Muere Manoel de Oliveira

El cineasta en activo más longevo ha fallecido con 106 años en Oporto, su ciudad natal. Su filmografía es uno de los legados más importantes de la historia del cine.
Muere Manoel de Oliveira
Muere Manoel de Oliveira
Muere Manoel de Oliveira

Manoel de Oliveira, el mayor cineasta portugués de todos los tiempos y una figura indispensable en la historia mundial del séptimo arte, ha muerto a los 106 años. Dirigió su primer filme, el corto documental Douro, Faina Fluvial, en 1931; el último, el corto quijotesco O Velho do Restelo, en 2014, el año pasado. En medio hay 83 años de apasionada dedicación cinematográfica, más de una treintena de largometrajes y otros tantos cortos y trabajos para televisión que conforman una filmografía rica y rigurosa, poética y natural, humanista y fantasiosa; una carrera donde cada título esconde al menos un momento de sobrecogimiento.

Oliveira creció pegado a las calles de su Oporto natal, a cuyo río e industria consagró la sinfonía urbana de Douro, Faina Fluvial. Mientras luchaba por encontrar el dinero necesario para filmar un primer largometraje (su inicial intento de debut fue en 1927 con un filme bélico que nunca llegó a materializarse) se especializó en realizar pequeños documentales sobre distintos aspectos de la cultura portuguesa. Un registro de lo real que traspiró finalmente en Aniki Bóbó (1942), la historia de dos niños portuenses para la que empleó a actores no profesionales.

El fracaso en taquilla de su debut en el largo mantuvo al cineasta alejado de las cámaras (y centrado en los viñedos familiares) durante 14 años. Tras reaparecer con otro retrato de Oporto como O Pintor e a Cidade (1956), es con Acto de primavera (1963) cuando tiene lugar uno de los puntos de inflexión de su carrera (y del cine portugués: António Reis era el ayudante de dirección). La filmación híbrida entre documental antropológico y ficción ligera de una representación campesina de la Pasión al norte del país cambia su concepción del cine y le inyecta nuevas energías que no tardarán en ser segadas por la PIDE, el cuerpo policial de represión del dictador Salazar. Oliveira fue detenido por su postura contraria al régimen, interrogado y encarcelado durante 10 días. Tras salir de prisión, su carrera volvió a estancarse y sus obras a espaciarse.

Oliveira rodó el grueso de su filmografía después de cumplir 64 años. La comedia negra O Passado e o Presente (1972) marca el comienzo de una prolífica etapa dedicada a las adaptaciones teatrales y novelescas que exploran los límites en la traducción de lenguajes narrativos al cine. El máximo apogeo llega con la miniserie Amor de Perdiçao (1979), a partir de Camilo Castelo Branco, Francisca (1981), adaptando la novela de Agustina Bessa Luis. La obra literaria de la escritora portuguesa inspiraría algunas de las mejores películas posteriores del cineasta: El valle de Abraham (1993), O Convento (1995), Party (1996), El principio de la incertidumbre (2002) o Espelho Mágico (2005), entre otras.

Le soulier de satin (1985), adaptación de casi 7 horas de duración sobre la obra teatral de Paul Claudel, es uno de sus proyectos épicos más ambiciosos y también el inicio de una feliz colaboración con el actor Luis Miguel Cintra. Pronto, en Los caníbales (1988), llegaría Leonor Silveira para, junto a otros como Diogo Dória, conformar la troupe habitual de intérpretes recurrentes en las películas de Oliveira durante las próximas décadas. En No, o la vana gloria de mandar (1990) comienzan las apariciones de Ricardo Trêpa, su propio nieto, que progresivamente irá ganando presencia.

Es difícil sintetizar la posterior explosión creativa del cineasta sin caer en la mera enumeración de la veintena larga de largometrajes que firmó durante sus dos últimos decenios de vida. Prácticamente a película por año, una vez tras otra enmendando la plana a esa avanzada edad que incitaba a buscar despedidas en todas ellas. Nada más lejos. Melancólicas y profundamente humanas, como la vida misma, el humor juguetón y la ironía distendida nunca faltaron en La caja (1994), Palabra y utopía (2000), Una película hablada (2003) o Belle toujours (2006), la inesperada secuela de Belle de jour con Michel Piccoli y Bulle Ogier.

Pese a una apariencia nada justificada de exceso de teatralidad y densidad verbal donde lo que hay es sofisticación formal y gestos esculpidos en el tiempo (sin olvidar hermosas epifanías de pura revelación visual como, por ejemplo, los movimientos de cámara finales -y únicos- de El valle de Abraham entre naranjos), los últimos trabajos de Oliveira se empeñaron en demostrar la insólita frescura con la que un nonagenario podía acercarse a la narración de historias humanas con una cámara, una habitación y un puñado de actores. Singularidades de una chica rubia (2009), El extraño caso de Angélica (2010) o Gebo et l'ombre (2012) son obras tardías pero tremendamente lúcidas que, además, pueden servir como fácil puerta de entrada a la fascinante filmografía de un maestro del arte cinematográfico que, para nuestra fortuna, acompañó el desarrollo del medio durante casi toda su existencia. Ahora, no antes, es cuando empieza el cine post Oliveira.

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