Los 10 vecinos de asiento más inaguantables en el cine

¿Tú también odias a los que comentan la película en voz alta? ¿O a los que se levantan cada cinco minutos? ¿Echarías del cine con tus propias manos a ese 'tuitero' contumaz que no para de teclear en su móvil? Entonces, este reportaje es para ti. Por YAGO GARCÍA
Los 10 vecinos de asiento más inaguantables en el cine
Los 10 vecinos de asiento más inaguantables en el cine
Los 10 vecinos de asiento más inaguantables en el cine

Todos sabemos que están ahí. Todos les hemos sufrido. Y, ahora, ha llegado el momento de identificarles. Son esas personas a las que jamás quisieras tener a tu lado en una sala de cine, cuya capacidad para molestarte y para hacer que pierdas el hilo de la película parece casi infinita. Viendo su inventiva, su persistencia y, sobre todo, su capacidad para incordiar, uno diría que son sujetos peligrosos, tal vez creados en un laboratorio de CIA o de la Corporación Umbrella. Pero nada más lejos de la realidad: son personas normales, como tú y como nosotros. Y, lo que es peor: tú podrías ser uno de ellos. Échale un vistazo a nuestra lista y atrévete a contarnos cuál de estas especies peligrosas te molesta más.

El preguntón¿Por qué le odiamos? Desde que Méliès y Eisenstein sentaron las bases de la narrativa cinematográfica, el cine lleva más de un siglo refinando su gramática visual y sus formas de contar historias de forma coherente. Pero este espectador todavía no se ha enterado. De hecho, nosotros juraríamos que el preguntón es incapaz de seguir el hilo de ninguna película: las relaciones entre los personajes, el devenir de la trama, los giros de guión... Todas estas cosas le sobrepasan, creándole la perentoria necesidad de pedirle a sus amigos, parientes y acompañantes diversos que se las expliquen. Preferiblemente en voz alta, cuando no a grito pelado.

Especialmente peligroso en... Películas de ciencia-ficción, filmes de espías o, en general, cualquier cinta con una trama más compleja que un telefilme de sobremesa. Asistir a un pase de El Padrino II con uno de estos elementos puede llevarte directo a una cura de reposo.

El enteradillo¿Por qué le odiamos? Opuesto matemático del anterior, el enteradillo es un cinéfilo de casta, capaz de coger a la primera el argumento de El árbol de la vida (sin ir más lejos) y de ofrecer un análisis detallado del mismo a quien quiera escucharle. Y ahí está el problema, porque nosotros no queremos escucharle, y mucho menos durante la proyección. Como tampoco nos importan un pimiento los numerosos datos y referencias sobre la película que va derramando, escena tras escena, con su tonillo de autosuficiencia. Pese a todo esto, el espectador enteradillo presenta una ventaja: generalmente, son sus propios acompañantes quienes acaban mandándole callar, a veces violentamente.

Especialmente peligroso en... El enteradillo se presenta en tres variedades: el mainstream, habitual en estrenos con caché y carne de Oscar, el underground, acérrimo de las salas de versión original, y el más peligroso de todos, el superfreak, dispuesto a declamar a voz en cuello el árbol genealógico de la Viuda Negra durante una proyección de Los Vengadores.

El adicto al móvil¿Por qué le odiamos? La pregunta sería, más bien, "¿hace falta explicarlo de nuevo?". Una plaga habitual desde que los celulares comenzaron a popularizarse, estas alimañas molestas se han multiplicado de forma exponencial con la llegada de los smartphones y de sus complementos preferidos: Twitter y Whatsapp. Por supuesto, todos ellos tienen una intensa vida social, y un sinnúmero de contactos y seguidores impacientes por conocer su opinión sobre la película de turno. Y, como su corazón es tierno y generoso, no dudan en sacar el aparatito para hacer públicos sus veredictos durante la proyección, fastidiándonos al resto con la luz de su pantalla y (en el peor de los casos) sus tonos de alerta.

Especialmente peligroso en... Todas las películas imaginables, y en salas de todo tipo y emplazamiento. Nótese que aquí sólo nos referimos a aquellos usuarios que emplean el teléfono para enviar mensajes de texto: si nos centrásemos en quienes hablan por teléfono durante una sesión de cine, expresaríamos opiniones tipificadas en el Código Penal.

'Míster Convulsiones'¿Por qué le odiamos? ¿De verdad son tan incómodas las butacas de las salas de cine? ¿O es que a este espectador le han echado polvos pica-pica mientras hacía cola ante la taquilla? Chi lo sá: lo único cierto es que, mientras el resto del público ríe, llora, vitorea al aventurero de turno o contempla la pantalla con silencioso pasmo, el Señor Convulsiones no puede parar de desperezarse, estirarse, encogerse, cruzar las piernas, descruzarlas, ponerse recto... Vamos, que dan ganas de invitarle a que abandone la proyección y vaya corriendo a Urgencias, donde (a buen seguro) sabrán tratar su grave caso de lumbago.

Especialmente peligroso en... El género del filme de marras es irrelevante, porque este espectador sufrirá sus espasmos en todo momento y lugar. Ahora bien: si las butacas del local no están firmemente ancladas al suelo, sus movimientos harán sufrir a la fila entera.

