[San Sebastián 2018] 'Entre dos aguas' es una secuela a la altura de 'La leyenda del tiempo'

Cuando alguien se topa con personajes increíbles y se consigue atrapar un pedazo de su vida desbordante, es fuerte la tentación de volver a ellos al cabo de unos años para ver cómo les va. De ahí surgen continuaciones de algunas de las películas documentales más fascinantes de la historia, como la réplica de El desencanto (Jaime Chávarri, 1976) en Después de tantos años (Ricardo Franco) o el regreso de Agnès Varda a los protagonistas de Los espigadores y la espigadora (2000) en Dos años después (2002). Y así ha pasado con La leyenda del tiempo (2006), a la que su director Isaki Lacuesta ha dado continuación 12 años más tarde con la estupenda Entre dos aguas.

En Entre dos aguas, el cineasta vuelve a la vida de Isra y Cheíto, los protagonistas de la mitad de La leyenda del tiempo (la otra pertenecía a Maiko, la chica japonesa que quería cantar flamenco como Camarón de La Isla). Una docena de años después, el físico de los hermanos gaditanos ha cambiado, así como su temperamento y el tipo de vida que llevan en San Fernando; para empezar, uno de ellos acaba de salir de la cárcel. Lo que no se ha desgastado es la capacidad de Lacuesta, unido a sus colaboradores Isa Campo y Fran Araújo, para registrar con su cámara los ambientes, personas, gestos y cuerpos de la realidad y trazar con lo recolectado un relato. Más allá del documental creativo, se halla un híbrido donde la realidad y la ficción recogida a partir de esa realidad se vuelven indistinguibles en una narrativa pura.

Así sucede con secuencias tan potentes como una realmente breve de Entre dos aguas, película cuyo metraje completo supera las dos horas de duración. En ella, Isra se reencuentra con Saray, la chica que era su novia en La leyenda del tiempo. Ahora parece que regenta un bar, donde el protagonistas está bebiendo una (pen)última copa después de una madrugada de excesos. La luz de La Isla entra por los ventanales del local con una fuerza radiante, mientras él, en tono ebrio, le dice a ella "Antes me parecías más guapa" e inmediatamente le pide un beso. "Va a ser que no", contesta ella entre divertida y desafiante. La emoción de la escena –de la superficie de la imagen a la sedimentación de unos diálogos, sin embargo, naturales al máximo– llevan a pensar en la épica desbordada de ficciones tan barrocas como Johnny Guitar. Sin duda, uno de los grandes momentos del cine de este año; ya sea de ficción, no ficción o entre las dos aguas.