Pablo Remón y el tercer acto de El Pavón. Teatro Kamikaze

Entrevistamos al guionista de ‘No sé decir adiós’ a propósito de ‘El tratamiento’, su obra sobre cine que podrá verse hasta el 15 de julio en el teatro madrileño
Pablo Remón y el tercer acto de El Pavón. Teatro Kamikaze
Pablo Remón y el tercer acto de El Pavón. Teatro Kamikaze
Pablo Remón y el tercer acto de El Pavón. Teatro Kamikaze

El elenco de El tratamiento con Pablo Remón (sin albornoz). Foto: Vanessa Rabade

Esta entrevista a Pablo Remón por El tratamiento se desarrolla en dos actos. En el entreacto, el teatro en el que se representa, el prestigioso Kamikaze de Miguel del Arco, Israel Elejalde, Jordi Buxó y Aitor Tejada, anuncia que 2019 será su última temporada en el Pavón. Kamikaze nació en 2016 y desde entonces ha ganado un Premio Nacional y ha arrastrado a su edificio modernista de la calle Embajadores a un público nuevo que, hasta entonces, solía mantenerse lejos de los escenarios. Aunque eso, al parecer, no es suficiente. Así lo explica Pablo Remón cuando retomamos la entrevista que dejamos a medias el día anterior y que surge de mi entusiasmo (yo también soy ese público nuevo) con esta obra sobre un guionista frustrado que sobrevive dando clases de guion y cuyo elenco incluye actores habituales del cine como Francesco Carril o Bárbara Lennie.

Remón me cuenta que acaba de salir de la presentación de la tercera temporada de Kamikaze y que será la última en su actual ubicación, el Pavón, por el precio inasumible del alquiler según su actual modelo de teatro, que requeriría la cesión de un espacio público. “Puedes empezar la entrevista contando cómo han cambiado las cosas de un día para otro”, dice el guionista y dramaturgo como si este texto fuese una de sus obras metalingüísticas en las que los mecanismos de escritura están a la vista del espectador. Desde luego, como El tratamiento, esta conversación a intervalos retrata muy bien lo que es la creación cultural en España, un empeño desquiciante sostenido por la pasión.

Pablo Remón es un ejemplo perfecto de la apuesta de Kamikaze, un teatro que pretende apostar por talentos nuevos a mantener la obra que les funcione en cartel durante un año. “El equipo de Kamikaze hace una labor que en el cine todavía no he encontrado”, cuenta sobre los coproductores de Barbados, etcétera y El tratamiento. “Han creado un público nuevo. Están apostando por dramaturgia nueva”, explica este guionista que encontró en el teatro “una vacuna contra los procesos largos del cine”. Guionista formado en la ECAM y autor de los guiones de Casual Day, El perdido –coescritos con su hermano Daniel Remón– y No sé decir adiós, Pablo Remón empezó en las artes escénicas de manera orgánica, tanto que su primera obra, La Abducción de Luis Guzmán, la representó en el salón de su casa. A esta le siguieron Muladar, 40 años de paz, El tratamiento y Los Mariachis, ahora reunidas en Abudcciones, libro editado por La uÑaRoTa. Esperemos que vengan muchas más y que las veamos, sea donde sea, pero en el Kamikaze.

Pablo Remón y el tercer acto de El Pavón. Teatro Kamikaze

¿Qué pasa si se acaba el Teatro Kamikaze?

No lo sé. Kamikaze está potenciando una dramaturgia y una creación que no tiene cabida en muchos espacios más. Yo he tenido la suerte de que me han llamado de Teatros del Canal [donde acaba de representar Los Mariachis], pero no me han llamado de más sitios.

Con el éxito que están teniendo obras como El tratamiento, que acaba de ampliar función hasta el 15 de julio… ¿Te esperabas un recibimiento así?

Es una función que a la gente le toca mucho. Yo tenía mis dudas por si, al ser sobre cine, podía resultar algo endogámico. El panorama que se pinta del cine es algo desquiciado, con muchos sinsabores. Es un retrato exagerado, pero solo un poco. Aunque de fondo está esa pasión por escribir, por comunicar, y eso pesa más en la balanza que todo lo demás. Para mí es así.

