Todo lo que siempre quisiste saber sobre las memorias de Woody Allen y nunca te atreviste a preguntar

Tras leer ‘A propósito de nada’ (Alianza Editorial), a la venta el próximo mes de mayo, seleccionamos algunos de los mejores episodios y reflexiones de la vida del cineasta
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Termino de leer las memorias de Woody Allen con la misma sensación que me dejan sus películas. ¿Cuántas veces me han levantado un mal día y cuántos momentos bajos han reparado casi sin que me diese cuenta? ¿Cuánto he aprendido sobre lo ambigua, cruel y caótica que es la vida y lo divertida que puede llegar a ser si se mira con distancia e inteligencia? Durante estos últimos tres días de cuarentena inmersa en las 500 páginas de A propósito de nada, las esperadas (primero) y renegadas (después) memorias del director de Annie Hall, he seguido aprendiendo, entre otras cosas, que ese mismo principio que rige mi pasión por su cine es el mismo que a él le lleva a trabajar compulsivamente, película al año: escapar de la realidad. “Trabajo casi todo el día, no porque sea un workaholic sino porque eso evita que me enfrente al mundo, uno de mis lugares menos preferidos”.  

Sin embargo, la realidad está ahí fuera esperándome, implacable, cuando dejo el libro a un lado y me sumerjo en internet. Buscando datos técnicos para acompañar estas impresiones sobre las memorias de Woody Allen tropiezo una y otra vez con artículos que le ponen a caer de un burro, casi todos escritos por mujeres. "Si usted se ha quedado sin papel higiénico, las memorias de Woody Allen también son de papel", titula su crítica el Washington Post. Una columnista en The Guardian se queja de que el director alabe las virtudes físicas de las actrices con las que ha trabajado a lo largo de su carrera –me tira de un pie los adjetivos que use Woody Allen para describir a nadie– y un periodista del New York Times  confiesa asustado que, cuando se ofreció a hacer la reseña del libro, su mujer y su hija le fulminaron con la mirada. La realidad del siglo del XXI, cansina, vulgar, plana, con su agenda repetitiva hasta en lo más hondo de una pandemia apocalíptica. Afortunadamente, vivimos en un país en el que todavía (TODAVÍA) no se censuran libros por corrección política, así que volvamos a las memorias.

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Inevitablemente, gran parte de A propósito de nada está dedicada a la acusación de violación de su hija adoptiva Dylan. Woody Allen se excusa en varias ocasiones por haberle dedicado tanta tinta de sus memorias a una acusación falsa. Lo cierto es que si en este reciente intento de su “hijo” Ronan Farrow de avivar la acusación a cola del MeToo, uno se ha preocupado por leer sobre el caso y se ha formado una opinión al respecto, no encontrará nada en esta autobiografía que le suene a nuevo o que le haga cambiar de opinión. De hecho, Allen, muchas veces se apoya en los ya conocidos testimonios de su hijo Moses Farrow o su mujer Soon-Yi para relatar los hechos.

Evidentemente, nunca sabremos lo que ocurrió hace 20 años en la casa de Connecticut en la que Mia Farrow veraneaba con sus numerosos hijos, biológicos y adoptivos, y en la que según la actriz, Allen abusó de Dylan Farrow en el ático familiar. Sin embargo, la reconstrucción de los hechos y el retrato que el director hace de Farrow, pormenorizado, inédito, riguroso, brutal, resulta esclarecedor. Para empezar, uno logra entender al fin cómo encaja todo lo que vino después al descubrir la extrañísima relación que tenía con la actriz de La semilla del diablo.  

Todo lo que siempre quisiste saber sobre las memorias de Woody Allen y nunca te atreviste a preguntar

Sencillamente, te amo.

En un momento digno del hermano esquizoide de Annie Hall, Allen relata cuál fue el germen de su relación con Farrow: “Recibí una carta de Mia, a la que solo conocía de haber leído sobre ella. Siempre me había parecido muy muy hermosa. En su carta, me felicitaba por mi última película o por mi obra en general, no lo recuerdo. Pero acababa con una frase que sí que recuerdo y era: “Sencillamente, te amo”. Ups.

El director cuenta cómo le respondió dándole las gracias y pasaron años hasta que se conocieron personalmente. Después de cruzarse intermitentemente en fiestas y actos sociales en Nueva York, Allen la invitó a cenar. “Nunca nos casamos. No vivimos juntos. En los trece años que salimos juntos no dormí ni una sola noche en su apartamento de nueva York. Más allá de unas cuantas noches ese primer año en las que ella se quedó a dormir en mi casa, vivimos separados”.

