[San Sebastián 2020] 'Miss Marx' lleva a la revolución por el punk

'Miss Marx', de la italiana Susanna Nicchiarelli y con Romola Garai es una ruidosa reescritura del género biopic a través de la vida y luchas de la hija de Karl Marx.
[San Sebastián 2020] 'Miss Marx' lleva a la revolución por el punk
[San Sebastián 2020] 'Miss Marx' lleva a la revolución por el punk
[San Sebastián 2020] 'Miss Marx' lleva a la revolución por el punk

Ya desde los títulos de crédito deja claro Miss Marx cuál es su intención. Tipografía y fondos fin de siècle con la música del combo de punk rock neoyorquino Downtown Boys. Mezcla como agua y aceite, y esa es su intención.

Siguiendo las enseñanzas de un iconoclasta como Todd Haynes y sus biografías musicales sobre Bob Dylan (I’m Not There) o Karen Carpenter (Superstar), o de Sofia Coppola y su diva pop María Antonieta, Susanna Nicchiarelli quiere darle un meneo al anquilosado género del biopic, tan en boga últimamente por esa maldición bíblica llamada Bohemian Rapsody.

El objeto de su homenaje es Eleanor “Tussy” Marx, interpretada por Romola Garai, benjamina de un señor barbudo llamado Karl Marx sin cuya obra teórica es probable que el común de los mortales no tuviera tiempo para ir al cine. La vida de Tussy ha sido a menudo eclipsada por la estatura intelectual y la mitificación de su padre. Nicchiarelli recupera su condición de pionera en la lucha de los derechos de los trabajadores y de la paridad en todos los aspectos de la vida.

Lo hace a través de constantes saltos en el tiempo y abruptas llamadas de atención al espectador, pues la ficción se mezcla una y otra y vez con imágenes documentales y con las canciones de los ruidosos Downtown Boys. Sus espídicas partituras acompañan el movimiento de los polisones (para algo se tienen que notar años de colaboraciones en revistas femeninas) y enaguas de la revolución industrial.

A diferencia de otra película estrenada en Perlas como Nomadland, más allá de la denuncia, Nicchiarelli sí que se preocupa de generar un conflicto dramático que angustia al espectador. Mientras Miss Marx goza de una brillante y admirada vida pública, es incapaz de enfrentarse a su desastrosa vida privada. Ella, la primera en denunciar la explotación femenina, la sufre en su propio dormitorio víctima de los caprichos de los hombres que la rodean y de un canallita aspirante a dramaturgo que le saca los cuartos mientras le da al opio (y desliza su mano bajo los polisones de otras mujeres).

Cobra sentido entonces la sorprendente selección musical, vaso audiocomunicante que conecta los problemas de principios de siglo con los actuales. Una canción como A Wall (El muro), dedicada a esa infame idea de Donald Trump, es el símbolo de la división entre las explotadas y los explotadores; ante la precarización general y del periodismo en particular, escuchar la versión punk de La Internacional te hace salir con ganas de asaltar el Palacio de Invierno, los cielos, el Congreso de los Diputados y la sede del Banco de España. Miss Marx es sorprendente, brillante y pertinente.

Una mujer también es la protagonista de Dasatskisi / Beginning, de Dea Kulumbegashvili, que ha venido a revolucionar la Sección Oficial, aunque en un sentido bastante diferente al propuesto por Eleanor Marx. Consiguió batir el récord de deserciones de la sala que hasta ahora tenía la lituana In the Dusk, de Sarunas Bartas. Y eso solo fue el principio.

Parte de la crítica se ha tomado su defensa como una cuestión personal. No cabe duda que Kulumbegashvili sabe filmar, especialmente de noche, y también que la intensidad del drama de su protagonista, la mujer de un testigo de Jehová acosada por su comunidad sita en la Georgia europea, a ratos puede exasperar a más de uno por la lentitud de su exposición.

La mezcla de miseria humana y fuerzas telúricas representadas por el fuego, el agua, y los bosques, tan conectadas con el cristianismo primitivo del movimiento religioso que procesa la protagonista, es tan plástica como excesiva.

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