'El ángel exterminador' te ayuda a no salir de casa

La obra maestra sobre el confinamiento forzoso la dirigió, en 1962, Luis Buñuel. Una de las mejores y más hipnóticas películas de la historia.
'El ángel exterminador' te ayuda a no salir de casa
'El ángel exterminador' te ayuda a no salir de casa
'El ángel exterminador' te ayuda a no salir de casa

“¿Qué pasa que no se van? ¡Son casi las cuatro!”, protesta Lucía de Nóbile. Porque existen los invitados plastas y luego están los de los Nóbile, que juegan en otra liga. Los convidas a una cena en tu mansión de la calle Providencia y no las saca de allí ni la UME.

Bueno, no es que ellos no se quieran ir… es que, como nosotros estos días, no pueden. Eso sí, a ellos no les recluye el Estado en beneficio de todos y por salud pública, sino una fuerza misteriosa que les impide traspasar el umbral de la puerta. Obligados a permanecer juntos, los atildados aristócratas y militares y sus emperifolladas acompañantes se convierten en una metáfora del ser humano: si nos dejan solos, somos el peor animal que jamás ha pisado la faz de la tierra.

Es tan solo una interpretación, claro, de las muchas que encierra El ángel exterminador, de Luis Buñuel, probablemente una de las películas más fascinantes de la historia y, sin duda alguna, la obra maestra sobre el confinamiento de los seres humanos en un espacio reducido.

En estos días de reclusión no está de más volverla a ver con algunas claves de una pieza única. Lo hacemos convencidos de nuestra ingenuidad, teniendo en cuenta que es un ejercicio que, al propio Buñuel, le parecería una estupidez, pues tal y como declaró: “No entiendo por qué algunas personas se empecinan en dar una explicación racional a cuadros que he creado arbitrariamente”

La inspiración I

Una película tan rica en lecturas como El ángel exterminador es única e inimitable, pero las principales inspiraciones para su genialidad fueron dos. La primera surge durante la etapa hollywoodiense de Luis Buñuel, mientras trabajaba en el guion de La bestia con cinco dedos (Robert Florey, 1946).

Cuenta en sus memorias: “Imaginé una escena –en la que se veía una mano viva, la bestia– que se desarrollaba en una biblioteca”. A la Warner no le gustó y no contrataron a Buñuel… pero le plagiaron la escena. Cuando decidió rodar El ángel exterminador, recuperó elementos de ese proyecto fallido, que había intentado retomar en 1947, 1953 y 1957: la mansión, el piano y el apuñalamiento de una mano desmembrada, motivo recurrente buñuelesco.

Aquí esta la escena plagiada, que Buñuel no se atrevió a denunciar por temor a la Warner:

La inspiración II

15 años después, a esa escena original Buñuel le añadiría el tono coral, con el que daría a través del cuadro del romántico francés Théodore Géricault. El cuadro estaba basado en un hecho real: en 1816, la fragata Méduse encalló cerca de Mauritania pero lo suficientemente lejos como para que parte de su tripulación se viera obligada a construir una balsa que los llevara a tierra.

Fue un desastre: la balsa acabó a la deriva y ya en las primeras horas, de los 147 tripulantes, 20 se habían suicidado o fueron asesinados, porque desesperados cayeron en el canibalismo. Los rescataron 13 días después. Solo hubo 15 supervivientes.

La penúltima gamberrada

El último empujón sería Viridiana (1961), que sigue ostentando el honor de ser la única película española de la historia en haberse alzado con la Palma de Oro en Cannes (a los franceses ya les vale, también). Hablar de Viridiana daría más que para otro artículo, para un libro entero, pero vamos a lo que nos interesa: en su escena más polémica, Buñuel parodia La última cena, para espanto y escándalo del Vaticano. Buñuel juega con la cena como ritual y, por lo tanto, como acto susceptible de ser convertido en transgresión e iconoclastia.

El título

¿Estamos ante el mejor título de la historia del cine en español? Casi con toda probabilidad. Casi parece de un cuento de Poe o de Stevenson. Buñuel, que tonto no era, también pensó lo mismo: “Si yo veo eso en un cartel, entro inmediatamente en la sala”.

Eso cuenta en sus memorias que le dijo a su amigo y compañero de generación, José Bergamín, que había pensado en El ángel exterminador como título de una obra de teatro. Por entonces, Buñuel y Luis Alcoriza trabajaban ya en el guion, titulado Los náufragos de la calle Providencia, pero al director no se le quitaba de la cabeza El ángel exterminador.

Escribió a Bergamín y este le dijo que no había escrito la obra, y que “el ángel exterminador” aparecía en el libro del Apocalipsis, así que podía usarlo sin problema.

El presupuesto

Tras el éxito de crítica y el escándalo de público de Viridiana, Buñuel se las prometía muy felices. Repetía con productor (Gustavo Alatriste) y con estrella (Silvia Pinal, mujer de Alatriste). Pero pronto comprendió que aquello no iba a cambiar su cuenta corriente.

