Pedro Almodóvar: "Para mí, defender la sala de cine es un deber moral"

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Tu nueva película se titula Dolor y gloria, pero en ella hay mucho más dolor que gloria.

No se trataba de ser exhibicionista de lo bien que me ha ido en esta profesión, que me ha ido muy bien, la verdad. Mucho mejor de lo que yo hubiese soñado. Era necesario mostrar que este hombre viene de una situación de éxito continuo, pero el hecho de que no se haga una exhibición es deliberado. Para mí la gloria está dada en el sentido material: en la casa del protagonista, en los cuadros de coleccionista muy cotizados… Es un director que no necesitaría trabajar para seguir viviendo, pero su problema es precisamente que no puede hacer otra película por los dolores que tiene. Su dependencia no es con ninguna droga sino con el cine. No concibe su vida sin hacer películas.

Vas a contracorriente, porque hoy todo el mundo vive obsesionado con demostrar sus éxitos.

Eso es terrible. Es una equivocación descomunal. Inevitablemente, a esa gente más joven que no haya terminado de formarse, le da una idea totalmente errónea de lo que va a ser la vida. Y de lo que es la vida en general. Ninguno de los problemas importantes con los que se van a encontrar se solucionan haciendo esa ostentación del éxito. La cultura en la que vivimos actualmente, sobre todo con las redes sociales, es de exhibicionismo.

Me recordó a If, de Rudyard Kipling, al éxito y el fracaso como dos impostores.

El éxito es otra cosa de lo que se proyecta en redes sociales. Y el fracaso también. Le tenemos mucho miedo pero es una etapa imprescindible para poder madurar y seguir desarrollándote. Se ha construido una sociedad absolutamente competitiva. Yo cuando pienso en finales de los 70 y 80, cuando floreció todo aquello que se ha dado en llamar La Movida, que era una época de una creatividad inenarrable, extraordinaria, me doy cuenta de que todo surgía por el propio deseo de hacer cosas. En la cabeza de ninguno aparecía la idea de que había que venderlas. El mercado no existía. Y ahora, si hay algo que existe es el mercado. Y los chavales, desde el momento en el que empiezan algo están pensando en competir, en ganar dinero y triunfar. Se pierden una época esencial en la formación tanto personal como artística, la época de hacer las cosas por placer, dejar que se imponga tu vocación, que se impongan tus propios gustos. Y a veces tus propios gustos no coinciden con los de nadie. Y eso es interesantísimo. Va a ser muy interesante con el tiempo. Hacer cosas con muy poco público, muy minoritarias, es imprescindible recorrer esos caminos. Pero ahora mismo no te lo permiten. Lo que hagas tiene que dar dinero y eso incide en esa idea del éxito y el fracaso que se ha impuesto.

Si Dolor y gloria fuese un cuadro se podría titular Esto no es un autorretrato.

Es un buen título, porque en efecto no es un autorretrato. No lo es. A mí no me importa que la gente lo piense. Efectivamente, la película parte de mí e íntimamente me representa más que las otras. Pero yo he estado siempre muy presente en mis películas. Lo que ocurre es que siempre he estado parapetado detrás de distintos personajes, muchas veces femeninos. Nunca había estado detrás de un personaje masculino y que además es director, que tiene mi edad y que tiene unas dolencias que conozco aunque no sean tan exageradas como las que tiene él.

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¿Ha sido más fácil o más difícil escribir el guion de Dolor y gloria teniendo en cuenta esta cercanía con el personaje?

Siempre escribo muy rápidamente, sobre todo los últimos guiones. Creo que es ya había escrito distintas unidades de esta historia. Por un lado estaba el monólogo. Era distinto, pero hablaba de los años 80, de la noche de los años 80, un testimonio muy directo de La Movida. Era un monólogo para una mujer. Nunca se lo di a ninguna mujer, estuve tentado pero como era muy corto… Igual en estos Microteatros que se han hecho en los últimos años hubiese tenido cabida. Luego estaba el relato El primer deseo. Tenía también una especie de fantasía literaria en la que, aquejado por los dolores de espalda, visitaba a un personaje de los años 80 que había sido traficante. Era un encuentro muy divertido por las cosas que contábamos y porque el personaje principal probaba la heroína como Salvador, el protagonista de la película. Estas tres unidades estaban ya y, cuando empecé a escribir el guion, no estaba seguro de que iba a ser sobre algo tan cercano como mi vida en la actualidad. Pero empecé con una imagen que me había acompañado mucho durante el último verano. En esos momentos tenía muchos dolores de espalda y mi máximo placer era hundirme en la piscina y dejarme mantener por la ingravidez, porque el cuerpo desaparece y desaparecen todas las tensiones. Después de tiempo de hacerlo le dije a una amiga que me hiciera una foto. A mí me gustaba pero soy director de cine, necesito saber cómo se veía desde fuera. Tengo la foto en casa [se ríe]. Y me pareció que era un buen inicio para un guion. Es una imagen muy misteriosa. Densa, subacuática y muy intrigante, entonces inmediatamente me llevó al río donde lavaba mi madre. Ese es un recuerdo muy claro que tengo de mi infancia. Es un recuerdo recurrente que comento con mis hermanos. Era un momento de alegría, a pesar de que debía de ser bastante duro para mi madre y sus vecinas. Así fue como conecté mi actualidad en relación con los dolores de la espalda, con momentos muy luminosos de mi infancia y, como el protagonista escribe, esa infancia la conecté con el primer deseo y con el monólogo.

