Ponyo en el acantilado

David Bernal

ESTE NUEVO POEMA ANIMADO DE HAYAO MIYAZAKI –que fue un caramelo entre la mediocre programación del último festival de Venecia– abre con una bandada de medusas que, a pesar de estar dibujadas con el estilo característico del estudio Ghibli, nos traen Buscando a Nemo a la memoria. Ambas secuencias demuestran que, en el arte de la animación, el trazo es más importante que el referente a la hora de extraer infinitas posibilidades de belleza. Por ello, seguir perpetuando el cliché –probablemente cierto, por otro lado– de que Miyazaki es “el Walt Disney japonés” es un acto de pereza crítica hacía una filmografía sui generis. Es verdad que, si el El viaje de Chihiro era una reinterpretación oriental de Alicia en el país de las maravillas, la fábula de Ponyo –la historia de amor entre un niño y un pez que quiere convertirse en humano– lo es de La sirenita. Pero aún así, Miyazaki –cuya hipersensibilidad y capacidad de inventiva se le puede atragantar a más de uno– vuelve a dinamitar nuestras expectativas y nos inocula la capacidad de asombro de un niño de cinco años. Si hay una palabra para describirla, ésa es ‘original’. Si El viaje de Chihiro fue la obra cumbre de una carrera que tiene un capítulo propio en la historia de su medio, Ponyo en el acantilado –cuyo depurado estilo, lejos del barroquismo preciosista, es Heidi y Marcos poblando fondos coloreados a mano con lápices Alpino– es una obra inferior, sí, pero que inicia el retorno a una doble esencia. Por un lado, la de un estilo en el que Ponyo, como el Wall-E de Pixar, sintetiza en la simplicidad de un bebé anfibio toda la expresividad, belleza, ternura y humor de su arte. Y por otro, la de un genio de 68 años que, como Benjamin Button, parece decirnos que la vida es un viaje sin retorno a la infancia. De hecho, no es casual que el protagonista sea más joven que Chihiro y su peripecia transcurra en un geriátrico. Miyazaki parece haber resumido los versos del poeta Claudio Rodríguez –“todo es infancia”– en una idea visual más acorde a su marciano y deslumbrante talento: “En Ponyo nacemos y como Ponyo morimos”.