'Showgirls': Más allá del placer culpable

¿Un bodrio, o una genialidad incomprendida? Hace 20 años, Paul Verhoeven dirigió la película erótica más taquillera de la historia... y Hollywood aún no se ha recuperado
'Showgirls': Más allá del placer culpable
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'Showgirls': Más allá del placer culpable

El flamante aniversario del estreno de la película y la reedición por todo lo alto en formato doméstico y con imagen y sonido remasterizados nos hace volver a enfrentarnos a Showgirls, sin duda uno de los enigmas más intrigantes del cine comercial de los noventa. ¿Fue solo un chiste a costa de la pobre Elizabeth Berkeley? ¿Es Paul Verhoeven demasiado listo para su público, todo lo contrario, o da igual? ¿La única forma de recuperarla hoy es a través de la excusa del placer culpable, el “es tan mala que es buena” y demás muletillas posmodernas?

Lo cierto es que, para bien o para mal, Showgirls es una película única. Sigue imbatible como la producción NC-17 más taquillera de todos los tiempos (la calificación por edades NC-17 sustituyó a principios de los noventa a la estigmatizadora "X", que no mucho tiempo atrás condenaba a las películas a una distribución restringida en salas especializadas y de reputación dudosa). Y el escándalo que generó en su día no se debió tanto a la potencia erótica de sus imágenes (que también: literalmente nunca se había visto algo así en una producción de ese tamaño) como a la desafiante actitud del guionista Joe Eszterhas y del director Paul Verhoeven. A esos tíos parecía darles todo igual. Iban a defender su ostentosa oda al mal gusto en la forma y en el fondo con uñas y dientes, y no querían dejar claro si se trataba de un chiste muy aparatoso o de una gañanada de altos vuelos.

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Podían permitírselo, claro. Solo tres años antes, en 1992, habían rubricado una de las películas más taquilleras de la década de los noventa, Instinto Básico, un filón de más de trescientos millones de dólares de recaudación que desencadenó, para empezar, una plaga de dimensiones bíblicas en formato de thrillers eróticos (y cuya obra maestra, El cuarto hombre, de la que Instinto Básico es un indisimulado remake inconfeso, ya había sido dirigida en 1983 en Holanda por el propio Verhoeven). Solo por las risas recordemos las ridículas El cuerpo del delito y El color de la noche o la muy divertida Juegos salvajes, a las que se suman los propios guiones de Eszterhas Sliver (Acosada) o la interesante Jade, estrenadas entre Instinto Básico y Showgirls.

Fue ese prestigio el que permitió a Eszterhas conseguir un muy publicitado adelanto de dos millones de dólares de dólares (de un total de casi cuatro que cobró) por una breve sinopsis del guion escrita en una servilleta, a partir de la sugerencia de Verhoeven de hacer un musical al estilo de los clásicos de la Metro. Resultado: Eszterhas se convirtió en el guionista mejor pagado de la historia gracias a la que sería su última película en suscitar un mínimo interés, en una época en la que ese tipo de maniobras publicitarias eran muy apreciadas por el público. (Los noventa: en 1996, un Jim Carrey que no podía parar de encadenar éxitos casi estrella su carrera con el fracaso crítico y de público de la excelente Un loco a domicilio, para la que se publicitó sin descanso que era la película que le había convertido en el actor mejor pagado de la historia).

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Puesta la maquinaria en marcha, decidida la ambientación en Las Vegas y el tono grotescamente melodramático de la aventura, comenzó el proceso de búsqueda de la protagonista: entre las actrices con las que se habló se cubrió un espectro amplísimo que iba de Pamela Anderson a Charlize Theron (cuesta imaginar dos polos más opuestos de entender la feminidad), pasando por Jenny McCarthy, Drew Barrymore, Denise Richards o Angelina Jolie. Entre las actrices que opositaron al papel de Cristal Connors, la rival y finalmente figura materna de la película, estuvieron Madonna, Sharon Stone, Sean Young y Daryl Hannah.

¿Qué podía fallar?

A día de hoy, Showgirls sigue siendo, a su manera, un enigma. Si te gusta la película (sin ambages: te gusta si te divierte y la disfrutas) y te has visto en la delicada tesitura de defenderla delante de algún detractor, habrás comprobado que tú mismo has acabado llegando a algún callejón sin salida, perdido en el laberíntico galimatías de propuestas de la película. Eszterhas no es, desde luego, el típico feminista -posiblemente no lo sea en absoluto-, pero la película da más espacio y se interesa más por sus personajes femeninos; es complicado detectar si a la película le atrae o le repele su propia estética, del mismo modo que es muy complejo desentreñar el posicionamiento de los creadores del film frente a los personajes: ¿se compadecen de ellos o les gusta verlos sufrir?; por otra parte… ¿no es esa falta de piedad lo que caracteriza a un buen creador de melodramas? Quizás la forma más sencilla de empezar a socavar las intenciones de Showgirls sea a través de otra película de Paul Verhoeven: Starship Troopers.

