Triunfo y polémica de 'Ocho apellidos vascos'

El filme de Martínez Lázaro se gana ataques en la prensa 'abertzale' mientras que su éxito en taquilla le granjea titulares en EE UU. ¿Dónde estan las claves de esta dualidad? Por YAGO GARCÍA
Triunfo y polémica de 'Ocho apellidos vascos'
Triunfo y polémica de 'Ocho apellidos vascos'
Triunfo y polémica de 'Ocho apellidos vascos'

Salvo que el lector de este informe haya nacido en Euskadi (y también, probablemente, que no cumpla ya los cuarenta) el nombre "Chomin del Regato" no le sonará en absoluto. Pero en el norte de la Península sonó, y mucho, durante los años de la dictadura: se trataba de un personaje creado por el humorista Jesús Prados que ganó su popularidad entre el público vasco parodiando (u homenajeando, según se mire) los estereotipos asociados al agricultor con txapela y acento de caserío. Ahora bien: el nombre de esta figura, tan equiparable a los momentos más rurales de Miguel Gila como a Marianico 'El Corto', ha dado la vuelta a internet durante la última semana. ¿La razón? El crítico Mikel Insausti, del diario Gara, titulaba "La vuelta al humor regionalista de Chomin del Regato" su nada elogiosa reseña de Ocho apellidos vascos. Según el artículo, fechado el 16 de marzo, la cinta de Emilio Martínez Lázaro con guión de Borja Cobeaga y Diego San José supone una resurrección de "los mismos chistes sobre vascos y andaluces que se contaban durante el franquismo" y un conjunto de agresiones (trufadas de errores, por añadidura) a la identidad cultural vasca. La cinta, remacha Insausti, queda nada menos que como un preludio a "la que se nos viene encima ahora que entramos en un nuevo período de paz con vencedores y vencidos".

Dada la línea editorial de Gara, adscrita a la izquierda abertzale, el texto de Insausti se ganó titulares en medios de signo conservador, generando una minipolémica destinada a caer pronto en el olvido. Pero, prácticamente al mismo tiempo, un medio de signo muy distinto reservaba un hueco para Ocho apellidos vascos entre sus informaciones destacadas. El lunes 17 de marzo, la web Deadline (fuente por excelencia de scoops y noticias bomba sobre la industria de Hollywood) arrancaba su repaso a la taquilla internacional con el titular "La comedia española de Universal bate récords": en el cuerpo de la noticia, Deadline señalaba que "esta comedia romántica para el público local" había gozado de un arranque formidable y de "un megaincremento del 105% en su primer sábado". Proporcionalmente, proseguía el análisis, eso supuso un estreno "un 150% mayor que el de Resacón en Las Vegas, y un 43% mayor que el de Ted".

En términos locales, como se ha apresurado a señalar la productora Telecinco Cinema, Ocho apellidos vascos ha tenido el mejor lanzamiento de un filme español desde Lo imposible. Y, ateniéndonos a las cifras puras y duras, la película reunió a 400.000 espectadores, amasando en su primer fin de semana un total aproximado de 2,8 millones de euros. Desde un punto de vista más ibérico, también resulta señalable que el filme registrase grandes afluencias de público en Barakaldo y Sevilla, dado que (como sabemos) el eje de su argumento es la tensión amorosa entre una chica vasca muy independentista (Clara Lago) y un joven andaluz muy jaranero encarnado por Dani Rovira. En CINEMANÍA estamos seguros de que la conjunción entre estos dos factores (el asalto político y la apoteosis taquillera) quieren decir algo. Un "algo" que nuestros expertos nos ayudarán a interpretar.

A Jordi Costa, crítico de El País y Fotogramas, Ocho apellidos vascos le gustó más bien poco. Lo cual no quiere decir que rehuse admitirle virtudes: "La película me decepcionó, pero también me hizo reír", señala el barcelonés. Costa deplora que el filme no lleve su premisa hasta las últimas consecuencias ("Seguramente Telecinco Cinema, y quién sabe si el director, decidieron suavizar mucho al personaje femenino") y pone como contraejemplo Four Lions, la comedia del británico Chris Morris sobre el terrorismo islamista: "Esa película te hacía reír presentándote a un grupo de yihadistas muy tontos, pero también te hacía empatizar con ellos, con lo cual conseguía ser provocadora por todos lados", explica. Pero, consideraciones personales aparte, el crítico avisa de que el éxito del filme no debe ser achacado sólo a la masiva maquinaria promocional de Mediaset España: pese a que este grupo mediático, al que pertenece Telecinco Cinema, ha bombardeado al público con avances, spots y making of sobre la película, el crítico recuerda que "los éxitos no son merecidos ni inmerecidos, simplemente se dan" y que "cuando una película no gusta, no gusta".

