Stanley Milgram y otros experimentadores psicológicos en el cine

'Experimenter', que se estrena esta semana en los cines, se une a una larga lista de filmes que tratan sobre algunos de los más polémicos experimentos del siglo XX.
Stanley Milgram y otros experimentadores psicológicos en el cine
Stanley Milgram y otros experimentadores psicológicos en el cine
Stanley Milgram y otros experimentadores psicológicos en el cine

Esta semana llega a nuestras pantallas Experimenter, biopic acerca de uno de los más polémicos y famosos indagadores en la psicología humana. Esta película de Michael Almereyda se centra en las pruebas que en 1961 el profesor adjunto de psicología de Yale Stanley Milgram llevó a cabo para estudiar cómo funciona la obediencia a la autoridad. Necesitaba entender el mundo post-Holocausto: cómo una proporción relativamente pequeña de nazis habían matado a doce millones de personas, en algunos casos de forma inusualmente cruel. ¿Era la orden de un superior suficiente para justificar cualquier atrocidad?

Milgram pensaba que la respuesta a la obediencia destructiva no venía de la personalidad del que ordenaba, sino de la influencia de la situación. Para demostrarlo, preparó una falsa máquina que, en teoría, enviaba descargas eléctricas a un actor que fingía dolor. A los sujetos que se sometieron a este experimento se les ordenaba que hicieran preguntas de cultura general a estos actores y lanzaran descargas, cada vez más elevadas -hasta llegar a un punto que podían ser letales-, cuando el actor fallaba una respuesta. Por supuesto, los sujetos del experimento no estaban obligados a continuar a punta de pistola: simplemente se les ordenaba que lo hicieran y asistieran a los terribles dolores (fingidos) de su víctima.

Esa es la situación que retrata la película de Almereyda protagonizada por Peter Saasgard y Winona Ryder, un experimento que debido a su metodología, se tropezó con severas críticas en su día, en una polémica que refleja Experimenter. Los detractores del experimento hablan de la poca fiabilidad de los resultados, pero la idea de alguien aplicando descargas eléctricas en un experimento por el bien de la ciencia ha calado en la cultura pop, del mismo modo que lo ha hecho la idea del psicólogo social que monta aparatosas mentiras y constructos ficticios en condiciones medibles para observar las reacciones de unos cuantos infelices.

El título de esta biografía de Stanley Milgram, Experimenter, resumen bien lo que en el fondo era este psicólogo: un experimentador, alguien a quien le gusta juguetear con distintas variables para obtener resultados dispares que analizar. En su honor hemos recopilado algunas películas que, inspiradas en casos reales la mayoría de ellas, han reflejado las circunstancias y resultados de algunos de los más importantes (y polémicos) experimentos psicológicos del siglo XX.

Las superestrellas: Milgram y Zimbardo

Milgram

Experimenter es la primera película sobre Milgram pensada para impactar al gran público y con actores conocidos. Pero hay un par de producciones anteriores que ya trataron los experimentos sobre obediencia del psicólogo. Una de ellas es The Tenth Level, una ignota TV-movie de 1976 protagonizada nada menos que por William Shatner, con una realización propia de teatro filmado pero interpretaciones casi de falso documental, con largas secuencias ininterrumpidas de diálogos y escenas agónicas con largos planos de los participantes en las pruebas rotos de remordimientos al aplicar cada nueva descarga.

El resultado es extremadamente perturbador, con un Milgram ficticio casi demente (o ficcionado: el experimentador se llama aquí Stephen Turner), obsesionado con la imaginería nazi y que a su vez es diagnosticado por un psicólogo amigo suyo como un profesional perturbado por la culpa. Lo mejor: el propio espectador no sabe hasta la mitad del metraje que las descargas son fingidas, con lo que su impresión es que Turner es un chiflado que, por algún revés de la vida, ha conseguido una plaza en la universidad.

El propio Milgram fue contratado como asesor de la producción, pero acabó renegando de ella, afirmando que se centraba demasiado en el drama de los personajes (“podías haber parado… pero tu objetivo era inflingir daño”) y demasiado poco en las conclusiones del experimento. El telefilm fue recibido fríamente y nunca ha sido editado en formato doméstico, aunque es sencillo encontrarlo en YouTube.

