[SEFF 2019] 'El reflejo de Sibyl' liquida el psicodrama desde dentro

Virginie Efira ('Elle'), Adèle Exarchopoulos ('La vida de Adèle') y Sandra Hüller ('Toni Erdmann') protagonizan el tercer largo de la francesa Justine Triet.
[SEFF 2019] 'El reflejo de Sibyl' liquida el psicodrama desde dentro
[SEFF 2019] 'El reflejo de Sibyl' liquida el psicodrama desde dentro
[SEFF 2019] 'El reflejo de Sibyl' liquida el psicodrama desde dentro

Han pasado seis años desde que Justine Triet irrumpiera en la ficción con La batalla de Solférino (2013), uno de los mejores debuts del cine francés de esta década. Desde entonces, la cineasta francesa ha ido ganando en ambición narrativa al mismo tiempo que en apelación comercial, sin perder frescura ni personalidad en la mirada pero tocando géneros afines al gran público con protagonistas del star system galo.

Si en la estupenda Los casos de Victoria (2016) abordaba los códigos de la comedia romántica de profesiones, en El reflejo de Sibyl vuelve a aliarse con la radiante Virginie Efira para construir un poliédrico psicodrama sentimental con forma de rompecabezas metacinematográfico.

Efira, en un nuevo desafío interpretativo que pone a prueba el rango de su magnético talento, es la Sibyl del título: una psicóloga que decide dejar a sus pacientes para embarcarse en la escritura de una novela.

Pero cuando una actriz con problemas, encarnada por Adèle Exarchopoulos, reclama su ayuda, Sibyl no puede evitar emplear la historia para el contenido del libro que prepara. Se ha quedado embarazada del coprotagonista (Gaspard Ulliel) del tortuoso melodrama que rueda en Estrómboli, dirigido por la novia del actor; interpretada por la alemana Sandra Hüller (Toni Erdmanm), quien completa el tridente de actrices europeas más incontestable del año.

Triet recurre a una fragmentación narrativa débil, apenas flashazos con forma de recuerdos de la protagonista, habitualmente vinculados a una antigua relación de la que nació su primer hijo (cuyo recuerdo físico del padre –Niels Schneider– le genera cierto tormento), que no sienta tan bien al desarrollo de El reflejo de Sibyl como las secuencias en las que la terapeuta se ve obligada a participar en el rodaje de la película.

Ahí la línea roja que ella misma estaba cruzando entre ayuda y explotación de su paciente parece darse la vuelta y Sibyl acaba saliendo de la experiencia más afectada de la cuenta.

Una espectacular interpretación etílica de Un giorno come un altro (la versión italiana de Un premier jour sans toi, de Nino Ferrer) marca el clímax emocional de la película, al que Triet y Efira llegan tras abundantes vueltas de campana en la frontera del drama, la comedia, la pasión sexual y la desnudez sentimental.

Sibyl es el retrato de una mujer rota que intenta recomponer sus fisuras a golpes, pero está rodeada de secundarios que reclaman su propio espacio en la narración sin que el volumen del relato llegue a dárselo.

Hay películas generosas, de las que propinan cientos de ideas por minuto; y películas abarrotadas, que tienen tanto que decir que se olvidan de respirar. El reflejo de Sibyl podría encontrarse en un sofocante término medio: el de las películas que no quieren dejarse nada en el tintero, y por eso no temen hacer tachones si al mismo tiempo logran destellos de lucidez y espontaneidad en la mirada.

Justine Triet, igual que sus personajes, hace las paces con sus propias contradicciones e imperfecciones para salir adelante. Porque la paz psicológica con uno mismo es mucho más difícil de alcanzar que un buen filme o una buena novela.

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