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Paul Verhoeven estrenó Starship Troopers en 1997. Fue su película inmediatamente posterior a Showgirls, y posiblemente si el orden hubiera sido el inverso hoy se tendría a Showgirls en una consideración muy distinta. Aún así -aunque hoy entendemos Starship Troopers como lo que es, una sátira de trazo muy, muy grueso-, hubo voces disidentes que en su día la calificaron de militarista y descerebrada, voces que hoy se ven en la misma y disparatadamente errónea sintonía que calificó a El club de la lucha de David Fincher, dos años más tarde, como “peligrosa a 24 fotogramas por segundo”, en célebre y desnortada crítica de El País. Pero hoy ni se ve a El club de la lucha como una apología del terrorismo ni a Starship Troopers como un panfleto militarista. Más bien, en ambos casos, como todo lo contrario.

Pese a las similitudes de tono entre Starship Troopers y Showgirls, hay motivos adicionales para que mayoritariamente, una sea considerada un hito de la farsa antimilitarista y otra una película que, en el mejor de los casos, “es mala pero te ríes”. Es decir, que es una comedia pero en contra de su voluntad. Lo cierto es que está claro que Starship Troopers es abiertamente una película de ciencia-ficción con muy asumidos toques de humor: las interpretaciones, lo grotesco de la violencia, la parodia del discurso bélico en los noticiarios… Pero aunque Showgirls transita registros paralelos, su fecha previa, el posible conflicto de tono e intenciones entre Verhoeven (que siempre introduce humor en sus tramas, hasta en las más terribles -no hay más que ver la reciente y magistral Elle-) y Eszterhas (que, por el contrario, siempre inyecta gravedad impostada en todos sus guiones, hasta en los momentos más ridículos) es lo que la convierte en una película altisonante, indecisa y con ese punto indescifrable. Y los primeros despistados por todo ello, los actores.

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Por ejemplo, Kyle MacLachlan, que da vida a uno de los jefes de Nomi, Zack Carey, es el ejemplo perfecto de cómo aún hoy el espectador medio sigue reaccionando a Showgirls: desde el total desconcierto. En una entrevista con The AV Club, MacLachlan afirmó que cuando llegó al estreno, aún no había visto la película, y su primera reacción fue pensar “Esto es horrible. ¡Horrible!”. Afirmaba que “es una sensación lenta, de hundirse, cuando ver la primera escena y dices ‘Vaya, esta escena es muy mala’, pero dices ‘Bueno, la siguiente será mejor’. Y de algún modo intentas convencerte de que va a ir a mejor… y solo empeora”. Sin embargo, con el paso del tiempo, se ha distanciado de aquella sensación y cree que “está viviendo una nueva vida como una especie de inesperada… sátira. No, ‘sátira’ no es la palabra. Pero es inesperadamente divertida. Ha encontrado su sitio. Proporciona entretenimiento, pero no de la forma que originariamente creo que estaba previsto”.

Posiblemente, MacLachlan lo cree así porque Verhoeven hizo muy bien su trabajo de que los actores se tomaran sus papeles muy en serio, consciente de que de otra manera el drama no funcionaría. La única que pareció escapar de esa trampa fue Gina Gershon, y no es de extrañar: siempre ha sido una mujer muy inteligente. Gershon, que afirma que aún hoy es preguntada en entrevistas por Showgirls más que por cualquier otra película de su carrera, comentaba en The Daily Beast que cuando llegó al rodaje se dio cuenta de que la película sería muy distinta a la reformulación de Eva al desnudo que prometía Verhoeven: “Estaba colgando de unas sogas, miraba abajo y pensaba ‘Dios mío, he estudiado los clásicos. Quiero hacer teatro griego. Quiero interpretar a Chéjov. ¿Qué cojones hago aquí’”, pero que luego decidió “forzar el lado camp de la película y divertirme”. Por supuesto, es imposible saber si son declaraciones a toro pasado después de que Showgirls se haya convertido en objeto de culto-por-las-razones-equivocadas (tampoco vamos a llegar al extremo de Gawker, que tituló una noticia “Gina Gershon arruina Showgirls admitiendo que siempre estuvo al tanto del chiste”), pero tratándose de la protagonista de Lazos ardientes, resulta creíble.

