Licencia para jugar: La historia secreta de los muñecos de James Bond

De cómo 007 puso al servicio los pequeños agentes un arsenal de pistolas de agua, maletines de espía, un juego de carreras basado en 'Goldfinger' y las primeras figuras de acción.

Decir que Star Wars inventó el merchandising cinematográfico es ya un lugar común repetido cada vez que se habla de juguetes basados en licencias de películas. Sin embargo, por mucho que lo digamos una y otra vez, no es justo atribuirle todo el mérito del invento a la figura del visionario George Lucas. Muchos años antes de la saga galáctica, un montón de películas y seriales ya habían hecho sus pequeños pinitos en el mundo de la juguetería. Incluso la España de los años 50 había visto florecer algunos juguetes de Diego Valor, el héroe de la radio y el cómic de aquella época.

No deja de ser cierto que muchas de esas experiencias fueron anecdóticas, pero de entre todas esas licencias del merchandising pionero,  una destacó por encima de todas: la franquicia de James Bond. Todo debió empezar entre finales de 1965 y principios de 1966, cuando el estreno de Operación Trueno, la cuarta película de 007, se convirtió en un fenómeno que superó a las otras entregas y la convirtió en la película más taquillera de 1966 en Estados Unidos, multiplicando por mucho las ganancias del personaje con la licencia para matar más famosa de la historia de la literatura y el cine.

En torno a esos años, empresas japonesas como Tada lanzaron en su país (el primero en que se estrenó Operación Trueno) toda una serie de pistolas de agua, maletines de espía y coches que volvían locos a los niños nipones de mediados de los 60.

El acabado de muchos de esos juguetes estaba a la altura de lo que se podía esperar de una industria tan amante del detalle como la nipona, y hoy alcanzan grandes sumas en subastas de coleccionistas. Pero conviene recordar que la locura por James Bond no fue un hecho aislado y que lo que de verdad había detrás era una fascinación infantil por los relatos de espías (Guerra Fría, obliga), ya que en el mismo momento, esas empresas japonesas lanzaban juguetes primos-hermanos de los de 007 pero basados en El agente de C.I.P.O.L.

En Occidente, la fiebre por los espías y agentes secretos era exactamente la misma. Para algo seguía habiendo dos Alemanias y un muro a lo largo de Berlín. Empresas como Corgi Toys acababan de hacer sus pinitos en el mundo del espionaje infantil lanzando en 1964 una pequeña réplica del Aston Martin de James Bond contra Goldfinger, que se convirtió en el juguete más vendido del año en Estados Unidos.

Para ese estreno de Operación Trueno que lo cambió todo, las compañías Lone Star y Gilbert siguieron la estela de Corgi y lanzaron nuevos juguetes de James Bond (al igual que de El agente de C.I.P.O.L.). Lone Star se centró más en replicas de las pistolas y coches de las películas, mientras que los americanos de A.C. Gilbert Company, además de fabricar una suerte de Scalectrix basado en la persecución de James Bond contra Goldfinger cotizadísimo en eBay, se internaron en el mundo de las figuras de acción, llenando las jugueterías tanto de muñecos pequeños (algunos vendidas con primitivos dioramas), como de figuras grandes al estilo Madelman.

En Japón, las jugueteras también pudieron explorar a fondo uno de los productos estrella del ocio nipón: las maquetas. Es verdad que en nuestras latitudes también tuvimos ración de estos modelos, con empresas como Airfix lanzando el clásico Aston Martin DB5 o el Toyota de Sólo se vive dos veces, pero el fenómeno en Asia fue inigualable. Por poner solamente un ejemplo, allí, la versión japonesa del Aston Martin venía con asiento eyectable y un motor que hacía que corriera de verdad.

Lo más curioso es que algunas de esas joyas japonesas han ido actualizándose y editándose  hasta nuestros días. Aún hoy es posible localizarlas, aunque, eso sí, sin el sabor histórico que puede tener un juguete fabricado en los 60 como parte de la campaña de merchandising.

Que las maquetas se hayan perpetuado a lo largo del tiempo demuestra que la bondmanía orientada a niños realmente nunca ha desaparecido. Ha podido ir variando su espectro y viendo cómo los juguetes de plástico eran sustituidos por videojuegos de Spectrum, pero fue capaz de subsistir a la embestida tanto de Star Wars como de múltiples licencias cinematográficas y televisivas que en principio parecían más atractivas para niños.

El mayor ejemplo de esta resistencia a desaparecer lo encontramos en la Latinoamérica de los años 80 y en una argucia que hizo la juguetera Mattel para recuperar las ventas de uno de sus productos. Y es que a lo largo de los 70 habían aparecido en EE UU y Europa unos muñecos que respondían al nombre de Big Jim, o Mark Strong en Reino Unido. Se trataba de unas figuras que heredaban la fascinación por los agentes secretos de finales de los 60, pero que no consiguieron hacer frente a su rival, los famosos (y más sofisticados) G.I. Joe. ¿Qué ocurrió cuando Mattel tuvo que dar salida a muchos de esos muñecos que se le almacenaban por todas partes? ¿Los enterró en el desierto a lo Atari?

Mucho mejor, no se les ocurrió otra cosa que cambiarles los logotipos de las cajas y distribuirlos en Latinoamérica diciendo que eran los muñecos de James Bond ¿A quién iba a importarle que aquellos muñecos no se parecieran en nada a Sean Connery o Roger Moore?

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