El experimento de Milgram también fue objeto de adaptación en un extraño y opresivo corto, Atrocity, que adaptaba el experimento con profusión de datos, casi como en una recreación televisiva. Pero es en la transformación del experimento en un icono pop que hacer mutar y parodiar donde Milgram ha encontrado la algo perversa inmortalidad: por ejemplo, en I… comme Icare, se relaciona a un participante en el experimento de Milgram con el asesinato de un mandatario que claramente mimetiza a Kennedy.

El thriller trans-media de culto Zenith también incluye referencias explícitas a Milgram. El estupendo y extraño thriller Compliance, que se vio hace unos años en Sitges, sigue las tesis de Milgram para plantear un suspense de gente encerrada en el almacén de una tienda de mala muerte. Y por supuesto, ha sido fuente de parodias, como en Amor por sorpresa o la mismísima Cazafantasmas. En efecto, el experimento que está llevando a cabo Bill Murray con un par de sus alumnos cuando lo vemos por primera vez es una clara referencia a Milgram, descargas eléctricas incluidas. Aunque aquí son reales.

Sin embargo, el experimento psicológico que con más éxito se ha reflejado en el cine es otro, el conocido como Experimento de la prisión de Stanford, y es fácil ver por qué: tiene violencia, giros de guión y su ambientación va más allá de un mero y aséptico laboratorio. Fue llevado a cabo por Philip Zimbardo en 1971 en los sótanos de la universidad de Stanford, preparados para hacer las veces de prisión y subvencionado por el ejército estadounidense, que quería encontrar una explicación a ciertos comportamientos conflictivos en las cárceles.

Los 24 participantes recibieron roles de prisioneros y guardias, y pronto se jugó a desorientar y despersonalizar a los primeros. Los guardias recibieron porras, gafas de espejo que les ayudaran a evitar el control visual y trabajaban en turnos; por el contrario, los prisioneros vestían con ropa incómoda, eran designados con números y llevaban cadenas en los tobillos. La única regla era la prohibición de violencia física.

Philip-Zimbardo-experimento-stanford-08

Estaba previsto que el experimento durara dos semanas y hubo que cancelarlo en sólo una: huelgas de hambre, motines, maltrato psicológico severo (celdas de aislamiento, obligación de dormir en el suelo, retirada de la comida…). El hervidero fue supervisado por el propio Zimbardo en un papel de superintendente de la prisión, y el resultado fue denostado en su día por su falta de ética y su nula utilidad como experimento científico. Es decir, material perfecto para una película.

El film más conocido inspirado en este experimento fue, precisamente, la alemana El experimento, dirigida por Oliver Hirschbiegel (que tres años más tarde firmaría El hundimiento) en 2001. La película no hace referencia explícita a los sucesos de 1971, pero el referente está claro, desde la situación inicial con pretensiones científicas a la división de los participantes en prisioneros y guardias. También se pide a los guardias que no usen violencia física y los prisioneros pierden sus nombres, sustituidos por números. Por supuesto, en la película los relativamente controlados resultados del original se salen de madre, y la cosa acabará de forma trágica.

La atmósfera de pesadilla y el tono dramático y realista cautivaron a espectadores de todo el mundo: disfrutó de una adaptación teatral y del correspondiente remake americano, la ya decididamente alejada de los hechos originales El experimento, protagonizada por Adrien Brody y Forest Whitaker.

La adaptación oficial de los sucesos llegaría en 2015 con Experimento en la prisión de Stanford, que demuestra con gusto que no hace falta subir la potencia hasta el 11 en términos de violencia para componer un retrato desolador del comportamiento humano bajo situaciones límite. La película recoge multitud de detalles del experimento original (del apodo de ‘John Wayne’ que recibió el guarda más violento a las medias en la cabeza que llevaban los presos para simular cabezas afeitadas) y se permite retratar sin demasiados paños calientes la complicada personalidad de Zimbardo.