Luis Martínez, del diario El Mundo y ex director de CINEMANÍA, coincide con Costa en este último punto: "La campaña de Ocho apellidos vascos ha sido absolutamente abrasiva, algo típico de sus responsables", reconoce, "pero incluso Ghislain Barrois [consejero delegado de la empresa] admite que esa estrategia no siempre funciona". En opinión de este experto, el triunfo de la cinta ha sido "un mérito exclusivo de Mediaset" al poner en boca de todos "una película que no es un acontecimiento, no tiene el aura mediática de un Torrente". Pero también, matiza, se ha debido a que el trabajo de Martínez Lázaro y los guionistas tiene "algo que atrae". Ahora bien, ¿qué es ese "algo"?

¿La resurrección de Martínez Soria?Una posible respuesta, mira tú por dónde, nos la ofrece la crítica de Gara: en su demolición de Ocho apellidos vascos, Mikel Insausti compara al filme con Bienvenidos al Norte y su remake italiano Bienvenidos al Sur. Dos películas que se convirtieron en blockbusters en sus países de origen explotando tópicos regionales, metiendo a veces el dedo en llagas muy dolorosas (el filme italiano se permitía bromas sobre la Camorra napolitana, nada menos) y explotando al máximo un subgénero que en España falleció prácticamente al mismo tiempo que Paco Martínez Soria. Ocho apellidos vascos ha supuesto un regreso del humor regional en nuestro país, añadiendo además a la ecuación un componente arriesgadísimo: el independentismo vasco, con todo lo que este conlleva de asociaciones, merecidas o no, a la violencia etarra.

"Ahora mismo estamos en un momento en el que la violencia parece haber acabado, y se ha levantado la cuarentena del tabú", opina Jordi Costa. Además, el crítico catalán nos recuerda que Cobeaga y San José trabajaron como guionistas en ¡Vaya semanita!, ese programa de Euskal Telebista que nunca escatimó pullazos al mundo abertzale (¿alguien recuerda a Los Batasunnis?). "El problema que puede crear Ocho apellidos vascos es que explota dos arquetipos, y uno de ellos es muy problemático", añade Costa, mientras que Luis Martínez prefiere abordar este tema desde otro ángulo. El responsable de Cultura de El Mundo recuerda que el cine español contó durante muchos años con una acendrada costumbre de "humor coyuntural, el de directores como Lazaga y Mariano Ozores", que nos dio filmes tales que La avispita Ruinasa (sobre el affaire que liquidó el grupo empresarial de José María Ruiz Mateos), Las autonosuyas y Que vienen los socialistas. Según Martínez, que no es tampoco el mayor fan de Ocho apellidos vascos, este subgénero desapareció "por la hostilidad de los medios y la desaparición de los cines de barrio", pero ahora podría haber repuntado "gracias a la posibilidad de romper un tabú, aunque sea de forma muy blanca".

Nuestros consultados coinciden, básicamente, en dos cosas. Para empezar, Ocho apellidos vascos renuncia a abordar los extremos prometidos por su premisa. Por otra parte, también sentencian que la crítica de Gara es una reacción tan exagerada como fácil de sobredimensionar: Jordi Costa nos pide que recordemos que "ese artículo es una opinión de un señor concreto, no del medio" y advierte de que ese mismo diario publicó una entrevista con Karra Elejalde en la que el periodista Jaime Iglesias Gamboa llamaba la atención positivamente sobre la película. Martínez, por su parte, considera que ver "un ejercicio de dominación" en un filme cuyos recursos humorísticos "nunca superan el umbral de El club de la comedia" es buscarle tres pies al gato. A ambas conclusiones nosotros podríamos apuntar otra más: precisamente esta indefinición de Ocho apellidos vascos, esta negativa a hacer sangre y a adentrarse en los terrenos de lo ofensivo, son la clave de su triunfo. Convirtiendo a la cinta, además, en síntoma de una época donde ya pueden hacerse chistes sobre borrokas con chándal, pero donde el amonal y las balas Parabellum están (y tal vez lo estén siempre) fuera del alcance de los humoristas. No en vano Luis Martínez nos sorprende con una guinda final: "Yo, si fuese vasco, iría a verla".

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