Los Oscar no quieren gente corriente

Para la Academia de Hollywood, nominar (que no premiar) dramas de formato mediano sigue siendo una lavadora de conciencias. Por YAGO GARCÍA
Los Oscar no quieren gente corriente
Los Oscar no quieren gente corriente
Los Oscar no quieren gente corriente

Admitamos que lo de los Globos de Oro fue una sorpresa. Y no sólo porque Matthew McConnaughey (premio al mejor actor dramático) y Jared Leto (mejor actor secundario) no sean los actores a los que uno se imagina batiendo al promocionadísimo Chiwetel Ejiofor o a todo un Michael Fassbender, respectivamente, en sus propios terrenos. Se trataba también de que ambos representaban a Dallas Buyers Club, una película cuyo perfil era de lo más modesto comparado con los de 12 años de esclavitud, La gran estafa americana o Mandela, del mito al hombre. Porque Dallas Buyers Club no es un filme de época sobre un tema que aún escuece, un ejercicio de estilo scorsesiano o un biopic sancionado por una gran historia real (y una defunción reciente). O tal vez sí...

En realidad la película de Jean-Marc Vallée, que también se ha llevado seis nominaciones al Oscar, tiene al menos dos de estos tres requisitos: está ambientada en tiempos pretéritos (los 80) y cuenta con una historia en hechos reales, con la propagación del Sida como motor argumental. Pero, en comparación con el resto de las grandes candidatas de la noche, resultaba un trabajo muy modesto, con personajes de perfil muy cercano a los que uno puede encontrarse por la calle en un día cualquiera. Es decir, que se trata de una película sobre gente corriente.

Los más viejos (o cinéfilos) del lugar habrán captado el guiño: Gente corriente fue, en efecto, el filme de Robert Redford que dejó patidifusos a prensa y público llevándose cuatro Oscar y cinco Globos de Oro (incluyendo, en ambos casos, Mejor Director y Mejor Película) en 1981. Decisiones ambas tan cuestionables como siempre en lo que a dichos premios se trata, ya que aquel también fue el año de El hombre elefante y Toro salvaje. Pero que nos dan una pista sobre el tema que nos ocupa: en los galardones hollywoodienses, suele hacer falta mucho peso específico, o una suerte tremenda, para que una historia sencilla sobre individuos 'de andar por casa' obtenga un buen número de victorias. Las nominaciones, ojo, son otro cantar.

Resulta irónico decir esto precisamente en 2013, ya que el año pasado tuvimos dos interesantes ejemplos, titulados El lado bueno de las cosas y Bestias del sur salvaje. Ateniéndonos a los Oscar, el filme de David O. Russell fue candidato a ocho 'hombrecitos', pero a la postre sólo sirvió para ratificar la meteórica carrera de Jennifer Lawrence con su premio a la actriz principal. En cuanto a la cinta de Benh Zeitlin, no se llevó ni una sola de sus cuatro nominaciones, quedando como puntual concesión de la Academia al cine indie. Remontándonos a las ediciones anteriores, tenemos los casos de excursiones al lumpen como The Fighter (premios para Christian Bale y Melissa Leo como intérpretes de reparto en 2011) o la nominación de Gabourey Sidibe por Precious el año anterior. Y, ya en términos de historia antigua, los galardones obtenidos por Juno y Pequeña Miss Sunshine en 2008 y 2007, respectivamente.

Claro que en todo hay clases: los dramas o comedias de formato mediano que han llamado la atención los Oscar o los Globos de Oro suelen contar, bien con un star power considerable (ahí tenemos el caso de Agosto y su reparto de campanillas), bien con referencias a temas que tocan la fibra de lo 'real' y 'comprometido'. En el caso de Dallas Buyers Club, sin ir más lejos, podríamos definir con mala idea la victoria de Jared Leto en los Globos como un ejemplo del 'síndrome de Tom Hanks': no en vano el actor encarna en dicha película a una mujer transexual seropositiva. Y, ya que estamos, las referencias en su discurso de agradecimiento a "un papel transformador" y a depilaciones integrales no han caído precisamente bien en algunos círculos.

De ahí que los cinco premios obtenidos por American Beauty en 2000 nos sigan chocando un poco: aunque presentada de una forma sui géneris, la película de Sam Mendes quedaba como un relato familiar con tintes de farsa, interpretado por actores sin un caché multimillonario (pero talentosos como los que más) y cuyas procesiones (las de la frustración pequeñoburguesa y las sexualidades reprimidas, por ejemplo) iban por dentro. Y, siguiendo en plan retrospectivo, podemos ver cómo la conjunción de una industria en la encrucijada y un año no muy pródigo en peliculones provocaron un fenómeno tan peculiar como la lluvia de Oscar (cinco, precisamente) que cayó sobre La fuerza del cariño en 1984.

La verdad, sabemos que los Oscar no son Cannes ni Berlín: se trata de premios que recompensan al cine como espectáculo, y en los que las grandes campañas de promoción juegan un rol tan importante, o más, que la calidad propiamente dicha. Pero, aspirando a dotarse a sí mismos con un aura de respetabilidad, suelen errar el blanco estrepitosamente. Por un lado tenemos su tendencia a ignorar las películas de género salvo en las categorías técnicas o en casos muy especiales (véase el premio póstumo para Heath Ledger por El caballero oscuro) Por otro, esa misma entidad de celebración industrial les hace aclamar dramones de presupuesto multimillonario, cuya elefantiasis supone en sí misma una fecha de caducidad, en detrimento de trabajos menos lujosos, o con menos revuelo mediático a cuestas, a los cuales la historia acaba dejando mucho mejor parados.

Tal vez la Academia, y la Asociación de la Prensa Extranjera, deberían ir quitándose las máscaras y olvidándose de este debate entre la (presunta) seriedad y los millones. Sin ir más lejos, ¿hemos dicho que en 1981, el año de Gente corriente, El Imperio contraataca aspiró a cuatro Oscar y se llevó uno -más un trofeo especial-? Todos ellos en categorías técnicas, por supuesto. Recordando que la pervivencia del filme de Irvin Kershner, la de Toro salvaje (ocho candidaturas, sólo dos Oscar) y la de El hombre elefante (8 nominaciones, ninguna victoria) ha sido muy superior a la del filme de Redford, nos gustaría ver a enormes superproducciones de aventuras disputarse los 'hombrecitos' con arrebatos de gran genio y mínimo presupuesto. Eso, al menos, convertiría la gala en algo mucho más apasionante: el conflicto, sin ambages y en buena lid, entre dos formas de entender el cine.

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