Más allá de lo interesante de los resultados, lo curioso es que el montaje de Zimbardo sigue fascinando por sí mismo, por encima de sus conclusiones o su alcance. Por ejemplo, en un episodio de la octava temporada de Castle, se investiga un asesinato ocurrido durante una recreación del experimento de Stanford. Y la BBC recreó en su reality de 2002 The Experiment las condiciones del experimento de Zimbardo en lo que iban a ser ocho días de intensa reclusión. Hubo que cancelar el programa a los tres días, cuando los guardias subieron de forma unilateral la intensidad de castigos y represión.

Otros experimentos escalofriantemente reales

Aunque estas son las estrellas de los experimentos sociológicos, por una mezcla de impacto mediático y lo tronado de sus planteamientos y resultados, ha habido otros que también han tenido el suficiente eco como para que se haga película sobre ellos. Por ejemplo, el experimento de la Tercera Ola de Ron Jones en 1967: para explicar a sus alumnos cómo los alemanes aceptaron el ascenso y las acciones de los nazis, un profesor de instituto estadounidense elaboró una serie de ejercicios que subrayaban la disciplina y el sentimiento de comunidad. Pero el movimiento comenzó a crecer fuera de clase y a atraer a cientos de adolescentes.

El experimento, que fue zanjado con éxito por Jones cuando los alumnos empezaron a creer que estaban ante el nacimiento de algo grande y único, fue adaptado por la aclamada película alemana de 2008 La ola, que tomó como base tanto los hechos reales como un telefilm de 1981. El resultado es muy interesante, y refleja perfectamente la progresiva pérdida de identidad de los individuos, que la ceden al grupo. Por desgracia, el guión del también director Dennis Gansel no puede renunciar a ciertos tópicos a la hora de construir los personajes que sin duda estaban ausentes en la posiblemente mucho más anárquica y escalofriante experiencia real.

Hay otro experimento psicológico que se sale de estos ambientes relativamente controlados y, sobre todo, de la idea de aprender sobre nuestras propias mentes, para entrar en el mucho más turbio terreno de la conspiración y el control mental. Hablamos, cómo no, del Proyecto MK Ultra, el programa de experimentos de la CIA donde se intentaron desarrollar drogas y métodos de programación para usar en interrogatorios y para mejorar la efectividad de los agentes. Los experimentos arrancaron a principios de los cincuenta y aunque fueron reduciéndose, al menos de forma oficial, no se detuvieron por completo hasta 1973.

El uso de civiles, muchas veces sin permiso, y el empleo de técnicas como la administración de LSD, privación de sueño o abusos de todo tipo manda al MK Ultra al mundo de la tortura pura y dura… pero queda de trasfondo una siniestra idea acerca de una intención vagamente científica de aprender sobre nuestros límites y comportamientos, que entronca estas barrabasadas gubernamentales con las andanzas de Milgram o Zimbardo.

La idea del MK Ultra ha trascendido en la cultura popular de muchas maneras, pero quizás una de las más interesantes está en las películas de asesinos programados. El mensajero del miedo y su remake son las más famosas, pero también tenemos El último testigo, Teléfono o, ya en términos mucho más desnortados, Nikita, Memoria letal o, qué demonios, Zoolander. Sin embargo, hay algunas películas que sí hacen referencia, aunque sea velada o sin citar expresamente nombres, a los experimentos MK Ultra: ojo a cómo empieza, por ejemplo, The Killing Room, en la que un grupo de inadvertidos jóvenes firman para ser parte de un experimento psicológico, es decir, que la mitología del MK Ultra se funde con la de los experimentos citados más arriba.

Otro ejemplo está en las técnicas de entrenamiento que han dejado a Jason Bourne convertido en una inhumana máquina de matar amnésica: aunque el programa no se cita abiertamente, Robert Ludlum aseguró documentarse en experimentos reales de MK Ultra al escribir sus novelas de Bourne. Finalmente conviene citar, aunque ya alejados de cualquier iconografía relacionada con experimentos, el thriller Conspiración -donde el MK Ultra hurgó en la cabeza de Mel Gibson para convertirlo en un asesino- y la estupenda comedia American Ultra -en la que Jesse Eisenberg es el único superviviente del programa-.