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Quien indiscutiblemente no estuvo tan al tanto de los peligros de Showgirls (aunque su relación de amor-odio con la película es la más fascinante de todas) fue la protagonista, Elizabeth Berkeley. Su interpretación como Nomi Malone, la no del todo inocente bailarina que llega a Las Vegas en busca de una oportunidad, es sin duda la más entregada de la película. Sin duda es la que más sintoniza con el espíritu de exceso de la cinta, y también sin duda lo que distancia a muchos espectadores del film, incapaces de asimilar la desbordada pasión que le inyecta a su personaje. La culpa, reconoce Verhoeven en una entrevista con Rolling Stone, fue solo de él: “La gente, por supuesto, la criticó por su interpretación excesiva. Buena parte de eso viene de mí. Yo la empujé en esa dirección. Para bien o para mal, yo fue el que le pidió que exagerara todo -cada movimiento- porque era un elemento de estilo que pensé que funcionaría en la película”. Resultado: fuerte ensañamiento de unos cuantos críticos deseosos de cebarse con una actriz que muy poco antes estaba en Salvados por la campana (¡una actriz para adolescentes intentando abrirse paso en el cine adulto, cómo se atreve!) y, como ella misma contó a Variety, “se me cerraron un montón de puertas. (…) Me criticaron tanto que fue humillante”. Abandonó el baile, algo que la actriz hacía desde que era niña “porque todo lo que estaba conectado con la película dejó de ser divertido”.

Pese a ello, Berkley se tomó la humillación con filosofía: “‘arrepentimiento’ no es una palabra que conecte con mi vida. Creo que todo aquello por lo que pasamos es una lección. ¿Fue difícil y dolió? Sí. Me volví más exigente con mis elecciones para volver a sentirme segura. Tuve que abrir esas puertas de nuevo por mí misma”. Si te suena a manual de autoayuda que no te extrañe: Berkeley ha estado muchos años inmersa en Ask Elizabeth, un libro y un programa de apoyo para adolescentes con problemas de autoestima. Ella también parece haberse reconciliado con la película gracias a su nueva consideración de producción de culto: “Hay un sentido del humor bajo toda esa oscuridad”. Y hace una observación muy inteligente y que posiblemente analiza más incisivamente la película de lo que podemos hacerlo cualquier crítico: Showgirls ha acabado por estar bien considerada porque “el pole dancing es ahora mainstream”.

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En cualquier caso, Berkeley se ha reconciliado con el film, después de unos cuantos años en los que incluso se negaba a mencionarlo en sus escasas apariciones públicas: en junio de 2015 apareció por sorpresa en una proyección al aire libre de la película en Los Angeles frente a cuatro mil personas. Dijo entonces: “Quiero agradeceros por el regalo de poder cerrar el círculo y experimentar de forma positiva la película gracias al amor que le dais y por haberla convertido en una película de culto”. Hace bien en reconciliarse, porque, en cualquier caso, es un fantasma del que nunca escapará del todo: es imposible cuando Showgirls funciona, entre otras cosas, como perversa epopeya metaficcional -aquí sí, completamente involuntaria; porque, si Verhoeven buscaba esto, ya sí que podemos considerarlo un genio del mal-. La historia de una ambiciosa pero, en el fondo, muy inocente joven dispuesta a exhibir hasta el último centímetro de su piel para conseguir la gloria, que tiene que gestionar con los libidinosos deseos de un montón de viejos verdes y, también, con los resabiados comentarios de quienes han estado en la cima antes que ella es la historia de Nomi Malone, sí. Pero en última instancia, también es la historia de Elizabeth Berkley, que cree que ha encontrado una película de prestigio para lanzar una carrera incipiente y hasta el último momento no se da cuenta de que está ante una ruidosa y chabacana pieza musical construida en cartón-piedra, lentejuelas y papel pinocho.

Lo que es cierto es que Showgirls vive de esa fama demencial de ser una película apasionada y excesiva, y que rebasa la ordinariez para convertirse en otra cosa. El trailer de la flamante reedición francesa lo deja bien claro, mezclando críticas de la época y anti-slogans como  “Una de las peores películas de todos los tiempos”, “Un simulacro”, “Antología de la vulgaridad” o “Después de la crucifixión, la resurrección”. Y propone un montaje que, sin ironías, resume todos los puntos fuertes de la película poniendo al mismo nivel erotismo salido de madre, coreografías desnortadas, melodrama de superación y estética chirriante. En Showgirls todo vuela a la misma altura.

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El error más común estos veinte años (no hablemos de errores: hablemos de ponernos trabas a nosotros mismos) a la hora de juzgar Showgirls ha sido el de creer que una película no puede ser al mismo tiempo un melodrama muy serio y una farsa muy chillona. O que en el ámbito más frívolo del mundo no hay espacio para las tragedias más ridículamente clásicas. La cuestión es que incluso analizada con herramientas actuales (la película supera de sobra el test de Bechdel), Showgirls aguanta bien los envites del paso del tiempo.

Es fácil celebrar Showgirls después de todo este tiempo porque, a su manera, ya nació como una celebración de lo carnal y lo artificioso. En realidad, sobra el postureo y los posicionamientos críticos forzados. Así pues, celebremos.

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