[Seminci 2019] ‘And Then We Danced’: Cuerpos que bailan hacia la liberación

El sueco Levan Akin ha regresado a la Georgia de sus ancestros para filmar una bella historia de iniciación y amor LGTBI con las danzas tradicionales como telón de fondo.
[Seminci 2019] ‘And Then We Danced’: Cuerpos que bailan hacia la liberación
[Seminci 2019] ‘And Then We Danced’: Cuerpos que bailan hacia la liberación
[Seminci 2019] ‘And Then We Danced’: Cuerpos que bailan hacia la liberación

Pocas cosas hay más emocionantes en la pantalla grande que un cuerpo en movimiento, bailando descubriéndose ante el mundo. Bailes hay de todo tipo, desde aquellos de gestos muy codificados a otros de pasos libres, pero incluso las danzas rígidas, de ritmos establecidos e imperturbables al paso del tiempo, logran cautivarnos y dejarnos embelesados porque en cada uno de los saltos, giros o torcimientos de los bailarines somos capaces de reconocer una tradición, su significado y las emociones que contiene.

Y es ahí, en la observación de la tradición del baile y en tratar de aprehender sus misterios, es donde brota buena parte de la magia de And Then We Danced, propuesta del cineasta sueco de origen georgiano Levan Akin que hace de las danzas tradicionales del país de sus ancestros el telón de fondo de un relato de iniciación sobre un bailarín adolescente que se enamora de un colega de su compañía.

Para Georgia, situada entre el Mar Negro y el Caspio, entre Europa del Este y Asia Occidental, la cultura y sus formas son emblema de una identidad cultural muy marcada y férrea. Los bailes tradicionales, por tanto, son la guinda de un orgullo nacional y los movimientos de cada una de sus coreografías, del Khorumi al Kintouri, definen roles y comportamientos. "No hay nada sexual en la danza georgiana", le espeta al joven Mareb (un Levan Gelbakhiani magnífico) su profesor de baile.

El chico, de pelo de fuego y dulce sonrisa, es constantemente corregido por unas formas al bailar que parecen no responder a la idea de lo masculino en el imaginario georgiano. Digamos que Mareb es un cuerpo disidente para los cánones de esa cultura, doblemente transgresor cuando comienza a enamorarse de Irakli (Bachi Valishvili), un nuevo compañero y un nuevo rival para un puesto en la primera línea de la compañía en la que ensayan.

El proyecto de And Then We Danced nació en 2013, cuando Levan Akin decidió pensar una historia que hablara de la extendida homofobia de Georgia a raíz de un ataque violento en el desfile del Orgullo de ese año, pero los azares de los ritmos cinematográficos han querido que antes viéramos Girl, de Lukas Dhont, y Call Me By Your Name, de Luca Guadagnino. Sea por el baile como espacio para la autoafirmación, sea por el desengaño del primer amor, la cinta de Akin se relaciona con esos dos largometrajes en tanto que tercer vértice de un triángulo que nos descubre gestos de amor inéditos y a la vez muy cercanos.

And Then We Danced se diferencia, no obstante, de esos dos trabajos –¡y de qué manera!– en un tercer acto climático que contiene una de las mejores secuencias del año. Es una secuencia en dos tiempos, con un banquete de boda como escenario, y una cámara sigilosa que recorre un montón de habitaciones y pasillos de un gran apartamento para transitar de la euforia a la tristeza con un brío cinematográfico magnífico. Entre la tradición y la modernidad, entre el fervor juvenil y la melancolía por lo que jamás podrá ser, Akin ha conseguido un pasional retrato que, a pesar de recorrer imágenes conocidas y reconocibles, va en busca de la liberación. Y es muy bello cuando lo logra.

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