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Es un guion con una estructura psicoanalítica. Buceas en el pasado para entender el presente.

No lo había pensado, pero técnicamente me preocupaba que, como aludía a situaciones tan dispares en el tiempo y en el espacio, las situaciones brotaran con naturalidad y que todo resultara muy fluido. Era uno de los retos que tenía con esta película, sobre todo porque los materiales eran muy diversos. Hay elementos narrativos de los que estoy muy orgulloso, por ejemplo meter un monólogo en la película. Yo si tuviera que dar una clase en una academia de cine diría que es algo que no se debe hacer. El monólogo teatral, no que hable alguien mucho, que es algo que se nos ha demostrado desde Bergman hasta la Nouvelle Vague. Esto era un monólogo que ocurría en un teatro. Me salió bien pero no creo que se deba hacer. Ese monólogo nos pone en antecedentes de la historia que inmediatamente va a venir después, es decir del encuentro del personaje de Salvador con el amante con el que tuvo una historia de amor en el pasado. Así adquiere un mayor significado. Pero esa estructura psicoanalítica no era algo de lo que yo fuese consciente. Hay un nivel de consciencia cuando estás escribiendo pero hay un nivel enorme también de inconsciencia, en el que la historia tiene que tirar de ti y tú estar al servicio de la historia. Entonces, si me preguntas que por qué he hecho esta película ahora, no lo sé. Hay muchas cosas que no sé por qué suceden en la película y las asumo como propias como narrador. Me movía la dramaturgia y lo cinematográfico, no lo psicoanalítico, a pesar de que psicoanalistas y psiquiatras a menudo me han dicho que mis películas eran un material del que se servían para hablar de psicoanálisis a sus alumnos.

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Hay algo que conecta Dolor y gloria con Entre dos aguas, una de tus películas favoritas de 2018 según tu lista de la revista indiwire. Las dos son ficciones que transmiten a la perfección una verdad. ¿Cómo consigue eso el cine?

Cuando ocurre es maravilloso porque has conseguido hacer una muy buena película. Entre dos aguas me gusta mucho. En efecto, transmite con toda precisión la situación de la que está hablando. Con el añadido de que es una situación terrible, es un callejón sin salida y que ocurre a no muchos kilómetros de donde vivimos. A Isaki [Lacuesta, su director], que no le conozco, le salió una película estupenda que transmite una enorme verdad. Me alegra de que pienses lo mismo de Dolor y gloria porque significa que he dado en el clavo. Cuando eso ocurre tiene que ver con haber comunicado algo y haberlo comunicado apropiadamente, delicadamente, sin trucos, y que llega tal cual tú lo has decidido previamente, dirigiendo, montando, etc. Es decir, en un proceso lleno de artificio. Para mí es muy emocionante y es una emoción que se parece a pocas. Eso sería el éxito.

En los Goya dijiste que el cine español no interesa al público. ¿En qué notas esa falta de interés?

Es una realidad muy fea y no sé si es irreversible. A mí me gusta pensar que sí es reversible, que el público puede volver otra vez a sentir interés y a darse cuenta de que en el cine español les están hablando en su propio idioma, de su propia cultura y de su propia vida. En general, el público español no se ha identificado con su cine y ahora menos que nunca. En un momento en el que la tendencia es la desaparición de las salas, el público español no solo no va a defenderlas sino que va a entregarse a la otra posibilidad, que es ver el cine en pantallas pequeñas. Eso me preocupa. Las plataformas desde hace tiempo están tratando de cambiar el modelo de ver las películas. En España lo están consiguiendo, sobre todo en las generaciones más joven a la que no se le ocurre ir al cine. Ven ficción pero de un modo que a mí me parece más pobre. El misterio, la capacidad de hipnosis que tiene una película está en base a que su tamaño sea mucho mayor que el salón de tu casa. Es muy importante sentirte anónimo y casi furtivo o no, compartir una emoción en una sala oscura. Si no, esa capacidad hipnótica y ese placer desaparece. No es que yo me oponga a las nuevas tecnologías, están también para ser utilizadas como lenguaje. Pero en la naturaleza del cine estaba que fuese proyectado en una gran pantalla. La lucha no es el cine contra la televisión. Todas las ficciones son compatibles, pero hoy la que está en peligro es la sala de cine. Por eso, para mí es un deber egoísta, porque yo sigo yendo, pero también un deber moral defenderlas.

Dolor y gloria se estrena el 22 de marzo.

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