'Vivarium', para entrar a vivir

Imogen Poots y Jesse Eisenberg protagonizan este juguete distópico, que llega ahora a la sala virtual de A Contracorriente Films.
'Vivarium', para entrar a vivir
'Vivarium', para entrar a vivir
'Vivarium', para entrar a vivir

El segundo largometraje de Lorcan Finnegane es de esos en los que importan los detalles, el quedarse con cada frase, porque todo acabará volviendo antes o después. Hecha la advertencia, podría hablarse de Vivarium como el que fue una de las sorpresas de Sitges 2019, un film que no sólo se sabe conocedor de los códigos con los que trabaja sino que a veces incluso se toma la licencia de retorcerlos para generar un mayor impacto. Y que llega ahora a la sala virtual de A Contracorriente Films. 

La premisa es muy básica: una joven pareja es conducida a una urbanización por un curioso agente inmobiliario. Ahí les enseñará su posible nueva casa, una que como reza el cartel "es para siempre". Y vaya si lo es, porque se trata de un laberinto del que no podrán salir. Y se siembra así la semilla de la historia. ¿Qué harán? ¿Cómo sobrevivirán? ¿Y por qué en la casa hay una habitación para un niño...?

Jesse Eisenberg e Imogen Poots encarnan a esta pareja que se ve obligada a sobrevivir en un entorno que desconocen y lo hacen con suma convicción, siendo la razón principal para que todo se mantenga a flote; porque viven el momento, incluso a sabiendas de que el guión no les tiene reservados grandes momentos ni un desarrollo excepcional.

No hace falta porque aquí lo importante es lo que se plantea en segundo plano, la evidente crítica al american way of life, ese sueño americano en el que la casita con jardín, la pareja sonriente y los niños dando vueltas por la casa parecieran ser la motivación única de la existencia. También el porqué de ciertos roles en la sociedad, claro; ¿es un madre algo más que una herramienta para la crianza de un hijo?. Aunque ambos protagonistas están fantásticos, cabría destacar lo bien que le casa a Eisenberg ese personaje medio gracioso pero algo cargante, repitiendo un poco su registro en la magnífica y poco reivindicada El doble (2013) de Richard Ayoade.

Vivarium cuenta además con formidable diseño de producción, sencillo pero muy eficaz, en ese laberinto de casas continuamente repetidas y que dan una sensación de inmensidad absolutamente claustrofóbica, en esos cielos pintados de nubes perfectas, y en cada uno de los detalles que enriquecen un film que no ganará premios por su sutileza ni parece aspirar a la eternidad. Lo que sí hace y muy bien es conseguir ser un entretenimiento inteligente, que desde la modestia encuentra su lugar en el género y se puede convertir en una de esas recomendaciones para todo aquel interesado en filmes no diferentes, pero sí con cierta originalidad. La clásica película para recomendar con, cuanta menos información, mejor. Porque darle al play y dejarse llevar siempre será la mejor de las formas de abordar esta clase de trabajos.

El mismo día que se pudo ver Vivarium se acogió en el Auditori, la sala más importante del Festival de Sitges, la sesión que reunía Lux Aeterna de Gaspar Noé con el estreno de Nimic de Yorgos Lanthimos. El griego, tras triunfar internacionalmente e incluso llegar a los Oscar con La favorita, plantea algo parecido al film de Lorcan Finnegane, pero fracasa vilmente en el intento. La premisa es la del doppleganger, el mímico. Pero parece vaciada de talento, una idea estirada como un chicle y que no llega a ninguna parte. Sorprende llegar a los créditos y ver a cientos de personas implicadas en un corto de ocho minutos con tan poca imaginación, personalidad y en esencia, talento. Todo lo contrario que Vivarium, claro

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