Falsos experimentos, efectos reales

Sorteemos esta sartenada de conspiranoia para concluir con unas cuantas películas inspiradas de forma genérica en este tipo de experimentos psicológicos, pero que no parten de ninguno concreto o real. Por supuesto, aquí la selección podría ser interminable. Un ejemplo clásico: Alguien voló sobre el nido del cuco, que aunque esencialmente es una reflexión acerca de los límites, a menudo impuestos por convenciones institucionales, entre cordura y locura, parte de un libro escrito por Ken Kesey que también pretende hablar acerca de cómo la psicología y la psiquiatría estaban experimentando profundos cambios a principios de los sesenta, ligadas a las luchas por los derechos sociales.

Kesey participó en el proyecto MK Ultra, atención, como voluntario, consumiendo drogas psicoactivas como mescalina y LSD para que sus efectos fueran estudiados por el gobierno. Las conclusiones de su novela acerca de los métodos coercitivos que las instituciones llevan a cabo en la psicología de aquellos a quienes quieren mantener apartados de la sociedad tienen más de un punto en común con el Zimbardo de la cárcel de Stanford.

Pero aunque a veces la realidad puede ser más sorprendente que la ficción, a menudo el cine ha inventado métodos de estudio y control psicológico que podrían pasar por reales. Uno de los casos más extremos y significativos es el Método Ludovico de La naranja mecánica: la sobreexposición a estímulos negativos (con la asistencia de drogas que doblegan la voluntad) que acaban reduciendo al estado de títere dócil a Alex, el protagonista de la novela de Burgess y la película de Kubrick. Se trata de una adaptación psicológicamente ultraviolenta del famoso experimento de condicionamiento clásico de Pavlov y su perro, y que trae a la memoria los atroces métodos de curación de las que durante siglos se consideraron enfermedades psicológicas, como la homosexualidad.

Métodos que, por cierto, aparecen en la segunda temporada de American Horror Story para curar de su lesbianismo a uno de los personajes, interpretado por Sarah Paulson. No podemos olvidar en esta ristra de falsos experimentos, como nota exótica, un popular creepypasta o cuento de terror creado de forma colaborativa en Internet, que habla de experimentos de privación de sueño en Rusia y los estragos psicológicos que causaron en sus víctimas. Este creepypasta fue adaptado en una película de 2015 financiada por crowd-funding, The Russian Sleep Experiment.

Hablando de métodos falsos, pero creíbles, no podemos pasar por alto el método Grönholm, método inventado de entrevistas de trabajo que está inspirado en métodos reales, como las entrevistas de Evaluación Situacional, pero que tienen mucho en común con los experimentos psicológicos en los que se coloca a personas en situaciones extremas para que tomen decisiones, como hemos visto más arriba.

El método Grönholm nació en 2003 en una obra de teatro del mismo nombre que fue adaptado en la película El método, y guarda sospechosos parecido con la película de 2009 Examen. En todos esos casos, es muy posible que los respectivos guionistas conocieran experimentos como el de Milgram, de indudable calado pop a la hora de configurar estas situaciones ficticias.

Volvemos a los hechos: si estáis interesados en el tema, os invitamos a indagar en experimentos psicológicos reales y que dan para una o varias películas de terror. El experimento de Little Albert, los experimentos sobre conformidad de Solomon Asch, el asesinato de Kitty Genovese y todos los experimentos sobre denegación de auxilio que desató, los experimentos con monos de Harry Harlow… todos ellos, experimentos de ética y métodos cuanto menos polémicos y que han inspirado de algún modo, con su ambientación de laboratorios siniestros, paneles con luces y simios y humanos sudando la gota gorda, a películas tan esenciales como Viaje alucinante al fondo de la mente o, vaya, la franquicia Saw, donde bajo un entorno de torture porn se nos muestran ni más ni menos que experimentos psicológicos llevados al extremo.

Feliz descenso a los abismos del cerebro.

Mostrar comentarios

Códigos Descuento