Buñuel quería rodar en Europa, pero Alatriste no tenía suficientes pesos, y de eso se queja amargamente en sus memorias: “A veces he lamentado haber rodado en México El ángel exterminador. Lo imaginaba más bien en París o en Londres, con actores europeos y un cierto lujo en el vestuario y los accesorios. En México, pese a mis esfuerzos por elegir actores cuyo físico no evocara necesariamente a México, padecí una cierta pobreza en la mediocre calidad de las servilletas, por ejemplo: no pude mostrar más que una. Y esa era de la maquilladora que me la prestó”.

La localización

Como no pudo localizar en Europa, Buñuel se tuvo que apañar, para situar su calle Providencia en México D.F., en un antiguo palacete de 1942 construido por el hermano de Manuel Ávila Camacho, a la sazón presidente de México.

Además de ser un escenario doblemente fastuoso, por su arquitectura y por la maravillosa fotografía de Gabriel Figueroa, su ubicación sería de lo más buñuelesca. Ojo con la dirección: ¡1109 calle Homero, entre Calderón de la Barca y Edgar Alan Poe!.

Aquí os dejamos un vídeo del Grupo Reforma sobre su estado actual… y parece estar tal cual como en la época de los Nóbile… pero sin invitados.

Su agüita amarilla

Como siempre, Buñuel se las ingenió para introducir motivos de esa infancia que tanto le obsesionaba. Recordaba el mañico que, orinando un día en un río de su Aragón natal, vio pasar el reflejo de un águila tan claramente que parecía un pez. Quedó tan fascinado que decidió recuperar ese recuerdo en el filme. Y así, algo parecido les ocurre a las elegantes burguesas, que comparten sus experiencias en la taza del wáter.

Animalillos

El águila quedó confinado al retrete, pero no así un rebaño de ovejas y un oso. Buñuel, siempre, tan dado a comparar la bondad animal con la crueldad humana, convirtió a estas dos especies en protagonistas de su fábula.

En el caso de las ovejas, y aunque él lo negara, está bastante claro que su presencia se une a la crítica a la religión católica (pero también a la masonería) y, en general, a cualquier tipo de aborregamiento del personal. Lo del oso, si hemos de hacer caso a Buñuel, refleja una extravagante cena a la que asistió en Nueva York, antes de ser expulsado de EE UU por comunista.

Problemas con el menú

Los Nóbile tienen problemas con el menú, Buñuel con la (auto)censura. Una de las razones por las que le fastidió tanto rodar en México es que su idea original era que, como en el caso del naufragio del Méduse, los invitados a la cena acabaran incurriendo en el canibalismo.

Buñuel creía que eso no sería un problema en Francia, como si lo fue en México. “Si no llegué más lejos fue porque me autocensuré. Ahora lo haría mejor. Dejaría a los personajes un mes hasta llegar al canibalismo, a la pelea a muerte, para mostrar que tal vez la agresividad es innata”. Tuvo que conformarse con la muerte de uno de los protagonistas y el suicidio de otros dos.

El estilo

Una de las cuestiones más sorprendentes en su momento, incluso para el propio equipo técnico, fue la decisión de Buñuel de repetir una veintena de escenas, causando la desorientación de un espectador acostumbrado a la narración convencional. Ocurre desde el primer momento, con la llegada de los invitados.

Buñuel se tronchaba cuando se lo comentaban: “Si el filme que van a ver les parece enigmático e incoherente, también la vida lo es. Es repetitivo como la vida y, como la vida, sujeto a múltiples interpretaciones. […] Quizá la explicación de El ángel exterminador sea que, racionalmente, no hay ninguna”.

Eso era cuando le quería dar una explicación un poco más elaborada, que cuando no, tiraba de infancia: “Por lo que a la repetición de acontecimientos se refiere... hay como veinte repeticiones idénticas, de acuerdo con la idea de mi padre. Él dijo: Todos los días de nuestra vida nos repetimos. Cada mañana nos levantamos, nos lavamos los dientes con el mismo cepillo y con los mismos movimientos de la mano, nos sentamos en la misma mesa a desayunar, vamos a la misma oficina, encontramos a las mismas personas... y cuántas veces ha ocurrido que en una fiesta saludamos a una persona y una hora después le damos otra vez la mano, le decimos hola y después exclamamos: ‘Oh, qué estamos haciendo, acabamos de saludarnos hace un minuto".

De la calle Provindencia al mito

La película se considera la obra cumbre de la etapa mexicana de Buñuel. Ciertamente, sigue siendo apabullante para todo aquel que atraviesa las puertas de la mansión de la calle Providencia. Hay decenas de referencias en la cultura popular, desde la música (Carlos Berlanga o Ilegales), hasta el cine.

Tal vez la más notable de estas últimas sea la que le dedica Woody Allen en Medianoche en París (2011). El neoyorquino, fan declarado del filme, aporta una curiosa teoría sobre el origen de una de las mejores películas de la historia: todo fue obra de Owen Wilson.

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