[San Sebastián 2015] Día 6: Tres monarcas sin reino

[San Sebastián 2015] Día 6: Tres monarcas sin reino
[San Sebastián 2015] Día 6: Tres monarcas sin reino
[San Sebastián 2015] Día 6: Tres monarcas sin reino

¿De qué se habla hoy en San Sebastián? De la pertinaz lluvia. De la ausencia de estrellas internacionales para estos días entre semana. De que, sumando ambas cosas, se ha acabado el verano donostiarra. Y no, no se habla de la detención de lo que queda de la cúpula de ETA, una noticia que, hoy y aquí, nos suena lejana, como de hace 15 años, por suerte y por desgracia. Aunque más por suerte que por desgracia.

¿Qué hemos visto? Casualidades, o será que la monarquía sigue siendo un estado del espíritu (casi mejor así que como modelo de estado), pero esta jornada hemos dado un repaso a tres reyes desposeídos, obligados a despegarse de territorios físicos muy marcados, reconocibles y abrumadores. El cine es también geografía, física y humana, y en Donosti, otra geografía arrebatadora, esta sexta jornada nos trajo un choque entre los monarcas y sus reinos. Destronados todos, empezamos:

El maestro Jafar Panahi, discípulo aventajado de Kiarostami, y rey actual del cine iraní (director de El globo blanco, El círculo y Fuera de juego) sigue viviendo su prohibición de rodar (y su confinamiento en su casa) con media sonrisa irónica, como diciendo, "sí, sí, lo lleváis claro: prohibiciones a mí", y un ímpetu creativo descomunal, que ya conocemos a través de Esto no es una película y Closed Curtain. Esta vez la travesura (una travesura con la que se juega la vida, un filme furtivo, ilegal, sin derecho a créditos) sucede en el interior de un taxi, al volante del cual se sitúa Panahi, controlando a la vez coche y cámara para bosquejar un ratrato de la capital de Irán vista a través de sus ojos, mezclando actores con personajes reales, y reivindicando finamente su profesión prohibida, su reino hurtado por el régimen. Una joya, otra más del genio del cine del dribbling, un Onésimo capaz de hacerte una obra maestra en una baldosa.

En Cuba encontramos nuestro segundo territorio mítico con El rey de La Habana. Agustí Villaronga se traslada a La Habana a mediados de los 90, durante el tormento del periodo especial, para adaptar la novela homónima de Pedro Juan Gutiérrez. El realizador de las rotundas El mar y Pa negre, y de la especialísimas Tras el cristal y Aro Tolbukhin, ahonda en la sordidez de la miseria de un país empobrecido desde dentro y desde fuera (aunque omite toda referencia política al embargo o al Castrismo, que no sea lo concerniente al estricto control policial) y lo mezcla con el sexo y la escatología para cerrar un Lazarillo en La Habana de la mejor forma posible. La comedia negra inicial va mutando conforme avanza la miseria económica y moral de un pueblo que necesita de la alegría como gasolina. Lo inevitable, si lo cuenta Villaronga, suele acabar siendo algo muy parecido a un agujero en nuestro alma.

El avispero de las antiguas repúblicas soviéticas son los nuevos Balcanes. Y aunque la película georgiana Moira (de Levan Tutberidze) empieza recurriendo a los clichés cinéfilos universales (la salida, plano frontal de la puerta, de prisión de un joven que es rebelde porque el mundo le hizo así y tiene una familia que proteger), poco a poco, aunque lentamente y sin un toque de genialidad suficiente que la haga inolvidable, eso es cierto, la presencia del Mar Negro se acaba revelando como el icono fundamental, mucho más allá del barco al que alude el título del filme, o del protagonista de este thriller que no quiere serlo, el príncipe destronado de un hogar a orillas de un mar bravo en el que resuenan ecos de Grecia, de Ucrania, de Rusia y de todos los conflictos alrededor del ¿nuevo? grano en el culo de Europa.

¿Qué hemos comido? Queda declarado el día internacional del pincho de tortilla. ¿Espainiako Tortilla Pintxo? Bai. Como ni los horarios de los pases ni el presupuesto nos permiten hacer parada y fonda, nos hacemos eco de la anécdota gastronómica de algunos de nuestros compañeros: coincidieron con Sienna Miller y Tom Hiddleston y se fotografiaron juntos aprovechando que todos ellos cenaban en mesas próximas el Aldanondo, un clásico del centro de la ciudad. Los avezados periodistas cenaron chuleton. Sienna, no. Así están esos cuerpos.

¿Qué nos hemos perdido? Bastantes cosas interesantes, lamentablemente. Uno llega siempre al Zinemaldi con la sana intención de escaparse a algún pase de los ciclos formidables que se proyectan (igual que uno siempre planea un baño en el Cantábrico y el tiempo y la autoridad siempre acaban impidiéndolo), pero la actualidad (y los paseos entre Kursaal, cines y Hotel María Cristina: el triángulo festivalero) acaba comiéndose el tiempo: el King Kong de Shoedsack y Cooper (1933) en pantalla grande era mi sueño secreto. Y lo va a seguir siendo hasta que el ciclo lo proyecten por las Españas las Filmotecas que colaboran con el Festival. A ver si recuperamos también Lejos del mar, de Imanol Uribe.

Conchómetro: Hay algo en el cine de Villaronga, un poso, una tonalidad fílmica, un deje de negrura (incluso en el Caribe) que daría argumentos para poder atacar el Palmarés. No sucede así con la georgiana Moira: nada nuevo bajo el nublado. Recapitulando: Darín/Cesc Gay por Truman, el atrevimiento de El apóstata y Ben Wheatley (High-Rise) y la mano maestra de Terence Davies, en cabeza.

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