Hay otra cuestión en El tratamiento y es esa fatídica pregunta que nos hacemos según pasa el tiempo: ¿somos quienes pensábamos que íbamos a ser?

Puede que sea una cuestión generacional. Una idea de la obra es que una manera de congelar el tiempo es la escritura. Yo tengo la sensación de que hasta que no escribo algo no lo digiero del todo. Es un antídoto del paso del tiempo.

El tratamiento es teatro pero con lenguaje cinematográfico: hay voz en off, hay montaje, hay flashbacks…

Yo vengo del cine y, en algún momento, me di cuenta de que el teatro es moldeable. Empecé a investigar, a leer, y entendí que el teatro es un arte muy antiguo pero también puede ser moderno. Puedes interactuar con el público. También tenía ganas de escribir de otra manera, con actores. Mis últimas obras están escritas con ellos, improvisamos y ensayamos mucho. Trato de que la obra esté muy viva hasta el momento del estreno. Cuando escribía antes estaba buscando la escena perfecta, pero al trabajar con actores me di cuenta de que cada escena es una fotofija pero no tiene por qué ser mejor que la otra. Es como un concierto donde cada representación es única.

¿Qué lecturas y qué teatro te ayudaron en esa investigación?

Manejé muchas referencias. Sobre todo, literatura y cine argentino. Yo quería hacer un teatro contemporáneo pero sin renunciar al placer de contar historias. A mí alrededor, observaba dos formas de hacer teatro distintas: el clásico y la ruptura absoluta, el posteatro. Y yo no me encontraba en ninguno de los dos aunque me apasionasen. Mi voluntad es hacer cosas de ahora pero al mismo tiempo me apasionan los personajes, la narración, contar historias, mecanismos más clásicos.

Hay algo meta, de los universos de Charlie Kaufman también.

También nace de ahí, del cine de Kaufman pero también de Woody Allen. Annie Hall, sin ir más lejos, está llena de mecanismos de distanciamiento teatrales. Me resulta muy interesante la obra que se hace consciente de sí misma. El tratamiento es un poco eso. Hay un narrador que se dirige al público, un personaje que resume, elispsis… todo eso hace cómplice al espectador.

También hay música.

Yo escribo mucho con música, es importante para mí a la hora de soñar las obras. Me coloca en una emoción directamente. Me gusta mucho mezclar tonos y la música me ayuda a eso. En 40 años de paz cada personaje tenía una canción.

¿Podrías escribir sin humor?

Cuando escribo más profundamente me surge el humor, aunque sí que podría escribir sin él. De todas formas, distingo entre la mirada cómica, con humor, y el chiste. Esa mirada cómica me parece que está en la vida. También hay un peligro y es que la comedia se come todo. En El tratamiento hice un esfuerzo para que eso no pasase.

¿Cómo surge la idea de El tratamiento? ¿Cómo se te ocurren las ideas?

Hago un proceso largo de dacantar. Voy echando cosas a la olla. El tratamiento es una idea a la que llevaba mucho tiempo dándole vueltas, la de escribir una obra con muchas historias y muchos personajes dentro. Es algo que he visto más en cine que en teatro. En Tarantino, en Carlos Vermut… Al principio era sobre un grupo de gente que había estudiado cine y contaban su vida mezclándola con las ficciones que habían escrito. Esa abstracción se quedó en el aire hasta que fui encontrando la manera de darle forma, que es por donde empiezo normalmente los proyectos. En este caso, la estructura era un poco de novela, no en el sentido de tener un comienzo, nudo y desenlace, pero sí en el sentido de que una cosa que cuentas te lleva a otra y, esa, a su vez, a otra.

El elenco está formado por Francesco Carril, Ana Alonso, Francisco Reyes, Emilio Tomé y Bárbara Lennie, a la que sustituirá Aura Garrido a partir del 3 de julio.

