'Solo nos queda bailar': Danzas típicas georgianas contra la homofobia

La historia de amor LGTBIQ+ y autoafirmación personal de Levan Akin llega a plataformas esta semana
'Solo nos queda bailar': Danzas típicas georgianas contra la homofobia
'Solo nos queda bailar': Danzas típicas georgianas contra la homofobia
'Solo nos queda bailar': Danzas típicas georgianas contra la homofobia

En el cine, hay dos tipos de películas: aquellas en las que te dejas la piel y el resto. Solo nos queda bailar es de las primeras y el rostro exhausto de Levan Akin, su director, nos da la razón cuando nos encontramos en la Seminci del pasado octubre para realizar esta entrevista. Motivos no le faltan, porque esta bella historia de amor LGTBIQ+ en el entorno de las danzas típicas de Georgia, país ultraconservador y de donde procede la familia del cineasta, ha sorteado no pocos escollos, comenzando por el violento boicot de varios fanáticos reaccionarios contra el desfile del Orgullo en 2013 que inspiró el origen de la película.

“Como georgiano, me sentí avergonzado y no paraba de preguntarme en qué momento se volvió todo tan venenoso. Cuando terminé mi anterior filme en 2016, decidí investigar en el propio terreno”, nos cuenta Akin. No fue fácil: “Soy hijo de emigrantes y tenía una idea muy romántica sobre el país de mis padres. Volver fue muy intenso y me replanteé ideas preconcebidas sobre muchas cosas. Creo que esa emoción se palpa en Solo nos queda bailar: hay mucho amor pero también mucha tristeza”.

Filmada a modo de guerrilla –con una producción secreta para evitar a los colectivos ultras–, Solo nos queda bailar sigue a Mareb (Levan Gelbakhiani), un joven con un pie en el mundo adulto que se enamora de un colega y rival de la compañía de danzas tradicionales georgianas. Akin descubrió a su protagonista, bailarín profesional, a través de las redes sociales, y sabe el carisma que desprende la dulce y firme presencia del actor. “¡Tiene un rostro tan magnético!”, exclama el cineasta.

No solo en el rostro de Gelbakhiani transmite emoción a borbotones, porque Solo nos queda bailar es ante todo una exploración de la identidad y de la resistencia política a través del baile y, en consecuencia, el vínculo de la cámara con el cuerpo de su protagonista es abrumadora, del plano detalle a los planos generales en los que los personajes bailan. Así concluye el cineasta: “Creo que podría hacer muchas más películas sin diálogos, solo mostrando cuerpos bailando”.

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