Los 'polis' duros del cine: ¿héroes o hijos de p***?

Todos amamos a Harry el Sucio cuando le vemos en una pantalla, pero ¿nos gustaría encontrarnos con un policía así en la vida real? El estreno de 'No habrá paz para los malvados', con un José Coronado muy corrupto, nos anima a preguntárnoslo. Por YAGO GARCÍA
Los 'polis' duros del cine: ¿héroes o hijos de p***?
Los 'polis' duros del cine: ¿héroes o hijos de p***?
Los 'polis' duros del cine: ¿héroes o hijos de p***?

Todos hemos querido ser como ellos alguna vez. Se saltan la legalidad a la torera, hacen lo que les da la gana para luchar contra los malos, y no reparan en mientes a la hora de sacar la pipa y provocar una ensalada de tiros. Y todo en pos de una implacable sed de justicia.... O eso dicen ellos. Son los polis malos del cine, una figura a la que Enrique Urbizu y José Coronado pasan revista en No habrá paz para los malvados, el gran estreno español de la semana. Un filme protagonizado por Santos Trinidad, un policía con alma negra que a nosotros nos hace preguntarnos: ¿aguantaríamos a los pistoleros con placa en nuestra vida cotidiana?

En principio, la tentación es decir que sí: cuando tenemos a un Scorpio con rifle tiroteando al personal desde las azoteas de San Francisco, siempre se agradece tener a un Harry el Sucio que haga lo posible y lo imposible para atraparle. Pero recordemos que el director Don Siegel (quien concibió su filme a raíz del caso del Asesino del Zodíaco) y el propio Clint Eastwood crearon a Harry casi como una parodia, algo que sólo se acentuó con las sucesivas aventuras del personaje.

"Tengo una idea para una secuela: Harry va a pescar al río, pero como los peces no pican, saca la Magnum y... ¡Pum!", ironizó el autor de Sin Perdón hace unos años acerca de su clint_eastwood_harry_suciopersonaje más famoso. Y es que, admitámoslo, Harry Callahan es un punto de cuidado: de él sabemos que está divorciado, que su ex mujer no quiere ni verle que es un redomado racista ("No aguanta a los negros, ni a los chinos, ni especialmente a los latinos"). Para colmo, aprovecha su labor de vigilancia a fin de relamerse (literalmente) espiando a una joven que se cambia de ropa frente a su ventana. Y su trato hacia los arrestados dista mucho de ser ético: basta con recordar aquel "Sé lo que te estás preguntando: si disparé seis balas o sólo cinco". ¿Qué pensaría al respecto un observador de Amnistía Internacional?

Siegel y Eastwood, que eran muy listos, supieron matizar a su personaje, sentando un precedente para futuros polis malos: muy en el fondo, Callahan es un auténtico cachopán con vocación de proteger al débil. Algo muy necesario en un filme que fue calificado tras su estreno de "fantasía ultraderechista", y cuyo país de origen experimentaba por entonces (1971) una conflictividad social volcánica. Pero algo debía haber cuando (como recuerda el propio Eastwood, y no con agrado) las fuerzas policiales del dictador filipino Ferdinand Marcos usaron la película para motivar a sus agentes. Los abusos cometidos por la dictadura de Marcos (la misma que le prestó los helicópteros a Coppola) y por su policía comenzaron a esclarecerse de forma oficial a comienzos de este año: se estiman un mínimo de 7.256 víctimas con derecho a indemnización.

gene_hackman_french_connectionSin salirnos de los 70, también podemos recordar a otros pasmas chungos con muchas ganas: sin ir más lejos, 'Popeye' Doyle (Gene Hackman), que se pasaba toda French Connection dando caza al narco Fernando Rey. Según recuerda Peter Biskind en Moteros tranquilos, toros salvajes, la película fue escandalosa en su día por presentar a un agente de la ley como un maldito bastardo, capaz de disparar por la espalda a un sospechoso. "Víctima y verdugo a la vez", como le definió el director William Friedkin (quien, no lo olvidemos, rodaría más tarde El exorcista), el personaje de Hackman tiene sus razones para actuar así: el primer título español de French Connection fue Contra el imperio de la droga, y todos los amantes del noir sabemos que, entre criminales, sólo impera la ley del más fuerte. Pero esa ley también imperó durante mucho tiempo entre la sociedad común: su nombre fue sistema feudal, e hitos como el derecho a un juicio justo o el control sobre las autoridades nos ayudaron a salir de él.

