Michael H. Profession: Director

Los que se hayan formado una imagen del cineasta austríaco Michael Haneke viendo sólo sus películas, los que tengan de él la impresión de que es un tipo amargado, misántropo y retorcido, con una cualidad sobrehumana para generar mal rollo, no andaban desencaminados. Encontrarán en este documental motivos suficientes para seguir opinando lo mismo de él. Verlo con ese propósito es una pérdida de tiempo similar a la que supondría ver entrevistas a Woody Allen para asegurarnos de que el neoyorquino es el autor de sus frases ingeniosas.

Finiquitado este asunto –el titular sería “Haneke es digno de una película de Haneke”–, vamos a por las sorpresas, que se pueden resumir en dos. La primera, poco notoria tratándose de un director, es que en el plató se comporta como un tirano sádico. Lo dice Jean-Louis Trintignant, herido y entre temblores en el plató de Amor, que habrá visto cosas después de 60 años en el negocio. “La productora me dijo que trabajar con él era como ir a una fiesta”, explica el anciano. “Lo que no me dijo es que sólo él lo pasaba bien”.

La otra aportación de este documental austero apto sólo para iniciados es que, desmitificación inminente, Haneke sonríe, ríe y se carcajea. Se le nota con ganas de cachondearse de su imagen de hombre del saco del cine europeo, incluso urge a su entrevistador a desintelectualizar su cine. “Me niego a analizar mis películas”, corta a la primera pregunta psicoanalítica del interlocutor.  

VEREDICTO: Un documental para mostrar al mundo que… ¡Haneke ríe!