejos, cuando George R. R. Martin planeó el sangriento bodorrio de Robb Stark, tenía en mente dos de sus acontecimientos más morbosos. El primero, la Cena Negra, tuvo lugar en 1440, cuando el canciller Sir William Crichton invitó a un banquete a William Douglas, el jovencísimo (16 años) líder del clan Douglas, y a su hermano David. En mitad del convite, los criados de Crichton llevaron a la mesa la cabeza de un toro negro, símbolo de la muerte. Tras el macabro regalito, William y David fueron decapitados en presencia del rey Jacobo II, quien para colmo contaba entonces con 10 años escasos de edad. La segunda atrocidad, la Masacre de Glencoe, se produjo en 1692 y fue un épico ajuste de cuentas merced al cual el clan Campbell liquidó a 38 miembros del clan McDonald tras haberles ofrecido refugio. Aunque contaban con la protección del rey de Inglaterra, lo cual impidió las represalias, los Campbell fueron despreciados desde entonces por el resto de los clanes, al haber traicionado la ley de la hospitalidad. Igualito que los Frey en los Siete Reinos, fíjate tú.

Tú lo que quieres es que me coma el huargo

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Bestias procedentes de un pasado remoto, grandes como casas, envueltas en la leyenda... No, por una vez no nos referimos a los dragones de Daenerys Targaryen, sino a las bestias totémicas de la familia Stark: los lobos huargo. Por raro que pueda parecer, estas criaturas existieron realmente, y tienen hasta un nombre científico: canis dirus. Con una altura de metro cincuenta, un peso de alrededor de 80 kilos, una dentadura capaz de triturar huesos y un fuerte instinto social (como decía papá Eddard, "el lobo solitario muere, pero la manada sobrevive", y si dicha manada llega hasta los 30 individuos, ni te contamos), el huargo se puso como el Quico devorando otros animales de la llamada megafauna del Pleistoceno, como el mamut, y habitó un territorio comprendido entre las actuales Canadá y Bolivia. Por desgracia, o por suerte, la especie desapareció a resultas de la Gran Extinción Cuaternaria, y ahora sólo quedan sus esqueletos. Ahora bien, ¿cómo sabe todo esto George R. R. Martin? ¿Es que, además de a la historia, es aficionado a la paleontología? Pues más bien no: el padre de Juego de tronos es fan de los Grateful Dead, grupo de rock psicodélico que le dedicó un tema (Dire Wolf) a esta adorable bestezuela en su disco Workingman's Dead, de 1970.

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