La familia infeliz¿Por qué le odiamos? Cuando La Princesa Mononoke se estrenó en España, en abril de 2000, muchos cines se llenaron con esta subesespecie: papás y mamás que que habían decidido llevar a sus nenes (algunos de ellos de muy corta edad) a "esa peli de dibujitos japoneses tan monos". Por supuesto, cuando la obra maestra de Hayao Miyazaki mostró sus primeras decapitaciones y supuraciones, las salas se llenaron de renacuajos llorando, y de progenitores tirando de ellos entre denuestos de indignación. Porque, por supuesto, informarse sobre si la película que se va a ver es apta o no para menores resulta totalmente innecesario. A veces, no hace falta siquiera que el filme espante a los renacuajos: estos ya se encargan de hacernos pasar las de Caín a base de gritos y carreritas entre las butacas, mientras los padres pasan del tema olímpicamente o les llaman al orden gritando más que un Sargento Hartmann con hemorroides.

Especialmente peligrosa en... Como los trabajos de animación para adultos llegan a las pantallas españolas con cuentagotas, señalemos que los fans de Tim Burton están muy familiarizados con esta amenaza. ¿De verdad cobran tanto las canguros? ¿Es que ya no quedan abuelos dispuestos a hacerse cargo de los críos cuando sus hijos van al cine?

El estruendoso¿Por qué le odiamos? La etiqueta cinéfila permite cierto número de expresiones sonoras durante la proyección de las películas: risas para la comedia, gritos en las películas de terror, suspiros para los besos de las películas románticas, ronquidos para el cine iraní... Esta variedad de espectador aprovecha vilmente esta convención para desahogar sus pulmones: estamos hablando de la chica que empieza a chillar un cuarto de hora antes de que el psicópata degüelle a la rubia, o del caballero a quien la mera visión de Santiago Segura vestido de Torrente mueve a un ataque de carcajadas que no cesará durante dos horas. A veces, más.

Especialmente peligroso en... Como ya hemos señalado, las comedias y las películas de terror son especialmente proclives a su aparición. Pero ojo, porque uno puede toparse con él en ámbitos inesperados.

La parejita¿Por qué les odiamos? Desde tiempos inmemoriales, las salas de cine son un ámbito irremplazable para los momentos románticos, dadas su oscuridad y su calorcito. Quien esté libre de pecado en este aspecto, que tire la primera piedra. Ahora bien, una cosa es seguir la tradición de forma discreta, con elegancia y en la fila de los mancos (la última de la sala, para los más jóvenes) y otra muy distinta obligar a los demás espectadores a compartir vuestras efusiones y achuchones. Seamos sinceros: hay ocasiones en las que las salas se llenan con sonidos muy similares a los de una fábrica de ventosas, sobre cuyo origen uno prefiere no preguntarse.

Especialmente peligrosa en... Según reza una vieja canción popular: "Estando anoche en el cine / se oyó una voz que decía / Estate quieto, Manolo, que tienes las manos frías". Lo cual debería darnos una idea de la antiguedad de este problema, y de lo difícil que es su solución a corto plazo.

El chistoso¿Por qué le odiamos? Sí, es él. El maldito bastardo que, amparándose en la oscuridad y el anonimato, decide aprovechar una sesión de cine para convencernos de su talento humorístico, como si entre la audiencia se encontrase un productor de El Club de la comedia a la caza de talentos. Más que formar parte de una especie autónoma, el espectador chistoso puede pertenecer a cualquiera de las tipologías señaladas anteriormente: si es un enteradillo (nº 9), por ejemplo, se reirá en voz muy alta y forzada y hará comentarios despectivos para señalar que la película está muy por debajo de su prodigioso intelecto. Aunque, por lo general, sus pullas son más sencillas y espontáneas, como de chiste de Arévalo. De los malos.

Especialmente peligroso en... Generalmente, en blockbusters de esos que se van a ver en manada, sin tener claro por qué o para qué se acude a ellos. No obstante la rabia que nos da, pensemos que el muy pringao se ha gastado el considerable precio de una entrada de cine en algo que podría realizar perfectamente en el salón de su casa.

La pandilla etílica¿Por qué les odiamos? Si eres de los que aprovechan el viernes o el sábado por la noche para ir al cine, seguro que esta amenaza primigenia te resulta familiar: un grupo más o menos numeroso, bien masculino o femenino, bien mixto, que ha entrado en el cine con unas copas de más, sin saber lo que iba a ver y con la única intención de dejar que el alcohol fluya en su corriente sanguínea. Saltándose, de paso, todas las normas conocidas sobre la urbanidad, y algunas de las desconocidas, también. No intentes razonar con ellos a no ser que tengas conocimientos de defensa personal.

Especialmente peligrosos en... Las multisalas de centros comerciales son el hábitat natural de esta especie tan peligrosa. En el caso de que las frecuentes, seguro que estás acostumbrado a las intervenciones espontáneas de esos kíes y esas reshulonas que confunden el patio de butacas con el rodaje de Gandía Shore.

El desertor constante¿Por qué le odiamos? Aunque nos fastidie, reconocemos que durante una sesión de cine pueden ocurrir urgencias que nos obligan a levantarnos de la butaca. Una llamada importante que tenemos que contestar, u otros avatares de índole más biológica y digestiva, son motivos totalmente aceptables para salir de la sala, siempre en silencio y sin molestar. El problema con el desertor constante es que dichas urgencias parecen acosarle minuto a minuto: bien porque se ha olvidado de comprar las palomitas (que después procederá a devorar ruidosamente), bien porque tiene ganas de ir al baño, bien porque su móvil no para de sonar, el condenado se levantará, cruzará la fila de butacas (pisando, de paso, unos cuantos pies) y después volverá a sentarse... Para, acto seguido, regresar al primer punto. ¿Es para matarle, o no?

Especialmente peligrosos en... No falla: cuanto más pequeña sea la sala y más estrecho el espacio entre las filas, más probabilidades habrá de tener a uno de estos como vecino de asiento. El uso de calzado resistente es imprescindible.

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