[Sitges 2020] 'Península': Zombis que florecen entre las ruinas

Después de 'Malnazidos', seguimos zombis en Sitges con la secuela de 'Tren a Busan', que ya no tiene tren, apenas un poco de barco, y mucho paisaje postapocalíptico.
[Sitges 2020] 'Península': Zombis que florecen entre las ruinas
[Sitges 2020] 'Península': Zombis que florecen entre las ruinas
[Sitges 2020] 'Península': Zombis que florecen entre las ruinas

“¡Es una marcha!” dice uno de los personajes de Península, que no Ibérica, al ver pasar una columna de zombis que caminan tambaleantes rumbo a Dios sabe qué. Imposible no pensar en la Zombie Walk, que tradicionalmente atravesaba Sitges durante el primer sábado del festival, y que este año se ha suspendido debido a la incapacidad de los Muertos Vivientes a mantener la debida distancia de seguridad.

En la era Covid-19, es mejor mantenerse alejado de las procesiones zombi, lo mismo que en Península, la esperada secuela de Tren a Busan, que llegará a los cines el próximo 6 de noviembre. A modo de consuelo, podemos decirnos que el paisaje post apocalíptico de Península es mucho más desolador que el de un festival con aforo reducido. Por si acaso, no pondremos la tele.

Las secuelas de la plaga zombi

Ha pasado casi un lustro desde aquel viaje en tren a bordo del tren Seúl-Busan, y Corea del Sur, que no la del Norte (protegida por su inviolable frontera), ha quedado totalmente aislada, en estricta cuarentena, y vaciada de personas vivas.

A un grupo de exiliados, refugiados en Hong-Kong, donde son maltratados por los chinos, les ofrecen volver a Corea para hacerse con un furgón cargado de dólares que ha quedado abandonado, sin más vigilancia que esas hordas de zombis que no ven tres en un burro cuando se pone el sol, aunque conserven buen oído para detectar cualquier atisbo de carne fresca en movimiento.

Aunque en su prólogo, Península amaga por convertirse en una secuela marítima, cosa que ya se ha visto –por ejemplo en [Rec 4]–, Yeon Seong-ho, un romántico enamorado de las ruinas, prefirió convertirla en una película post-apocalíptica, de esas que no hemos visto pocas. Una decisión que bien podría ser el principal talón de Aquiles de esta tercera entrega de zombis con ojos rasgados.

Tanto Seoul Station (2016), precuela animada de Tren a Busan, como la susodicha venían cargadas de una crítica social que aquí lógicamente queda en nada, ya que no estamos hablando ya de la misma sociedad. La primera parte incidía en las vidas de los desamparados, y aludía al inminente colapso del sistema, amén de resultar muy original por llevar los zombis al terreno de la animación, esa animación para adultos que el propio Yeon Seong-ho puso sobre la mesa del mercado internacional con películas tan notables como The King of Pigs (2011) o The Fake (2013).

El protagonista de Tren a Busan, que supuso el salto a la acción real del mismo director, era un ejecutivo que parecía la viva encarnación del liberalismo económico; su viaje, a través del Apocalipsis zombi, consistía, además de sobrevivir, en recuperar algo de humanidad y el amor de su hija, que ya no podía seguir comprando con regalos sin alma.

Desnaturalización de la saga

Una de las claves del éxito de Tren a Busan, acaso allanado por el paso Rompenieves, consistía en que, para encontrar precursores de zombis en tren, prácticamente había que remontar a nuestro querido Pánico en el Transiberiano (Eugenio Martín, 1972), gran clásico del fantaterror patrio que, dicho sea de paso, me supuso un trauma infantil del que todavía no me he recuperado: aparecía con los ojos en blanco el alopécico Telly Savalas, en aquel momento muy popular por la teleserie Kojack, que dio para un chupachup, que le ha sobrevivido.

La idea de meter zombis en un tren lanzado a toda máquina hacia el desastre tenía inédita frescura, y Seong-ho supo sacarle el mayor provecho, aprovechando todas las posibilidades de ese alargado espacio rodante. En esta ocasión, por mucho que uno comparta la teoría de las ruinas de Albert Speer, la impresión que dejan todos esos coches abandonados, esos puentes quebrados y esa vegetación invasiva, es la de un solemne déjà vu. El amago de incluir un remedo de Heist Movie, con unos personajes poco o mal explotados, no acaba de remediarlo. Tampoco las infantiles carreras de coches.

Con todo, aunque sea con algo de nostalgia ferroviaria, Península funciona. Los zombis, o infectados, siguen siendo igual de aterradores. Que nadie se enfade, eh, que no hay nada más embarazoso que un aficionado al fantástico pillando pataleta porque alguien ha dicho zombis en lugar de infectados, o viceversa. Ante la duda, en ambos casos tiro en la cabeza. Nunca falla.

Teoría de las ruinas

En el marco de Península, los zombis, tan aterradores como cuando viajaban a Busan, con esa puesta a punto tan dinámica, pueden llegar a adquirir el rol de víctimas, conectando con el origen esclavo del concepto en Haití. En el nuevo orden que emerge de entre las ruinas, (spoiler) también hay supervivientes que confirman la atmósfera depresiva que reinaba en las anteriores entregas, como para recordarnos que, en las peores circunstancias, el ser humano puede dar lo peor de sí mismo, cosa que sabemos de sobra.

Aunque aquí también hay lugar para la esperanza. En Península, también queda buena gente. La naturaleza humana es de nuevo puesta a prueba, y habrá oportunidad para el sacrificio y deshacerse de ese egocentrismo tan insolidario que nos atenaza.

Ese rayo de esperanza explica probablemente que la saga no sólo lo haya petado en Corea, sino que se haya expandido como una plaga por todo el mundo. Hablamos de un humanismo sentimental à la Bayona / Spielberg que alcanza su climax en el alargado final de la película, y que está pensado para conquistar a toda la familia, más allá del público-nicho, que es el que anda tambaleante por aquí en busca de una zombie walk que a lo mejor todavía no saben que se ha anulado. Pandemia que mata pandemia.

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