Por qué 'Spotlight' no debería ganar el Oscar

Por mucho que la redacción del 'Boston Globe' se vista de gala para acudir a la ceremonia, nosotros les mandamos de vuelta con las manos vacías. ¡Como cualquier periodista!
Por qué 'Spotlight' no debería ganar el Oscar
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Por qué 'Spotlight' no debería ganar el Oscar

Hay cierto tipo de filmes que, sin estar cortados por el patrón formulaico de los Oscar, deben su existencia a los premios de la Academia de Hollywood; sin su sarao mediático, difícil sería ver a la industria respaldando producciones adultas y de prestigio como Spotlight. Eso sí, a la hora de darle caña por sus deméritos para llevarse el máximo reconocimiento cinematográfico del año —como ya hemos hecho con Brooklyn, El puente de los espías, El renacido, Mad Max: Furia en la carretera, La gran apuesta y La habitación— no caeremos en la seducción de su porno para periodistas con plumillas anotando palabras nerviosamente en libretas.

Primera planicie

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Es evidente que la intención principal de la película de Tom McCarthy es ceñirse con la mayor exactitud a los hechos de la investigación llevada a cabo por el equipo Spotlight del Boston Globe sobre cómo la Iglesia católica ocultó un gran número de abusos sexuales perpetrados por sacerdotes de Boston. No pido que con un tema así se dé rienda suelta al artificio visual y el despendole formal, pero el camino escogido por McCarthy es demasiado plano, malentendiendo neutralidad del punto de vista con distanciamiento absoluto del material. Su narración lineal, la foto discreta de Masanobu Takayanagi y la alteridad de los personajes colaboran todas en la misma dirección: no llamar la atención. Es el interés puro del tema tratado lo que engancha a la narración, ninguna de sus imágenes. Ver una película para quedarte con la sensación de haber leído un artículo prolijo de suplemento dominical no es exactamente la experiencia más interesante del mundo.

TL;DR: Salvemos el periodismo

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Con sus más de dos horas de metraje, Spotlight cae en la trampa del cuanto más largo, más importante. Dada la celeridad narrativa que muestra en numerosas ocasiones, es sencillamente absurdo que la película se haga la remolona en muchas otras tan sólo para inflar su metraje final. ¿Cuántas reiteraciones sobre el mismo asunto son necesarias? ¿Cuántas conversaciones prácticamente clónicas vivimos dentro de las oficinas del periódico? Si McCarthy quería pegarnos al tedio laboral del periodismo de investigación, lo que habría sido muy interesante, entonces debería haberse dejado los pequeños dramas personales de cada personaje en casa (lo intenta, pero ay, siempre hay detalles de sentimentalismo dispuestos a salir a la superficie, sobre todo durante el tercio final). Al final, el caso de los curas pederastas parece quedar en segundo plano para levantar una defensa incontestable del auténtico periodismo, el que investiga y no teme preguntar, eso que se hacía antes de la era clickbait. Un objetivo tan loable que habría que estar muy trastornado para posicionarse en contra; es decir, la misma estrategia manipuladora de películas como 12 años de esclavitud. ¡Y encima, tiene el mismo tipo de happy end!

¿Gente corriente?

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Batman, Hulk, Irene Adler, Dientes de Sable, Roger Sterling (o Howard Stark, ¡qué demonios!)... Esta plantilla del Boston Globe parece salida de un cómic de Alan Moore. ¡Y no nos olvidemos de Caesar Flickerman! Por mucho que el magnífico diseño de vestuario de Spotlight se esfuerce para presentarnos las versiones más mundanas de sus estrellas de Hollywood protagonistas, todos ellos todavía están muchos escalones por encima de lo que sería una interpretación naturalista de auténticos profesionales de la noticia. Tan sólo hace falta prestar atención a la guerra subterránea que existe entre el desatado Mark Ruffalo (¿qué intentaba exactamente?) y el hierático Liev Schreiber (magnífico) en la forma de incorporar sus respectivos personajes para darse cuenta de que la película vuela bastante por encima de la realidad.

And the Oscar goes to... HBO

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Jamás te lo perdonaré, Spotlight, jamás, que me hicieras pensar que tu historia habría sido mucho más apropiada para una de esas miniseries de prestigio con casa en HBO, Netflix Amazon que para una película de toda la vida. Seguramente influyera ese tono demasiado sosegado, la sensación de estar viendo un episodio de televisión en pantalla grande que tienen tu distribución de información e iluminación inexpresiva, pero sobre todo la certeza de que una estructura episódica podría haber dejado espacio para una mayor elaboración de todos los resortes culturales y sociales que se apuntan detrás del escalofriante ocultamiento de los abusos sexuales desde muy distintos estratos de las sociedad bostoniana. Teniendo en cuenta la experiencia previa de Tom McCarthy (actor en The Wire) y su coguionista Josh Singer (El ala oeste de la Casa Blanca), habría sido genial que hubieran seguido la estela de David Simon. Da la sensación de que hemos ganado una película aceptable a cambio de una serie que podría haber sido genial.

No en su nombre

Todos los hombres del presidente (Alan J. Pakula, 1976) es el filme en el que se fijan absolutamente todas y cada una de las películas sobre periodistas que buscan un mínimo de respetabilidad (y en sí mismas son todo un género consolidado), un mito descuartizado al minuto en cada facultad de Periodismo de nuestro país (en las redacciones ya no tanto porque no queda gente, son todos freelance) y ejemplo máximo de sometimiento sepulcral a la narración de unos hechos concretos con imágenes elaboradísimas (¡Gordon Willis!). Pues bien, fue candidata a ocho premios Oscar, incluidos Mejor película y Mejor dirección. Ganó cuatro, como el que se llevó el guión de William Goldman, pero no los dos principales. Sería humillante que Spotlight, una película que pretende seguir a Todos los hombres del presidente en todo, quedara por encima de su modelo.

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