“No estábamos enamorados pero nos hacíamos compañía”

Es un dato importante para entender cómo Allen vivió ajeno durante los años que siguieron al despliegue de crueldad materna de Farrow, que el director describe sin privarse de ningún detalle y que desde luego hace que, a su lado, La semilla del diablo parezca un clásico de literatura infantil.

Niños ciegos o con discapacidad arrojados por las escaleras a armarios o a su dormitorio, encerrados en el cobertizo del jardín, bebés adoptados devueltos a los pocos días porque no terminaban de encajar con el resto de la prole y, como colofón final, una operación de piernas a Ronan Farrow para ser más alto porque, según la actriz, “ser alto es fundamental para triunfar en la política…”. Como resultado final, afirma Allen, “no es casual que dos de los hijos adoptados terminasen suicidándose y que una de las hijas, enferma de sida, muriese sola en una habitación de hospital la mañana de navidad”.

Mientras tanto, Allen, vivía inexplicablemente (todo hay que decirlo) en la inopia: “Durante un tiempo, este acuerdo nos resultó conveniente. No estábamos enamorados pero nos hacíamos compañía. Cenábamos muchas noches, veíamos películas y las hacíamos juntos”. Hasta el punto que accedió a tener un bebé con Farrow. Como tardaba en llegar, la actriz adoptó una niña a la que llamó Dylan y de la que Allen se encariñó enseguida.

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Aunque legalmente no era su padre, el director recuerda una relación muy apegada, llevándola por las mañanas a la guardería y leyéndole cuentos antes de dormir. Allen habla de Dylan como un padre amoroso hablaría de su hija pequeña, hasta el punto que cuesta imaginar a un pedófilo expresándose públicamente en esos términos, con tanta naturalidad y poca precaución. Sobre el hijo biológico de Mia que llegaría poco después, Allen afirma: “Asumí que Satchel [hoy Ronan] era mío. Aunque ella haya sugerido que es de Frank Sinatra yo creo que es mío, aunque realmente nunca lo sabré”.

Un aparte de Allen para poner en antecedentes al lector sobre el entorno familiar de Farrow: “La familia de Mia estaba plagada de comportamientos extremadamente amenazantes que fueron creciendo en los años en los que estuve con ella. Hermanos con problemas de alcoholismo y drogas, con antecedentes penales, casos de suicidio, de ingreso en psiquiátricos, y finalmente, un hermano en prisión por haber abusado de un menor”. ¡Tachán!

“Es nuestra opinión que Mr. Allen no abusó de su hija”.

Lo que nos lleva al incidente del 4 de agosto de 1992 que cambiaría la vida de Allen para siempre pero que ya todos conocemos. “¿Qué sentido tiene que un hombre de cincuenta y siete años que nunca ha sido acusado de ninguna indecencia en su vida, en medio de la lucha pública por la custodia de sus hijas, se presente en la casa de la mujer que más le odia y elija ese momento y ese lugar para convertirse en acosador sexual y abusar de su hija de siete años?”, se pregunta Allen.

Además, recuerda cómo él se sometió a un detector de mentiras mientras que Mia se negó. También transcribe los testimonios de las niñeras que vieron a Mia grabando a Dylan e implantando la acusación en la niña. Y los dos informes, de Yale-New Haven Child Sexual Abuse Clinic y del New York State Child Welfare, que investigaron la supuesta acusación desestimando que esta se hubiese producido.

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“Es nuestra experta opinión que Mr. Allen no abusó de Dylan”, exponía el informe de la primera investigación. “Sin embargo, no podemos concluir si el testimonio de Dylan surge del estrés ante un entorno familiar perturbado o si Dylan fue entrenada o influida por su madre, Ms. Farrow”. “Una de las cosas más tristes de mi vida ha sido haber sido privado de criar a Dylan. Aún hoy, Soon-Yi y yo la recibiríamos con los brazos abiertos”. 

"Él me ha quitado a mi hija y ahora yo le quitaré a la suya”.

El tiempo le ha dado la razón y Allen no se priva en absoluto de dejarlo por escrito. Aunque reconoce que su historia de amor con Soon-Yi Previn, hija adoptiva de Farrow, es poco ortodoxa, son numerosas las ocasiones en las que subraya que llevan casi 30 años felices y enamorados. Tampoco pierde la ocasión de recordar que no era menor de edad cuando intimaron por primera vez (tenía 22 años). Su relación, tal y como la describe, parece, a diferencia de la que mantuvo con Farrow, la de dos seres integrantes de la especie humana: viven juntos en un brownston (por cierto, cerca de dónde vivía Annie Hall), han criado a dos hijas adoptadas y nunca, en estas últimas décadas, han dormido separados.

