Sale a la luz la trilogía noir de Mario Gómez Martín: el secreto más oscuro del cine español

Después de 'Soy leyenda' y 'Can', Filmoteca Española nos descubre otras tres prácticas en la EOC de Mario Gómez Martin: una desoladora trilogía noir.
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Al principio del confinamiento, Filmoteca Española dio el pelotazo descubriendo al mundo la más fiel adaptación cinematográfica de Soy leyenda, la clásica novela del sufrido Richard Matheson, que falleció sin obviamente poder verla en 2013.

Tampoco se sabe si Mario Gómez Martín, por entonces alumno de la Escuela Oficial de Cinematografía (EOC), llegó a ver El último hombre sobre la Tierra (Sidney Salkow, 1964), la primera de las tres adaptaciones de Soy leyenda que decepcionaron a Matheson, ya que no llegó a estrenarse en nuestro país.

Gómez llevó a cabo su fiel adaptación durante el curso 64/65, en plena era dorada de la EOC, cuando se puso de moda que los alumnos llevaran a cabo reducidas adaptaciones de clásicos fantásticos para sus prácticas. Pedro Olea adaptó a Bradbury con El parque de juegos (curso 62/63), y Antonio de Lara a Asimov en El robot embustero (curso 65/66). También la Agata de Iván Zulueta, otra práctica de la EOC recuperada por el Doré, que se diría inspirada en Poe, encaja en esta categoría.

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En Soy leyenda Gómez también prefigura al Romero de La noche de los muertos vivientes (1968), una película muy influenciada por el relato de Matheson. Los zombis y el ambiente de la ópera prima de Romero ya estaban en el mediometraje de Gómez. De ahí también que la cinefilia mundial enloqueciera con Soy leyenda. Para ellos se ha reestrenado online con subtítulos en inglés, y acompañada de Can, otra joya de la que hablamos más abajo.

Soy leyenda salió a la luz del ciberespacio en el momento adecuado, en pleno confinamiento duro, cuando el ambiente raruno que se respiraba en la pequeña pantalla del canal Doré en casa era el mismo que podía percibirse a través de la ventana: calles vacías, amenaza latente, depresión.

Suerte de culminación en el cine truncado de Gómez, que acabó trabajando para TVE realizando reportajes y documentales, Soy leyenda es el último capítulo de un talento que empieza a forjarse un lustro atrás, con el despliegue de una coherente Trilogía Noir, compuesta por tres cortos que Gómez rodó en blanco y negro, 35 mm, formato panorámico y con distintos directores de fotografía, que luego se harían un nombre en la profesión.

Prólogo: Muerte al amanecer

Poco se sabe del esquivo y ya fallecido Mario Gómez, que pudo haber nacido en Toledo el 29 de mayo de 1940, y no se relacionaba demasiado con sus compañeros. Se sabe por ejemplo que, además de sus propias prácticas, participó como ayudante de dirección en las de otros luego ilustres alumnos de la EOC, como Angelino Fons, Victor Erice o Francisco Regueiro. Y que no cumplió con su más que imaginable sueño de dar el salto al cine.

El programa arranca con un ejercicio sin sonido de apenas tres minutos, que lleva por título Muerte al amanecer (1959), como la excelente adaptación llevada a cabo por Josep Maria Forn de la novela El inocente, del gran editor y escritor casi secreto Mario Lacruz, que sólo publicó tres novelas en vida (el resto, guardado en un armario, se fue publicando póstumamente).

Como si fuera una modesta versión del espectacular set final del film homónimo –una persecución y tiroteo en el puerto de Tarragona–, el ejercicio de Gómez simplemente muestra a un hombre que, tras una reyerta con un cómplice, huye agonizando por las calles de Madrid, haciendo parada en un bar, antes de encontrarse con su propia muerte mientras despunta el alba. Prometedor, pudo apuntar el profesor de Gómez, que no sacaría mala nota. Ahí había algo, como se suele decir.

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Los delatores (1963)

La Trilogía Noir de Gómez se desarrolla durante los últimos años de semi esplendor de un género que, en nuestro país, siempre estuvo muy coartado por un régimen que todo lo prohibía. La crítica social y la ambigüedad moral propia de los personajes del noir no podía pasar la censura, de modo que los primeros grandes filmes del género, como los notabílisimos Apartado de correos 1001 (Julio Salvador, 1950) o Brigada criminal (Ignacio F. Iquino, 1950), se construyeron como una loa a las fuerzas del orden. Eran casi publirreportajes.

