[San Sebastián 2018] 'In Fabric': un giallo a la medida

Un vestido maldito y un aquelarre con grandes almacenes protagonizan la película de terror del británico que siempre sube el volumen de todos los recursos cinematográficos.
[San Sebastián 2018] 'In Fabric': un giallo a la medida
[San Sebastián 2018] 'In Fabric': un giallo a la medida
[San Sebastián 2018] 'In Fabric': un giallo a la medida

Después de Berberian Sound Studio (2012) a nadie le extraña que el británico Peter Strickland sea un fanático sibarita del giallo, el subgénero de terror italiano que estalló en los años 70 llevando la estilización máxima a las mayores truculencias. Es natural, por lo tanto, que su nueva película, In Fabric, sea un ejercicio de pulcra actualización de los códigos, recursos y estilemas del giallo con la agudeza de una mirada afectuosa que lleva esos elementos a su propio terreno. Una operación que el cineasta ya realizó en cierto modo con el rape and revenge en su ópera prima Katalin Varga (2009) y de manera más fascinante y sugerente con el erotismo setentero en The Duke of Burgundy (2014).

Strickland, que afirma haber encontrado en la música de Stereolab su puerta de entrada al giallo, se ha aliado con Tim Gane, antiguo líder de la banda, que bajo su nuevo proyecto musical Cavern of Anti-Matter firma la banda sonora de In Fabric. Esto es importante porque en el cine de Strickland, antes de entrar en detalles argumentales, hay que hablar de lo sonoro.

Quizás sea uno de los pocos cineastas actuales que le da la misma importancia a la mezcla de sonido de sus películas que a la imagen, como el dúo formado por Hélène Cattet Bruno Forzani, quienes, curiosamente, también se están encargando de surtirnos regularmente con magníficos neo-giallos (Amer, El extraño color de las lágrimas de tu cuerpo, Dejad que los cadáveres se bronceen). El huracán de sintetizadores, distorsiones y graves que aportan los de Gane a In Fabric contribuye a potenciar la atmósfera desbordante igual que ocurría con Broadcast en Berberian o Cat's Eye en Burgundy. Sí, se nota que Strickland tiene buen oído.

Pasemos al argumento de un filme dividido en dos y al que, con todo, es mejor acercarse sabiendo lo menos posible. Solo un pequeño planteamiento: hay un vestido rojo, talla 36 pero capaz de quedar como un guante a personas de todos los tamaños y envergaduras, que trae la desgracia absoluta a quien se lo pone. Esto quizás pueda ser debido a que procede de unos grandes almacenes (deliciosamente setenteros pero ubicados en su propia burbuja fuera del tiempo) gestionados por un aquelarre de brujas maravillosamente atentas y con tendencia a expresarse con intrincadas frases recargadas de retórica.

Fatma Mohamed, siempre presencia destacada en las películas de Strickland (era la carpintera de The Duke of Burgundy) es una de ellas, cumple a la perfección su rol, eclipsando al resto de protagonistas, que también hacen un trabajo estupendo; Marianne Jean-Baptiste no ha tenido una oportunidad de lucirse así desde que trabajó con Mike Leigh.

Las víctimas desdichadas del poder maléfico del vestido van cayendo, primero con violentas reacciones alérgicas en la piel y después de manera más contundente, pero a pesar de la crueldad imperante el humor (color negro carbón) está presente en cada dobladillo de la película; por algo Ben Wheatley repite como productor de Strickland después de The Duke of Burgundy. Las ofertas de catálogo de la tienda de brujas no es la única fuente de peligro, pues la vida cotidiana de los protagonistas también está sujeta a pesares familiares, laborales y burocráticos tratados con el mismo cinismo cenizo.

Todas las imágenes y sonidos de In Fabric forman una costura perfecta donde el masaje erótico de un maniquí con vello púbico que sangra por la vagina puede ser una de las cosas más normales del mundo, y dar una de las secuencias cinematográficas más grandiosas del año. Se suponía que Luca Guadagnino había hecho un remake de Suspiria, pero el mejor giallo de 2018 es este.

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