Otra gran parte de A propósito de nada se dedica a contar cómo nació esa “curiosa” historia de amor con la hija adoptiva de Mia a la que esta consideraba “irremediablemente estúpida y retrasada”, pegaba bastante a menudo (“con un teléfono, con un cepillo…”) y de la que prácticamente no se había ocupado desde su adopción en Corea. “Si ofrezco este contexto es para explicar por qué cuando Soon-Yi se vino conmigo no era simplemente una huérfana ingrata traicionando a su buena y adorable benefactora”, explica.

Allen y Soon-Yi nunca se habían llevado particularmente bien. Él pensaba que era una chica rara y ella le tenía por un tonto útil que no se enteraba de que su madre adoptiva estaba con él por las películas. Todo cambió con una inocente invitación a un partido de baloncesto y con una proyección casera de El séptimo sello. Lo demás, polaroids mediante, es historia de los tabloides. Pero cuenta Allen que después de descubrir las fotografías Mia Farrow le dijo a su hermana: Él me ha quitado a mi hija, ahora le quitaré yo a la suya”. Ejem.

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“Mia tardaría un tiempo en poner en marcha su plan, pero, ¿estaba formándose en su mente en ese momento? Otra llamada injuriosa, esta vez a mí –recuerda Allen en sus memorias–, acabó con lo siguiente: ‘Tengo algo preparado para ti’. Yo bromeé con que poner una bomba debajo de mi coche no sería una respuesta proporcionada. Ella contestó: ‘Es peor”. Unos días después, en una barbacoa familiar, Allen encontró la siguiente nota en la puerta de su habitación: “Acosador de niños en la barbacoa. Acosó a una hija y ahora va detrás de la otra”.

"Estoy convencido de que Dylan se lo cree”

Sobre la carta abierta que Dylan Farrow publicó en 2017  denunciando públicamente que Woody Allen abusó de ella cuando era una niña, el director dice: “Estoy convencido de que cree lo que le fue sugerido machaconamente durante tantos años. Ella y su hermano Satchel eran niños inocentes”. Tras la carta y una entrevista unos días más tarde en la que Dylan lloraba delante de la cámara Hollywood empezó a alzar la voz contra el director.

Allen deja un recadito en sus memorias a todos aquellos actores que, con efectos retardados, se fueron arrepintiendo de haber trabajado con él. También a los que rechazaron papeles en las siguientes películas. Mención especial para Timothée Chalamet –que le dijo a la hermana de Allen que renunciaba al dinero para optar al Oscar: ¡un dechado de discreción!–, Greta Gerwig –pero el director insiste: “me encantó trabajar con ella”– y para Emma Stone, de la que llegó a ser buen amigo y cuyo misterioso silencio le causa aún hoy un hondo pesar.

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El New York Times también recibe lo suyo a lo largo de unas cuantas páginas. “Una cosa es que actores tontos salieran a decir que se arrepentían de trabajar conmigo, y otra que lo hiciera el Times, hombres y mujeres que siempre estaban en el bando correcto en los temas que a mí me preocupaban”.  Allen tampoco se olvida de Hillary Clinton, que le devolvió la donación que él y Soon-Yi le hicieron en su última campaña.

Pero, un momento. Estamos hablando de Woody Allen, quien en una entrevista de la época en la que fue preguntado si perder la custodia de los niños era lo peor que le podía pasar, contestó: “No, lo peor que me podría pasar sería tener un tumor cerebral inoperable”. Así, después de dedicarle bastantes páginas en sus memorias y contar una anécdota bien bizarra sobre Louis C. K –le ofreció interpretar el papel de un director acusado de abusar de un menor–, Allen zanja el tema así: “No creo en el más allá, así que no veo la diferencia en ser recordado como un director de cine o un pedófilo”. 

"Me arrepiento de no haber hecho nunca una gran película”.

A largo de A propósito de nada y de una forma deslavazada, desordenada y, ciertamente mimética con el contenido, Allen se presenta como un director vago, indisciplinado, al que aburren los detalles técnicos y que nunca ensaya ni planea nada antes de llegar al set.

“Sé que tienes que quitarle la tapa a la cámara pero ahí acaba mi pericia técnica”, explica. Los rodajes no son lo suyo y prefiere mucho más la escritura – “si una película no funciona el problema siempre suele estar en el guion”– y el montaje.

“A estas alturas, habréis captado que, como director, soy un imperfeccionista. No tengo paciencia para repetir las tomas. Me gusta rodar una escena, pasar a la siguiente, terminar, volver a casa, hacerle unos mimos a Soon-Yi, jugar con las niñas, cenar y ver el partido de beisbol”, reconoce, aunque poco después añade: “¿De qué me arrepiento? De haber recibido millones para hacer películas, haber tenido control artístico absoluto y no haber hecho nunca una gran película”.