La presión se fue relajando, y fueron apareciendo películas más complejas que observaban más detenidamente a los criminales, como Los atracadores (Rovira Beleta, 1961) o A tiro limpio (Pérez Dolz, 1963). Más libertad todavía en el caso de Gómez cuyas prácticas no estaban, en principio, sometidas a la presión del régimen, que tan crudamente radiografía en Los delatores. La crítica es evidente ya desde el título, que nos recuerda que la delación era el pan de cada día de la España franquista, como en todos los sistemas totalitarios.

Impregnado de neorrealismo y de esa modernidad que se respiraba en la escuela de donde, en ese mismo momento, iba saliendo prácticamente todo el Nuevo Cine Español, y con elegante fotografía en blanco y negro de Raúl Artigot, que hizo carrera, Los delatores muestra a dos desgraciados (Tomás Aznar y Jesús Ciuro) que, tras desertar de la Legión y fracasar en su intento de pasar a Francia, tratan de abrirse camino en los márgenes de la España desarrollista.

Uno de ellos coleccionará toda clase de delitos, y fracasará en el intento. Después de robar un coche y de un atraco fallido, se las dará de pickpocket, e intentará contactar con el mundo del hampa.

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Más allá de las rejas (1964)

Si Los delatores hablaba de dos víctimas del sistema franquista, que no podían escapar de él, aquí se trata de un hombre, encarnado por el rudo Fernando Sánchez Polack –hermano del humorista conocido como Tip en la vida real, al que volvemos a ver en la seminal La caza (Carlos Saura, 1966)–, que ya ha cumplido condena, y sale de la cárcel con la intención de redimirse.

También hay un botín, y un antiguo cómplice que le espera a la salida, para que no se olvide de él, aunque el protagonista sólo piensa en ser digno de ese hijo al que ni siquiera conoce.

Estamos de nuevo en los arrabales del desarrollismo, entre los marginados de la sociedad, que Gómez retrata de nuevo combinando realismo social y encuadres ambiciosos, esta vez a cargo de Leopoldo Villaseñor, que también haría carrera. La mirada fatalista de Gómez no hace más que confirmarse. No hay salida para los perdedores en aquella España siniestra.

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La sombra continúa (1965)

El tercer corto se erige en culminación de la trilogía. Si el primero termina con la privación de libertad, y el segundo empieza con una salida de la cárcel, la tragedia alcanza su climax con esta alargada sombra que arranca directamente en el garrote vil.

Una mujer, interpretada por Pilar Romero, que es la misma chica a la que le roban la cartera en el primer corto, está a punto de que le partan el cuello. Su voz en off, una constante en los cortos de Gómez, nos cuenta cómo ha llegado hasta ahí. Esta mujer, que no hombre, también pertenece a una clase social muy distinta a las de los protagonistas de los cortos anteriores. Es una mujer casada, de la alta social, que se entretiene en un club de hípica.

De la necesidad y del deseo de libertad, la transgresión pasa a ser capricho burgués, que sin embargo acabará pagando la máxima pena. Aunque puramente noir, la cinta ya tiene trazas de fantástico, con la aparición de la figura del doble, tan recurrente en el género, que aquí se erigirá en dedo acusatorio, sin que ella, sin embargo, no abandone su fría y completamente amoral seguridad en sí misma, de la que también carecían los que la precedieron.

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Epílogo: Can (1969)

El último trabajo de Gómez en la EOC, después de Soy leyenda, es esta pequeña joya que recuerda tanto a Buñuel como a Lanthimos, incluso al licantrópico Paul Naschy, con incluso un punto de la excentricidad de El extraño viaje (Fernando Fernán Gómez, 1964), que bien podría ser, dicho sea de paso, la mejor película de nuestro cine. Can también puntúa alto.

Esta vez con foto de Julio Madurga, es la historia de una transformación muy loca, la metamorfosis en can de un tipo (Jesús Enguita), suerte de Norman Bates que vive con su madre en un caserón que podría ser el de la protagonista de La sombra continúa.

La idea, sobre la que no cabe dar más detalles, es extremadamente perturbadora, y tiene una autoría muy particular: el asturiano Juan José Plans, que acababa de llegar a Madrid para trabajar en Radio Nacional de España, donde desarrollaría programas como Historias, Sobrenatural o La vuelta al mundo en 80 enigmas.

Con el tiempo, Plans se convertiría en el autor de la novela Juego de niños, que inspiró la icónica, y no menos perturbadora, ¿Quién puede matar a un niño?, de Narciso Ibañez Serrador, en 1976. El encuentro de Gómez, que estaba a punto de graduarse, y del recién llegado Plans es algo que desata mi fantasía. Los dos discutiendo en un café, o bar, o terraza, discutiendo esta idea loquísima. La de un burgués que quiere convertirse en perro para vengarse de su vecina.

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