'La imagen que te faltaba' gana la Muestra de cine de Lanzarote

La octava edición de la Muestra de cine de Lanzarote se cerró abriéndose. Quiso la organización despedirse de su público con una paradoja en cuyo origen resonaba el latido mayéutico de un festival que, en palabras de su director Javier Fuentes, quiere “recuperar el cine como experiencia colectiva y reflexiva. Para nosotros las ideas que se generan después de las proyecciones son tan importantes como las propias películas porque, gracias a los comentarios, impresiones y sugerencias de los demás, nuestra visión sobre estos trabajos se completa y enriquece”.

Así, la decisión del jurado fue pública y los espectadores pudieron asistir a la elección de La imagen que te faltaba (Donal Foreman, 2018) como mejor película de la Sección Oficial. En un certamen dedicado a los volcanes, con la sección Trasfoco repasando la presencia de estos fenómenos geológicos a lo largo de la historia del cine, la pantalla fue derramando imágenes, como si estas perdieran su condición bidimensional para transformarse en lava fílmica que avanzaba lenta pero segura hasta colmar las dependencias de El Almacén, cuya curiosa construcción convertía el bar en obligado lugar de paso, parada en la que proseguir con la discusión que minutos antes se había encendido en la planta superior. Al calor de las películas prendieron las conversaciones entre una audiencia ávida de explicaciones y unos directores que acompañaron a sus obras como los padres que llevan a los hijos a la guardería: de la mano, cariñosamente y dispuestos a contestar los innumerables porqués que surgen camino a la escuela.

La imagen que te faltaba es, también, una película abierta, una sesión de autoanálisis en la que Donal Foreman trata de averiguar quien fue su padre, un señor de nombre Arthur MacCaig que, atraído por sus raíces irlandesas, se marchó a Belfast para convertirse en poco menos que el documentalista oficial del IRA (Irish Republican Army). Esta obra errática, en la que el realizador no emplea el montaje para instaurar la dictadura del orden bajo la lógica de la causalidad, transmite la frustración que habitualmente envuelve todo proceso de búsqueda. Compuesta por materiales heterogéneos y jalonada por saltos temporales que no respetan la cronología, el filme busca alcanzar la verdad a través de la recopilación de videos domésticos, fragmentos de archivo, fotografías, cartas… La ausencia de un padre que prefirió la trinchera ideológica al refugio del hogar, que abandonó a su pareja y a su hijo para abrazar la causa del Sinn Féin, demostrando que la filosofía que regía su discurso político no aplicaba en el ámbito familiar, es el sustrato sobre que germina este filme íntimo y doliente.

Las home movies y el documental militante se entreveran para plantear dicotomías difícilmente salvables: la relación entre recuerdo y representación, la evolución del conflicto irlandés como metáfora de la relación paterno filial; la seguridad ideológica con la que se vivía en los 80 frente a la era del desencanto en la que nos hemos instalado las generaciones actuales e incluso la transmisión de la pasión por filmar aun cuando Foreman y su padre apenas tenían contacto (como si el registro de lo real fuera una necesidad hereditaria, aprendida por vía genética y no a través de la educación y la cultura). Así, esta erupción fílmica de 73 minutos termina embarrando la sala con sus imágenes magmáticas que, poco a poco, se solidifican apresando a unos espectadores sobrecogidos ante tantas preguntas y tan pocas respuestas. El colofón perfecto para un festival que se quiere (y nos quiere) reflexivos.