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"Por lo menos Godard sigue vivo”.

Además de desplegar sus referencias y fuentes de inspiración artísticas –y reconocer que la literatura era un manera de ligar en su primera juventud–, Allen recopila algunos momentos con cineastas a los que ha admirado. Encuentros con Bergman, quizás su director favorito, Truffaut, Resnais, Godard, Antonioni, Tati, palidecen ante la anécdota que relata sobre Fellini, al que colgó el teléfono tres veces pensando que era una broma. “Todos ellos se han ido. Truffaut, Resnais, Antonioni, De Sica, Kazan. Al menos Godard está vivo, pero siempre ha sido un inconformista. Todos los tipos a los que quería impresionar cuando era joven se han desvanecido en el abismo que parece estar ahí afuera”.

"Si la película sale bien será un milagro”

En lo que respecta a Rifkin´s Festival, última película de Allen, que rodó en San Sebastián el verano pasado, el director pone la venda antes de la herida. Haber trabajado con actores buenos pero que no hablan suficiente inglés –no da nombres pero, ¿para qué está IMDb?– y estar inmerso en una demanda contra Amazon parecen haberle dejado con dudas sobre el resultado final. “Si la película sale bien será un milagro”, confiesa. 

"La gente piensa que soy un intelectual pero realmente soy un atleta”

El verdadero sueño de Woody Allen no era ser director de cine, ni siquiera cómico. Tras un primer contacto con el mundo del espectáculo a través de los trucos de magia y su amor por Manhattan, el póker y el beisbol –“la gente piensa que soy un intelectual por las gafas y que no puedo ser un gran atleta por la estatura. Se equivocan. Fui un gran jugador de beisbol con posibilidades de hacer carrera”–, la gran vocación de Allen siempre ha sido el jazz.

“Decidí que dedicaría mi vida entera al jazz […]. No entendía que no poseía la genialidad de Bechet, Armstrong, George Lewis..., que estaba destinado, sin importar mi entusiasmo y mi amor por la música, a no llegar a ser más que un músico mediocre que la gente toleraría escuchar por su carrera en el cine”.

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“Oviedo es un pequeño paraíso estropeado solo por la antinatural presencia de un idiota esculpido en bronce”.

Allen no olvida que en Oviedo, “ciudad bonita, pequeño paraíso”, hay una estatua con su cara –“nadie me pidió mi opinión ni me informaron. Simplemente, la levantaron"– y parece al tanto del recurrente robo de gafas. “Me encantaría decir que hice algo noble y valiente en Oviedo para merecer este honor, pero hice poco más que visitar la ciudad, rodar un poco, caminar por sus calles y disfrutar de su maravilloso clima".

Woody Allen recibió el Príncipe de Asturias en 2002 y rompió su regla de no ir a recoger premios, cuenta, por la llamada desesperada del distribuidor que estrenaba sus películas en España. “Mi familia conoció a la reina de España, también al príncipe, que después vendría a cenar a nuestra casa en Nueva York”. 

"Soy extremadamente poco interesante, superficial y decepcionante cuando me conoces”

Leyendo A propósito de nada, uno tiene la sensación de que, obviando el gran culebrón Allen-Farrow y la extrañeza de que esté casado con la hija adoptiva de una exnovia, la vida del director ha esquivado lo extraordinario más de lo que a los fans de sus películas nos gustaría creer. Él mismo lo expresa con esa modestia que sin duda es parte de su repertorio cómico: "Soy extremadamente poco interesante, superficial y decepcionante cuando me conoces”.

Aunque repasa prácticamente todas sus películas y, en ocasiones, cuenta alguna anécdota sorprendente, el culebrón Farrow-Soon-Yi deja poco espacio para el cine, que además comparte páginas con el relato de su infancia, de su ascenso en el mundo de la comedia y el stand-up –destapando algunas vergüenzas de algunos famosos presentadores de talk shows– y de los amores de su vida, sobre todo la actriz Louise Lasser, cuya historia familiar recuerda inevitablemente a Interiores, o con Stacey Nelkin, cuya relación con Allen inspiraría Manhattan. 

Sin embargo, hay un par de anécdotas entre sus páginas que recuerdan a sus cuentos publicados o al monólogo de alguno de los personajes de sus películas. Para terminar, una de ellas: “Una vez volví a casa y descubrí que nos habían robado. Un ladrón había entrado, no se había llevado nada, pero nos había dejado una televisión. Asumí que lo había robado de otro apartamento y había ido a robarnos pero le había entrado miedo y había salido corriendo dejándola allí”.

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