[Sitges 2020] Brandon Cronenberg se supera con 'Possessor'

La segunda película como director del hijo de David Cronenberg convenció a los escépticos de 'Antiviral', y se perfila como gran favorita en Sitges.
[Sitges 2020] Brandon Cronenberg se supera con 'Possessor'
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Brandon Cronenberg quedó consagrado con Antiviral en Sitges 2012, donde sumó un premio al director revelación y el premio Carnet Jove (otorgado por un grupo de críticos menores de 60 años), después de una acogida mucho más fría en el Festival de Cannes, donde dio la impresión de no ser más que un efecto óptico.

Con razón: David Cronenberg competía por la Palma de Oro con Cosmopolis, aquella obra maestra de abstracción financiera basada en la homónima novela de Don DeLillo, y al mismo tiempo aparecía en la sección paralela Un Certain Regardun inesperado Cronenberg Jr con una película, Antiviral, que parecía un remake del visionario pasado paterno.

Recibida como un espejismo, Antiviral no nos dejó una impresión demasiado profunda. Era blanca, clínica, incómoda y desagradable, y recordaba efectivamente a toda esa Nueva Carne tan explorada por el David Cronenberg de los principios, la conflictiva relación cibernética del cuerpo con las nuevas tecnologías, como si el hijo se limitara a confirmar lo que ya había avanzado el padre. Caleb Landry Jones era un tipo trajeado que trabajaba en una clínica del futuro en la que ofrecían virus de famosos. ¿Qué mejor manera de vivir la fama que contraer el mismo herpes que tu cantante favorita? La ciencia-ficción como negra sátira del presente.

Ha pasado una eternidad desde Antiviral, y después de mantenerse en un segundo plano con media decena de cortos, Brandon Cronenberg ha vuelto (virtualmente) por la puerta grande a Sitges con Possessor, una propuesta perfectamente coherente con la anterior, pero capacitada para ganarse a un público mucho más amplio, ya que no resulta tan antipática y es tan asequible como cualquier serie, con una trama diseñada para que el espectador no pierda el hilo de la aguja.

Un ligero estremecimiento en el cuero cabelludo

La sintonía entre Antiviral y Possessor, que ya parecen las dos primeras piezas de una inevitable trilogía (no hay dos sin tres), queda clara en efecto desde uno de sus primeros planos, no apto para belonefóbicos como un servidor, en el que una atractiva camarera de color negro, vestida como una animadora de instituto, con un chandal azul a juego con el de sus compañeras, se introduce lo que parece un chip en forma de aguja en el cuero cabelludo.

De nuevo, la fusión de cuerpo y tecnología. En esta ocasión, enseguida sabemos que se trata de un sistema que permite infiltrarse en la mente de otras personas, poseerlas, convertirlas en meros títeres. Una tecnología que, en manos de una agencia secreta, sirve para transformar en asesinos teledirigidos a personas del entorno de objetivos tácticos. El poseído aparentemente enloquece, mata a la víctima y luego se pega un tiro. Un crimen perfecto que no deja rastro.

[Sitges 2020] Brandon Cronenberg se supera con 'Possessor'

Imaginen esta tecnología, por ejemplo, en manos de los servicios secretos franceses que, según publicaba Le Monde hace unas semanas, eliminó sistemáticamente a compatriotas molestos a principios de los 60. James Bond, etc. No hay democracia sin sus cloacas, la tecnología punta está al servicio de los más poderosos, y las corporaciones controlan el mundo.

Nada nuevo bajo el sol, aunque Brandon brinda interesantes apuntes al respecto en esta película atemporal, que no se sabe si transcurre pasado mañana o ayer mismo, sobre todo en cuanto a la empresa de minería de datos en la que trabajan dos de los protagonistas. Llevamos ya tiempo convertidos, a través de nuestros dispositivos, en meros suministradores de datos que son utilizados como moneda de cambio, una nueva forma de capital que ni esta película en particular ni el cine en general ha explorado todavía a fondo, pese a que se trata de un tema apasionante.

Apertura con aplausos

Possessor tiene pues una apertura de lo más deslumbrante en la que Karim Hussain, después de la asépticapalidez de Antiviral, nos deleita con una gama de colores mucho más amplia y seductora, que se convierte en una experiencia gozosa gracias también a la envolvente BSO electrónica de Jim Williams.

Naturalmente, Brandon Cronenberg no está tan interesado en mostrarnos lo bien que funcionan estos asesinatos sistematizados, sino más bien en los efectos psicológicos que tienen en la mente de quien los perpetra, una mujer cuya vida personal está hecha pedazos.

La inquietante Andrea Riseborough, consagrada en Sitges 2018 con dos películas siamesas –Mandy Nancy– es Tasya Vos, la superasesina que se tumba tranquilamente en una camilla con el sofisticado cacharro en la cabeza para manipular la mente del cuerpo poseído. Primero el de la atractiva camarera a la que se le va la mano a cuchilladas, cuando venía equipada con un pistola, y luego el de Christopher Abbott –el recordado James White (Josh Mond, 2015)– yerno descontento de un magnate de la tecnología encarnado por Sean Bean, que ofrecerá cierta resistencia a la entrometida desgastada por su deshumanizado oficio clandestino.

En un papel subsidiario, Jennifer Jason Leigh, que ya estaba en eXistenZ –la película del padre más directamente conectada con la del hijo– es la encargada de controlar esta operación que se sale de madre de una manera que evidentemente no podemos revelar, pero que brinda algunas imágenes perturbadoras para el recuerdo. Hay cierta confusión en la batalla interna que se libra en el cerebro del personaje de Abbott, pero en su justa medida, para no dejar fuera al espectador medio, lo mismo con las imágenes más extremas, salvables con un simple pestañeo.

Nunca es fácil manejar un cuerpo ajeno

La identidad, el género y la relación entre el cuerpo y el cerebro al mando son los temas con los que Cronenberg Jr juega para armar un tecnothriller psicológico tan descarnado, en algunos planos, como sugerente -eso que Nolan no sabe hacer (a ver si aprendes, Christopher)–, proyectado en versión “Uncut” –no censurada– sin que se tenga noticia de una versión en la que las escenas más desagradables o sexualmente explícitas hayan sido omitidas.

Si Antiviral dejaba claro que David todavía no había desarrollado el talento de su progenitor, Possessor se revela como un estímulo considerable para imaginar esa tercera película que, dentro de otros ocho años (esperemos que menos), podría ser la culminación de una trilogía fundacional y al mismo tiempo el inicio de una carrera en primera línea de fuego.

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Brandon sigue siendo hijo de David (da miedito pensar en la infancia y adolescencia del primero), pero con esta segunda película ha logrado apuntalar su propio imaginario sin necesidad de matar al padre, en un extraordinario caso de filiación cinematográfica, que aparenta incluso ser un relevo en toda regla ya que David sigue desaparecido del mapa desde la denostada Maps to the Stars (2014). Por lo pronto no sería nada extraño que Brandon llegara a lo más alto de esta edición pandémica. No sería raro, e incluso motivo de celebración.

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