[SEMINCI 2016] Día 7: Sanar a los vivos sin despertar a los muertos

'Reparar a los vivos' y el clásico 'Nosferatu' ponen broche de oro a esta 61ª edición
[SEMINCI 2016] Día 7: Sanar a los vivos sin despertar a los muertos
[SEMINCI 2016] Día 7: Sanar a los vivos sin despertar a los muertos
[SEMINCI 2016] Día 7: Sanar a los vivos sin despertar a los muertos

En 1925, la viuda de Bram Stoker, Florence Lacombe, ganó un pleito por derechos de autor contra la película Nosferatu, de F.W. Murnau. De haberse satisfecho la sentencia, todas las copias existentes debieron haberse destruído. Afortunadamente no fue así, y es por eso que la pasada noche, en la Sala Sinfónica del Auditorio Miguel Delibes de Valladolid, hemos podido disfrutar de la película original a partir de la restauración que Luciano Berriatúa (otro de los magos de la conservación fílmica asociado a la Filmoteca Española) realizó para la Fundación Murnau en el 2005, acompañada de la música de la Orquesta Sinfónica de Castilla y León. Horas antes, en el teatro Calderón, pudimos visionar Reparar a los vivos, de Katell Quillévéré (Suzanne), la última película a competición, que pretende y consigue romper la barrera que separa la biomedicina de lo metafísico. Nuestro menú de la jornada se completó con algo más ligerito, pero no menos transcendente, como es Maravillosa familia de Tokio, la última comedia familiar de Yôji Yamada, inspirada levemente nuevamente en Cuentos de Tokio, de Yasujirô Ozu.

Lo que hemos visto

Reparar a los vivos es la adaptación de la novela homónima de Maylis de Kernagal, una historia sobre transplantes de órganos que es tratada como una reflexión profunda de la transición entre lo físico y lo espiritual. Lo mejor que puede decirse de ella es que consigue que veamos sus imágenes clínicas y quirúrgicas no como una orgía de vísceras y sangre (yo es que soy un poco hipocondriaco y fóbico con el tema), sino de una manera límpida, implicada, emocional. La cineasta de origen marfileño Katell Quillévéré consigue literalmente tocar la fibra sensible del espectador y no caer en la pretenciosidad ni en lo escatológico, aunque habrá seguro quien no piense así. La película empieza de una manera muy orgánica, mostrándonos el viaje de un joven (Simon) en bicicleta y después haciendo surf –la cineasta se recrea en estos planos debajo de las olas-, pero en la carretera de vuelta sobreviviene un accidente fatal. El chico entra en muerte cerebral y a los padres se les plantea la donación de los órganos. Entra el filme entonces en una dinámica comunicacional -entre los padres y el enfermero que atiende a su hijo, entre este y Simon, que llega hasta una pianista parisina, Claire, que necesita un transplante para seguir viviendo-, que ya no abandonará hasta su previsible, pero no por ello menos emocionante, final. Esta fluidez y comunicación tiene su correspondencia en las soluciones visuales del DoP Tom Harari y en la música de Alexandre Desplat. Por si fuera poco, está protagonizada por Tahar Rahim, Emmanuelle Seigner y Anne Dorval. Hay que verla, experimentarla.

En las antípodas de la forma, pero no del sentimiento, esta Maravillosa familia de Tokio, de Yôji Yamada, una más de las comedias programadas durante el festival (lo cual es de agradecer, a pesar de alguna propuesta fallida). Se trata de una vuelta de tuerca a su anterior filme, Una familia de Tokio, ganador de la Espiga de Oro en la 58ª Seminci e inspirado a su vez en el clásico de Ozu Cuentos de Tokio. La película está ambientada en una casa familiar en la que conviven hasta tres generaciones. Los cimientos de ese hogar se resquebrajan cuando los abuelos comunican su intención de divorciarse. El reparto es el mismo que el de Una familia de Tokio, pero el tono distinto radicalmente, con no pocas caídas cómicas -y físicas también, el abuelo es un bebedor empedernido- que mantienen en vilo al espectador hasta el final. La película rescata además al mítico personaje Tora-san, que trabaja ahora como detective privado (toda la serie películas de este popular personaje, producidas entre 1969 y 1995, fueron escritas y dirigidas por el prolífico y longevo Yôji Yamada). Muy agradecida de ver.

David Hernando es el fundador de la Orquesta Sinfónica de Bratislava y de su estudio de grabación, del que han salido cientos de bandas sonoras, entre ellas las de los próximos estrenos El bar, de Álex de la Iglesia, y El faro de las orcas, de Gerardo Olivares. Él fue el encargado de dirigir ayer a la OSCyL en su interpretación de la partitura compuesta por Hans Erdmann en 1922 para el estreno de Nosferatu en Berlín. Hablando de la misma, en declaraciones a El Norte de Castilla, Hernando decía: “Es una música que refleja su época, el final del Siglo XIX y el comienzo del XX; una música muy germana, wagneriana con toques de Verdi y Puccini. En definitiva muy operística, que es de donde viene la música del cine, de ese escenario”. Disfrutar ayer de este evento –uno de los aciertos de Javier Angulo, recuperar estas proyecciones orquestadas-, en el incomparable marco del Auditorio Miguel Delibes, fue todo un lujo, un placer para los sentidos hasta después de acabar la proyección, pues la realización sorprendió con un truco mecánico y expresionista que sobresaltó y admiró a todo el público presente: Nosferatu saliendo de entre las sombras… En fin, un colofón perfecto para este recorrido mío (y vuestro) por el Festival.

Espigadera: Reparar a los vivos y Maravillosa familia de Tokio son películas más que notables, pero difíciles de premiar por su dificultosa adscripción genérica. Sigo sin tener una clara favorita, pero el reparto estará entre El ciudadano ilustre, Aquarius, Clash, The salesman, Locas de alegría o incluso Tierra de dioses de Paskaljevic.

¿Qué esperamos de la jornada de hoy?

La lectura del palmarés y el balance de la 61ª edición que hará el director del Festival, Don Javier Angulo.

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