Es la primera vez que entra un actor a una obra que tengo ya cerrada. Normalmente escribo para los actores, de una manera egoista. Cuando un actor se involucra en el proceso llega mejor a la función. Los actores con los que he trabajado saben más de teatro que yo: Bárbara Lennie, Israel Elejalde… Me fío muchísimo de ellos. La obra se hace un poco entre todos y todos somos responsables.

¿Quiénes son tus tres maestros en teatro y en cine?

En teatro he bebido mucho del teatro anglosajón, es lo primero que leí. Esa forma de escribir y ese hincapié en el texto me ha formado mucho. En nuestro idioma, el teatro argentino. Y la sensación de que casi nunca es solemne. En España noto cierto peso del Siglo de Oro español. Los argentinos no tienen ese peso del pasado, quizás por eso hacen un teatro más fresco, más vivo. El cine argentino sería otro referente.

Tu formación es de cine. Concretamente, estudiaste guion en la ECAM. ¿Cómo llegas al teatro y a fundar tu compañía La abducción?

Mi deseo era ser guionista, dirigir pero, sobre todo, escribir. Cuando llegó la crisis, los rodajes se pararon y el cine se complicó aún más. Por ejemplo, No sé decir adiós es un proyecto que empezamos en 2011 y no se estrenó hasta el año pasado. En 2009, me fui a estudiar teatro a Nueva York. Sobre todo, me dediqué a leer porque tenía muchas lagunas. Empecé de manera más convencional, intentando escribir una obra más cerrada, y no lo conseguía. La manera que encontré de escribir teatro fue trabajar con amigos y sobre todo quitarme la presión y hacerlo por el disfrute. La abducción de Luis Guzmán nació así, sin pretensión, por disfrutarlo, sin saber adónde la íbamos a llevar. Era lo contrario del cine, donde siempre tienes que vender las películas. Esa obra la estrenamos en el salón de mi casa. Sucedía en un salón, hicimos un pase con doce o trece personas. Esa facilidad para sacar algo adelante me atrapó mucho. Nos llamaron de un teatro y nació la compañía, así, de esa manera cotidiana, como una vacuna a los procesos tan largos del cine.

En 2014 ganas el Lope de Vega por Muladar, tu segunda obra de teatro escrita con tu hermano, Daniel Remón. También habéis escrito juntos Casual Day, 5 metros cuadrados, El perdido… ¿Cuándo y cómo empezasteis a escribir juntos?

Yo soy el mayor. Estudié guion en la ECAM antes que él y le fui metiendo el gusanillo. Escribimos el primer guion cuando él tenía 19 años. Nos entendimos muy bien. Suele ser bueno escribir con alguien pero también es difícil. Siendo hermanos ya tienes mucho hecho.

Vais a escribir lo próximo de Benito Zambrano, ¿qué se puede saber?

El guion ya está escrito. Es una adaptación de La intemperie, una novela que a mí me encanta. Es una película ambiciosa, con voluntad de ser grande. Es una historia de aprendizaje en una especie de guerra civil que no termine de definirse del todo.

No sé decir adiós fue una de las películas de 2017. ¿De dónde parte esta película?

Conocí a Lino, vi sus cortos y él me propuso trabajar juntos. Él tenía la idea de un personaje femenino fuerte que tuviese una adicción. Yo le propuse la idea de un padre enfermo, porque era mi manera de meterme en la película. Fue muy complicado conseguir el dinero. La primera versión de guion es de 2011. El siguiente proyecto de Lino [Escalera] lo está escribiendo con mi hermano. Ahora mismo, a mí me cuesta meterme en un proceso tan largo. Esta película estuvo a punto de no hacerse en muchos momentos, así que como guionista estás muy expuesto. Y ni siquiera es una película grande, es una película que antes hubiese sido fácil hacer pero ahora no. Y se hizo porque todos cobramos diez veces menos. En ese sentido, el cine se ha precarizado mucho y es algo de lo que no se habla.

¿Te veremos en el teatro?

Quiero seguir escribiendo cine y tengo una serie que he diseñado con mi hermano. Creo que ese es un camino interesante.

El tratamiento se representará hasta el 15 de julio en El Pavón. Teatro Kamikaze.

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