Mejor no nos imaginamos en qué delitos incurre el Mel Gibson de Arma letal, por ejemplo: un suicida en potencia con gatillo fácil y que, además, cuenta unos chistes malísimos. O nuestro adorado John McClane (Bruce Willis en La jungla de cristal y secuelas) con su perpetua resaca: algo que no se lleva demasiado bien con el recto raciocinio... ni con el uso de las armas. Pero al fin y al cabo McClane es más un superhéroe que un policía convencional, algo que no se aplica a nuestro siguiente sujeto. Porque, con todo nuestro amor a Russell Crowe, recordamos muy mucho a su personaje en L.A. Confidential.

Vale que, comparado con otros agentes del mismo russell_crowe_l.a.filme, Bud White nos parece un santo... Pero no hay que olvidar que, al poco de conocerle, vemos su intervención en la llamada 'Navidad sangrienta' de 1951, cuando un grupo de policías de Los Ángeles (borrachos, por cierto) apaleó brutalmente a siete jóvenes hispanos. ¿La razón? Pocos días antes, un grupo de chicanos había respondido con violencia ante una agresión racista. Está claro que Bud White tiene cualidades que le redimen (nunca pegaría a una mujer o a un niño), pero también está claro que James Elroy, autor de la novela original, pintó muy bien el cuadro de un madero con el que nadie querría encontrarse.

Pero si queremos hablar de agentes de la ley que se portan como señores de horca y cuchillo, tenemos que llegar a los clásicos. Es decir, a Hank Quinlan, el inolvidable detective fronterizo de Orson Welles en Sed de mal. Como al obeso genio le gustaban más las paradojas morales que a un niño un caramelo, se marcó una figura antológica con este grasiento antihéroe, pesadilla de Charlton Heston (detective mexicano) y de su esposa. Por si los spoilers, no detallamos mucho sobre sus actividades, pero baste decir que estas le hacen saltarse la ley multitud de veces con siniestros resultados. Al final [SPOILERS] resulta que Quinlan lleva la razón [/SPOILERS], pero la pregunta está ahí: ¿qué ocurriría si la víctima de sus manejos hubiese sido un inocente?

Será mejor que comencemos a tascar el freno, porque la siguiente parada nos lleva a un arquetipo que también conocemos a fondo: el policía corrupto. Como este sujeto ya ha cruzado la barrera de lo legal, está bien visto que la película de turno le presente como villano, y por ello sus rasgos alcanzan a veces las cotas de una auténtica pesadilla. ¿Cómo olvidar los delirios místicos de Harvey Keitel en la primera Teniente corrupto? ¿O a Gary Oldman persiguiendo a Natalie Portman -el muy desalmado- en El profesional? Por no hablar del rosario de tipos siniestros que Martin Scorsese (vía el original de Johnnie To, Infernal Affairs) nos presentó en Infiltrados. Insistimos: estos personajes nos son presentados de forma negativa desde el principio, pero muchos de sus rasgos (principalmente su disposición al abuso de poder) les emparentan mucho con ciertos héroes de placa y pistola.

torrenteTodo esto en Hollywood, pero ¿y en España? Bueno, aquí tenemos un caso complicado, porque durante la dictadura franquista pintar a un poli (por heroico que fuese) como perpetrador de abusos, o aquejarle de vicios inconfesables, ni se soñaba. Más adelante, y con algunas excepciones (el propio Enrique Urbizu nos ha mostrado unas cuantas, entre ellas el feroz Antonio Resines de Todo por la pasta), la cosa ha estado presidida por un ánimo paródico. Porque si repasamos los rasgos de Santos Trinidad nos encontramos con un alcoholismo terminal, una vida personal en coma profundo y un notorio desprecio por el prójimo. ¿A qué otro policía -o así- del cine español nos recuerdan estas 'cualidades'? Exacto: a José Luis Torrente. Por mucho que, en el fondo, amemos a Harry Callahan o a John McClane, nos tememos que, de encontrar alguna vez a un policía real con sus mismas actitudes, este se parecería más a Santos, todo gatillo fácil y falta de escrúpulos. O, peor aún, a un sonriente Santiago Segura espetándonos un "¡Amiguete!" antes de pedirnos el carnet, o en la sala de interrogatorios de una comisaría. Eso no nos haría ninguna gracia. ¿Y a ti?
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