James Garner no protagonizó ninguna obra maestra. Su única nominación al Oscar, como Actor de Reparto, le llegó a una edad ya avanzada, debido a un filme casi olvidado hoy en día: El romance de Murphy (1985, con Sally Field y Corey Haim). Y, en general, a muchos lectores podría sonarles su nombre debido a comentarios de sus padres, o incluso de sus abuelos, o al hecho de que su cinefilia les haya hecho fijarse en la presencia del actor en La calumnia, Grand Prix, Space Cowboys o El diario de Noa. O incluso a haber compartido encuadres, brevemente, con Bruce Lee en Marlowe, detective muy privado. Eso, desde un punto de vista superficial. El intérprete de Oklahoma, que ha fallecido hoy repentinamente a los 86 años, aparece a una luz muy distinta si observamos el conjunto de su carrera. Y no nos referimos sólo a su papel en esa bienamada obra maestra de título La gran evasión.
Vista con ojos de hoy, la trayectoria de Garner resulta la de un auténtico pionero: estamos hablando de uno de los primeros actores que supieron moverse entre Hollywood y la TV. En 1958, Garner se ganó una nominación al Globo de Oro como Actor Más Prometedor, y al año siguiente se llevó a casa un Emmy como Protagonista gracias a la serie Maverick, en la que encarnaba a un cínico tahur del Lejano Oeste. Con los años, mientras los Premios de la Academia no le hacían ni caso, Garner se convirtió en un habitual de los galardones destinados a la pequeña pantalla: bien gracias a Los casos de Rockford (1974-1980), show en el que encarnaba a un cínico y urbanita detective, bien debido a su participación en miniseries, telefilmes y (a veces) largometrajes para el cine, James Garner estuvo nominado 14 veces a los Emmy (ganando dos de ellas) y 12 veces a los Globos de Oro, triunfando en tres ocasiones.
Hijo de un tapicero alcohólico, y víctima de una infancia llena de maltratos físicos y hogares de acogida a cuál más infernal, Garner nunca mostró síntomas de resentimiento por su mediana trayectoria en el cine, cuando a este medio se le consideraba el Alfa y el Omega del arte audiovisual. Todo lo contrario: su capacidad para hacer amigos en los rodajes (desde un Henry Fonda ya consagrado a un Tom Selleck muy novato) fue proverbial, y su disposición a reírse de sí mismo y de su imagen de galán queda probada en Víctor o Victoria (Blake Edwards, 1982), donde vivía un romance con Julie Andrews que, aun hoy, daría dolores de cabeza a los estudiosos del género y la 'teoría queer'. En 1994, su rostro se hizo conocido para una nueva generación de espectadores gracias a Mel Gibson, quien le dio un muy agradecido rol secundario en Maverick, el filme basado en la serie que le había llevado a la fama.
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