[Muestra de cine de Lanzarote] 'La casa lobo', una película convertible

Plazas de avión que desaparecen y películas en stop-motion que mutan. Así ha sido la primera jornada de la Muestra de cine de Lanzarote
[Muestra de cine de Lanzarote] 'La casa lobo', una película convertible
[Muestra de cine de Lanzarote] 'La casa lobo', una película convertible
[Muestra de cine de Lanzarote] 'La casa lobo', una película convertible

La casa lobo parece una película, pero, en realidad, es muchas otras cosas. De hecho, vista únicamente como película tampoco queda claro si es una pequeña joya de la animación (73 minutos), un falso publirreportaje que introduce una obra restaurada igualmente falsa o un libérrimo artefacto experimental. Tampoco es fácil atreverse con el género –¿cuento de terror? ¿parábola política? ¿juego de inversión metalingüística a propósito de Los tres cerditos?– e incluso su misma esencia podría suponer una contradicción, puesto que estamos ante una stop-motion que busca la hipercontinuidad encadenado, trucajes mediante, un sinnúmero de planos secuencia.

El debut de los chilenos Joaquín Cociña y Cristóbal León, que abrió la competencia dentro de la Sección Oficial de la Muestra de Cine de Lanzarote, es un filme en mutación constante, cuya superficie no deja de transformarse ante nuestras retinas, de modo que sus texturas multiformes arrastran el relato hasta desbordarlo. Y la historia es aparentemente sencilla: María, una joven que vive en una pequeña comunidad de emigrados alemanes situada en la zona sur de Chile, huye de la intransigencia impuesta por unas costumbres muy similares a las de los Amish. Este planteamiento enlaza con oscuros episodios de la historia de Chile –el caso de Colonia Dignidad– aunque aquí esta conexión sirva a otro propósito: dar forma a una pesadilla. Refugiada en una casita solitaria, huyendo de un lobo que la persigue, los miedos de María animaran las poderosas imágenes de esta obra incontinente cuya apabullante construcción exige, quizás, un respiro que facilite su asimilación, deslumbrados como quedan los ojos ante tal sucesión de filigranas. De hecho, su cierre ha de repensarse con calma para no confundir la demostración del ominoso control que la secta ejerce sobre sus miembros díscolos con un ‘feliz’ regreso a la colectividad (la rompedora estética del filme destierra cualquier interpretación de corte conservadurista).

Tratándose de un largometraje convertible en el que cada objeto puede volverse, de repente, otro totalmente distinto no era de extrañar que El Almacén, la sede principal de la Muestra de Cine de Lanzarote, asumiera los perfiles de una mesa retirada en un rincón aeroportuario y que un portátil hiciera de pantalla en lo que terminó siendo un visionado íntimo, obligado por las absurdas disposiciones de una aerolínea que ejerció, sin saberlo, el papel de metáfora perfecta de esta película que, de tan cambiante, terminó por cambiarme el lugar de proyección. Misterios del cine.

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